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Mi Descubrimiento del Nuevo Testamento
(1)
En
un
barco que me llevaba de Grecia a Egipto leí por primera vez el
Nuevo Testamento, que me había prestado un pasajero. En cuclillas
contra un tabique, e insensible a todos los ruidos circundantes, pasé
horas sumido en tan notable libro; cautivado por la personalidad llena
de vida de Jesús.
Cuando llegué al episodio de la mujer adúltera (Juan 8:3-11),
mi
corazón empezó a latir más rápidamente al leer la pregunta capciosa
de los fariseos a Jesús: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en
el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a
tales mujeres. Tú, pues, ¿Qué dices?”.
Cerré el libro. ¿Qué habría contestado yo en lugar de Jesús? La ley
pedía la lapidación, pero Jesús había enseñado el perdón. No hallé
solución. Volví a abrir el libro y leí la respuesta de Jesús: “El
que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra
contra ella” (v. 7).
Me dejó sin respiración. Estaba estupefacto por esa respuesta
absolutamente perfecta, que desafiaba la imaginación y el razonamiento.
Cortaba en seco todas las preguntas, aun las más difíciles, todas las
que me habían obsesionado en mi vida. Sabía que lo que acababa de leer
superaba el conocimiento y la comprensión humana. ¡Sólo podían ser
palabras divinas!
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