|
En la Cruz: el Hombre y Jesús
Al pie de la cruz de Jesús se ve al hombre al natural jugando un papel
abominable, y esto en las más variadas condiciones sociales: judío o
extranjero, bárbaro o civilizado, pobre o rico, laico o religioso.
Pilato, el magistrado romano que ocupó la sede de la autoridad
civil, responsable de ejercer la justicia, había condenado a aquel a
quien había reconocido como “justo”. Los juristas y el clero
judío buscaron testimonios falsos contra Jesús. Pidieron que un
homicida fuese soltado y Jesús condenado. La multitud, a la que
solamente le había hecho bien, pidió que lo crucificasen. Los
transeúntes le injuriaban. Los discípulos que habían estado tan cerca
de él abandonaron cobardemente a su Maestro a la hora del peligro.
En medio de esta indignidad humana, se oyó a Jesús orar: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen”. En su “amor eterno”
invocó para sus enemigos la circunstancia atenuante de la ignorancia. Y
sin embargo, ¿No obró cada uno con conocimiento de causa? ¡Qué nobleza
y qué dignidad de parte de nuestro Salvador!
Durante tres horas, abandonado por Dios, colgado en la cruz con
indescriptibles sufrimientos, Cristo, el santo y puro, aceptó ser
identificado con el pecado para salvarnos, sufriendo de parte de Dios
el castigo que usted y yo merecíamos (Léase Hechos 4:26-28). “Vosotros
negasteis al Santo y al Justo, y… matasteis al Autor de la vida, a
quien Dios ha resucitado de los muertos” (Hechos 3:14-15).
|
|