Historias sobre la
arrogancia Paulo Coelho La arrogancia del poder Maestro y discípulo conversaban en una esquina, cuando una
anciana los
abordó: -¡Apártense de delante de mi escaparate!gritó, -¡Están estorbando a mis clientes! El maestro pidió
disculpas, y cambió de acera. Continuaban la conversación, cuando se les
acercó un policía. -Necesitamos que se aparte de esta acera!
dijo el policía. -El conde va a pasar por
aquí dentro de poco. -Que el conde pase por el otro lado de la calle,
respondió el maestro, sin moverse de su sitio.
Después se giró a su discípulo: -No lo olvides: no seas nunca
arrogante, con los humildes, ni humilde con los
arrogantes. |
La arrogancia de la santidad
El monje zen había pasado diez años
meditando en su cueva, intentado descubrir el camino de la Verdad. Una
tarde, mientras oraba, se le acercó un mono.
El monje intentó
concentrarse.
El mono, sin embargo, se le acercó despacito y le
quitó la sandalia.
-¡Maldito mono. dijo el monje.
-¿por qué has venido a perturbar
mis oraciones?
-Tengo hambre. dijo el mono.
-¡Largo de aquí!¡Estorbas mi
comunicación con Dios!
-¿Cómo quieres hablar con Dios, si no eres capaz de
comunicarte con los más humildes, como yo?
dijo el mono.
Y el monje, avergonzado, le pidió
disculpas.
La arrogancia de la fuerza
La aldea estaba
amenazada por una tribu de bárbaros. Los habitantes fueron abandonando sus
casas, y huyeron hacia un lugar más seguro.
Al final del año,
todos habían partido, excepto un grupo de jesuitas.
El ejército bárbaro
entró en la ciudad sin encontrar resistencia e hizo una gran fiesta para
celebrar la victoria.
En mitad de la comida, apareció un
padre jesuita.
-Habéis
entrado aquí y habéis echado fuera la paz.
Os pido por
favor que os vayáis sin demora.
-¿Por qué no has huido todavía?, gritó el
jefe bárbaro.
-¿No ves que puedo atravesarte con mi espada sin
siquiera pestañear?
-El padre respondió con calma:
-¿No ves
que yo puedo ser atravesado por una espada sin siquiera
pestañear?
Sorprendido por tan gran serenidad ante la muerte,
el jefe
bárbaro y su tribu abandonaron el lugar al día siguiente.
La arrogancia de la envidia
En el desierto de Siria, decía Satanás a sus discípulos:
-el ser humano, siempre está más preocupado, por desear el
mal, a los otros que en hacerse el bien a sí mismo.
Y para probar lo que
decía, decidió tentar a dos hombres que
descansaban allí cerca.
-He venido para hacer realidad tus deseos, le
dijo a uno de ellos.
Puedes pedir lo que quieras, que te será
dado.
Tu amigo recibirá lo mismo que tú, pero el doble.
El
hombre permaneció largo tiempo en silencio.
Finalmente, dijo:
-Mi
amigo está contento, porque obtendrá el doble que yo, sea cual sea mi
deseo.
Pero he conseguido prepararle una trampa:
mi deseo es que me dejes ciego de un
ojo.
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