HabÃa una vez un niño lleno de
ideas extrañas. Le parecÃa que el infinito era pequeño y que lo eterno era
corto. Conversaba con los Ãrboles y con las Piedras, y se emocionaba con ellos,
por la magnitud de lo que le contaban.
Un dÃa los árboles le dijeron:
¿Sabes? En nuestro Universo cada uno de nosotros cumple lo que le cabe,
por la satisfacción de hacerlo asÃ. Ninguno de nosotros se exime de su parte.
Los humanos pasan sus vidas haciendo sólo cosas que les resultan en tensiones,
infelicidad y enfermedad. No hacen lo que realmente quisieran. Caen en el
cautiverio de la civilización, trabajan en lo que no les gusta para ganarse la
vida y la pierden, en vano, al no hacer nada bueno. Por eso se vuelven
malhumorados, envejecen y mueren insatisfechos.
Procura vivir feliz como
nosotros, pues nos alimentamos, respiramos y nos reproducimos de acuerdo con la
Naturaleza. AsÃ, cuando morimos, en realidad continuamos vivos en nuestras
semillas y crecemos de nuevo. Ve y enseña esto a los que, como tú, pueden
escuchar nuestras palabras. Harás feliz a mucha gente, libre de la esclavitud de
la hipocresÃa.
El niño aún era pequeño para comprender
la magnitud de lo que le proponÃan los árboles, pero estuvo de acuerdo en
llevar ese mensaje a los hombres. Pero las Piedras, que hasta entonces se habÃan
mantenido muy quietas, comenzaron a hablar ¡y dijeron cosas aterradoras!
Una Piedra mayor y cubierta de musgo, lo que le conferÃa un aire anciano
y sacerdotal, tomó la iniciativa y habló profundamente, despertando un eco
dentro de su alma:
No, no debes cometer la imprudencia de llevar a los
hombres el mensaje de los Ãrboles. Nosotros somos Piedras frÃas y frÃamente
juzgamos. Estamos aquà hace más tiempo que ellos y hemos visto el transcurso de
esta pequeña Historia Universal de los humanos. Antes que tú, muchos recibieron
ese mensaje y el encargo de recuperar la felicidad que los homÃnidos perdieron
al ignorar las leyes naturales. Todos cuantos intentaron ayudar a la humanidad
fueron perseguidos, difamados y
martirizados. Cada uno conforme las costumbres de su época: crucificados en
nombre de la justicia, quemados en plaza pública en nombre de Dios, y tantos
otros martirios por los cuales tú mismo ya has pasado varias veces y lo
olvidaste…
Hoy piensas que no corres más peligro y aceptas intentar otra
vez. ¡Cuánta falta de sentido! Cuando comiences a decir las cosas que te
transmitieron los árboles, primero van a intentar comprarte. Si no sucumbes al
tintinear de los treinta dineros, entonces será preciso que seas realmente
fuerte para permanecer de pie, pues empezarán a agredirte de todas las formas.
Pero el niño respondió prontamente. Tomó una rama en una de sus manos y
una piedra en la otra, y gritó:
?Este es mi cetro. Y este, mi orbe. Con
vuestro reino elemental construiré nuestro santuario y en él reuniré a los que
sean capaces de oÃr y de
comprender.
Las rocas mantendrán del lado de afuera a los incapaces y los
leños calentarán, adentro, a los que hayan reconocido el valor de este
reencuentro. Los Ãrboles y las Piedras enmudecieron. Después, los Ãrboles lo
ungieron con el rocÃo sacudido por la brisa y las Piedras depositaron en sus
manos el musgo primordial que las vestÃa, como bendiciéndolo.
En ese
momento, los rayos del Sol se filtraban por entre las ramas y la niebla de la
mañana. El niño miró y comprendió: si la luz fuera excesiva no ayudarÃa a
observar, sino que ofuscarÃa el entendimiento.
Entonces, agradeció a las
ramas y a la niebla. Y aun a las Piedras que lo hacÃan tropezar para tornarlo
más atento a los caminos que recorrÃa. Y amó a todos… ¡hasta a los
hombres!
Marta
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