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| Asunto: | (cav) El Simbolismo del Mandala | Fecha: | Lunes, 3 de Septiembre, 2007 04:56:07 (-0500) | Autor: | Ruth Yadira Vidaurre M <magdalenapoeta @.....com>
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Respondiendo a la pregunta del amigo Carlos ... envío un aporte sobre los
Mandalas ... Abrazo grande a todos
El Simbolismo del
Mandala
Definición del mandala En sánscrito, mandala significa círculo, en
especial círculo mágico, pero en sentido más amplio representa medios auxiliares
de concentración y de meditación construidos a partir de círculos y de formas
derivadas del círculo, como flores o ruedas, en el ámbito indo-budista y también
en el Tibet lamaísta. Tales estructuras son generalmente dibujadas y pintadas,
pero también se emplean arquitectónicamente como planos en la construcción
de templos. En sentido propio son reproducciones espirituales del orden del
mundo, a menudo combinadas con elementos derivados del cuadrado. La dirección
hacia un centro tiende hacia la concentración y la meditación. En el centro del
mandala, según la doctrina y el grado de iniciación, se encuentran diversos
símbolos.
Como ayudas para la meditación, estas imágenes de mandalas se designan
con el nombre sánscrito de yantras. Se emplean en técnicas de visualización en
las que, después de contemplar largamente un mandala y memorizar sus intrincadas
figuras, se cierran los ojos y se trata de representarlo internamente con todos
sus detalles. Cada cierto tiempo se abren los ojos y se compara con el original.
Una vez que el practicante adquiere mayor pericia, se complica la técnica
haciendo desaparecer en la imagen mental cada uno de sus componentes, en un orden
riguroso hasta quedar en un absoluto blanco. Después se empieza a poblar ese
espacio mental - en el mismo orden
de la desaparición - hasta reconstruir el mandala en su totalidad.
No debe
pensarse que la representación plástica del mandala sea propia sólo de los
budistas. Ellos solamente han elaborado con mayor precisión una intuición
antiquísima de origen asirio-babilónico. Es ante todo un cosmograma, una
proyección geométrica del universo entero en su esquema esencial, en su proceso
de emanación y reabsorción (los días y noches de Brahma). El mismo principio
regula la construcción de los templos, cada templo es un mandala. El ingreso al
templo no es solamente a un lugar consagrado, sino que es la entrada al mysterium
magnus. Quien cumpla el rito de circunvalación según las reglas prescritas,
recorre el mecanismo secreto del mundo, hasta transfigurarse junto al sanctum
sanctorum, ya que al alcanzar el centro místico del edificio sagrado se
identifica con la unidad primordial.
El mandala es el paradigma de la evolución
y la involución cósmica en su retorno al centro del
universo; pero simboliza también el refluir de la experiencia de la psiquis en
busca de la unidad de consciencia para descubrir el principio ideal de las cosas.
No es solamente un cosmograma sino también un psicograma, el esquema de la
desintegración del uno en lo múltiple y la reintegración de lo múltiple en el
uno, en la consciencia absoluta, entera y luminosa, que tendría que brillar en lo
profundo de nuestro ser. El hombre tiene en el centro de sí mismo el principio
recóndito de su propia vida, la esencia misteriosa, el punto luminoso de
consciencia del que irradian las facultades psíquicas. Él tiene la vaga intuición
de esa luz que podría brillar dentro de sí, expandiéndose y propagándose hacia
planos espirituales.
Cuando el pintor de la India o del Tíbet dibuja un mandala,
no obedece a un arbitrio de la fantasía: sigue una tradición precisa que le
enseña a representar de una manera especial el drama mismo de su alma. No pinta
las imágenes de un ícono, sino que
vuelca los fantasmas de su yo profundo y así los conoce, y de ese modo se
libera,
El mandala en psicoterapia En sus Memorias, Jung cuenta que durante la
Primera Guerra Mundial, siendo comandante de un campamento de prisioneros en
Suiza, empezó a dibujar cada mañana un mandala que - según él - reflejaba su
estado de ánimo interno. Era como una radiografía de su psiquis. En ella iba
observando cambios sutiles en su crecimiento personal. Era como si fuera
armonizándose en torno a un núcleo, un punto central, un centro magnético que lo
iba conduciendo hacia una paulatina integración. En aquel punto central estaban
condensadas todas sus posibilidades, esperando desplegarse para llegar a un
desarrollo pleno y armonioso, tal como un director de orquesta da vida a lo
escrito en un lenguaje cifrado.
Al principio, comprendía muy poco lo que esto
significaba, pero gradualmente fue dándose cuenta que estaba teniendo una
experiencia extraordinariamente
significante: aquellos dibujos eran informes diarios sobre el trabajo interno
que ese punto central estaba efectuando en él. Comprendió que la meta del
desarrollo del individuo es su Ser, que su evolución no es lineal sino en
espiral, en una circunvalación ascendente que se va acercando cada vez más al
centro y cúspide de esa espiral.
Continuó investigando y dibujando mandalas,
sobre todo cuando en su práctica como psiquiatra empezó a ver que sus pacientes
hacían dibujos espontáneos que iban evolucionando a medida que avanzaban en lo
que él llamó «proceso de individuación». Esos dibujos iban siendo cada vez más
definidos y más armónicos durante este período. Algunos aparecían en los sueños
de los pacientes y ellos los dibujaban para hacer más explícito el relato de su
sueño.
Como fenómeno psicológico aparecen espontáneamente en los sueños en
ciertos estados de conflicto, también en algunos casos de esquizofrenia. Con
frecuencia contienen una cuaternidad o un
múltiplo de cuatro, como una cruz, un cuadrado, un octagono. Por lo general
aparecen en casos de disociación o desorientación psíquica cuando la persona se
siente atrapada entre impulsos divergentes de igual potencia, que le producen una
sensación de desgarramiento interior. Algunos son conscientes de ello y dicen:
«Necesito centrarme». También sucede en los comienzos de un estado
esquizofrénico, cuando el paciente empieza a sentir que su visión del mundo se
está haciendo confusa debido a la invasión de contenidos del inconsciente que no
es capaz de procesar. Entonces pueden aparecer mandalas como instancia salvadora
(¿acaso los salvavidas no son circulares?). Es posible observar cómo la imagen
reguladora de un círculo se impone - compensando el desorden y la confusión de
la psiquis - al mostrar un punto central alrededor del cual se organiza la
dispersa y contradictoria multiplicidad de elementos, aparentemente
irreconciliables. Por tratarse de una figura arquetípica,
trae consigo un impulso de autosanación ancestral que no se origina en una
reflexión consciente.
Mientras que los mandalas rituales siempre muestran un
estilo definido y un número limitado de motivos típicos en su diseño, los
mandalas individuales presentan una riqueza ilimitada de símbolos o alusiones
simbólicas. Su fundamento es la representación de una contradicción entre el Ser
y el ego, siendo el primero la totalidad de nuestra psiquis - incluyendo el
inconsciente - y el segundo, sólo un punto de referencia de nuestra consciencia.
A menudo aparecen en series, mostrando una secuencia de estados desordenados,
caóticos, llenos de conflictos y angustia. Estas imágenes pintadas con gran
devoción, a veces por manos tan inexpertas como las de un niño, son yantras a la
manera hindú, instrumentos de concentración, meditación y visión introspectiva,
que permiten realizar la experiencia interna de un refugio seguro, de
reconciliación y de totalidad.
La voluntad
consciente no puede alcanzar tal unidad simbólica, pues la consciencia sólo es
parte de algo. Su opositor es el inconsciente colectivo, el que no entiende
ningún lenguaje de la consciencia. Por lo tanto, se tiene necesidad de símbolos
mágicamente efectivos que contengan aquellos analogismos primitivos que hablan a
lo inconsciente. Sólo mediante el símbolo puede ser alcanzado y expresado el
inconsciente. Por ese motivo - según Jung - jamás podrá el proceso de
individuación abstenerse de símbolos. El símbolo es, por un lado, la expresión
primitiva de lo inconsciente y, por otro, una idea que corresponde al más alto
grado de intuición que pueda ser dado a la consciencia.
Saelas
Jarrel
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