Don Jesús Soto es un hacedor de lluvia.
Sobrevivió a la descarga de un rayo
cuando era un niño, y por eso tiene el don de entenderse con la naturaleza. Él
tiene el encargo de pedir agua para la siembra, y de salir a enfrentarla cuando
viene hecha una furia.

“Se la habla como ahorita nosotros estamos platicando”, dice este anciano de
Santiago Mamalhuazuca, un pueblo separado de la capital de México por montes y
dos volcanes nevados. “Le hablo a Dios y a los espíritus trabajadores”. Lleva
una cruz, un ahumador para el incienso y las plegarias que él aprendió del
granicero que le heredó la tarea en 1977.
“La gente ya no cree, !ay! ¡está loco!” los parafrasea Jesús Soto, uno de
pocos campesinos que acatan hoy día esta tradición prehispánica. Pero él cree en
la energía que el rayo depositó en sus manos. Cree en que hay que hablar con el
agua, hablarle a las montañas y pedir que riegue sus sembradíos.

Donde él vive no les falta, pero la administran como si habitaran en el
desierto. Pero Jesús Soto está al tanto de cuanto ocurre cuando ésta escurre
desde los montes y volcanes hasta la gran capital. Sigue las imágenes por
tv.
La madrugada del 5 de febrero, un tsunami de agua apestosa inundó unas 5,000
casas en la colonia Valle de Chalco, en la capital. Las familias pasaron los
siguientes días agazapados en sus azoteas, con lo poco que pusieron a
salvo.
Los geólogos lo tenían más que advertido. Esta ciudad voraz extrae
tanto agua del subsuelo que se está hundiendo. Se hunden los edificios
coloniales en el centro, los legendarios canales de Xochimilco. El piso baja
cinco centímetros por año en unas zonas, y en Chalco, 40. No hay estructura, no
hay tuberías que lo resistan. Y el colector del agua residual, esa madrugada se
rindió.
En 60 años, la ciudad de México pasó de tener 3 a 21 millones de habitantes,
y de tener grandes lagos, a agotar la propia y arrebatar la de los demás. Y con
todo eso, actúa como si le sobrara.

La mitad del agua que consigue se le escapa por fugas y la lluvia desaparece
en el drenaje, apenas toca con asfalto.
En los rumbos de Jesús Soto, usan la misma agua más de una vez. En la ciudad,
atrás de los volcanes, acaso tratan y vuelven a utilizar 9 de cada 100 tantos.
El agua sucia se funde sin tapujos a los ríos y se estaciona en una grandísima
presa cubierta por una nata de basura y icebergs de jabón.
El gobierno de la capital anunció en enero que este año habrá una escasez
como no ha visto la capital en muchos años. Pero una semana con lluvia que nadie
esperaba ya borró este tema de la conversación.
El 3 de mayo, Jesús Soto irá a la montaña como todos los años, y como hacen
los demás graniceros en esta región de volcanes. Irá con su ahumador incienso y
cruz y lanzará sus plegarias en una cueva llena de flores. “Hay que pedir y hay
que pedir. Es como el niño cuando está chillando porque quiere comer. Así
nosotros, a Dios hay que pedirle y pedirle hasta que Dios nos dé el agua para
los campos. Nosotros no dejamos de pedir”.
Texto de Alejandra Xanic