La última encarnación del antipolítico
¿Quién es Hugo Chávez? ¿Es un verdadero revolucionario o un neopopulista
pragmático? ¿Hasta dónde llega su sensibilidad social y hasta dónde alcanza su
propia vanidad? ¿Es un demócrata
que intenta construir un país sin exclusiones o un caudillo autoritario que ha
secuestrado el Estado y las instituciones? ¿Acaso puede ser estas dos últimas
cosas al mismo tiempo?
...En medio de todas estas preguntas navega la figura del
presidente venezolano. No parece fácil ninguna respuesta. Lo que sí parece
evidente es que, en todo caso, es un hombre y un fenómeno público mucho más
complejo de lo que en apariencia se ve.
Produce fidelidades definitivas. Tanto
quienes lo veneran como quienes lo satanizan se sienten tomados por el afecto a
la hora de analizar su persona. En su país, sin duda, fue subestimado. Y eso
suele ocurrir.
Una primera apariencia hace ver que Chávez es un hombre, y un
político, improvisado, que se guía por su espontaneidad más que por sus propios
cálculos.
No es así. Chávez es un político con visión de futuro, capaz de
planificar cada movimiento y cada palabra. Es un hombre que, desde los 19 años,
ya deseaba el poder, ya soñaba con ser
presidente de Venezuela.
Chávez es, dentro del contexto latinoamericano, la
última encarnación de la antipolítica. Retoma la tradición militarista del
continente, la idea de la eficacia castrense ante el desorden del mundo civil. Es
la respuesta ante el fracaso de los partidos y de las instituciones. Es la
respuesta ante el derrumbe de la palabra político en nuestro vocabulario. En ese
sentido, Chávez es un hombre que ejerce el poder con un claro sentido personal:
su decisión de comprar bonos de la deuda Argentina no debe ser consultada, no
pasa por el Congreso, no se anuncia. Todo esto refuerza la idea de que el trámite
democrático es un estorbo. Y refuerza también, el culto hacia su persona. Todo
pasa por él. Todo viene de él. Es el intermediario entre la riqueza petrolera y
los simples mortales que habían perdido cualquier esperanza.
Si bien, por ahora, Chávez aparece “tan sólo como una genial industria de
producción de emociones” (según su biógrafo Alberto Barrera) pudo neutralizar
casi totalmente a la oposición interna. Dice Barrera: “su gran logro político
consistió en redistribuir las culpas, no la riqueza ya pasada y exigua. El pueblo
fue liberado de cualquier responsabilidad”.
Según la mayoría de quienes lo
conocen bien, Chávez es muy difícil de definir. Generalmente, en público, aparece
como un apasionado, pero, por momentos, también luce como muy reflexivo.
Pocos dirigentes del mundo
contemporáneo, se han atrevido a desafiar al Imperio, a proponer una nueva
polaridad, ya que otras han fracasado y a reunificar la América
latina para hacerla más poderosa.
El mundo entero, comienza a
mirar con increduliadad el nuevo liderazgo que representa su revolución
bolivariana. Para muchos, una osadía, para otros, una dignidad que saca a la luz
pública, cientos de años de dominación y humillación provenientes del imperio
estadounidense.