|
Mi Conversión (2)
Un año después de mi primera lectura del Nuevo
Testamento, entré fortuitamente en contacto con unos cristianos. Muy
pronto nuestras conversaciones se desviaron hacia la fe y la necesidad
de convertirse.
Me explicaron que convertirse significa detenerse y dar media
vuelta. Es un cambio en aquel que se convierte: se aleja del pecado
para volverse hacia Jesús. No se trata de adoptar una religión, sino de
dejar de ser su propio centro para someterse al Dios vivo, porque en el
fondo, el pecado es el deseo de hacer sólo lo que uno quiere. Nadie
puede convertirse en lugar de otro. La conversión es un acto libre y
personal.
En ese momento no conseguí entender lo que mis nuevos amigos me
decían, pero cuando me desperté a la mañana siguiente, todo se había
aclarado. Puse las manos bajo la cabeza, miré al techo y moviendo
silenciosamente los labios, oré sencillamente: –Jesús, de ahora en
adelante te acepto como mi Salvador y mi Señor.
Mientras que en mi vida generalmente todo ocurre con una
efervescencia de emociones, esta experiencia me dejó absolutamente
calmo. Vivía el momento más significativo, más importante de mi
existencia y, en suma, no sentí nada. En realidad lo que hice fue
aceptar lo que sabía que era cierto.
Esa mañana mi vida fue como inundada de paz y gozo; esa paz que
verdaderamente “sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7).
Testimonio
de Arthur Katz
|
|