| Asunto: | [Cav] El viaje del autoconocimiento: una brecha en la eternidad | Fecha: | Lunes, 7 de Mayo, 2007 13:19:05 (-0500) | Autor: | Ruth Yadira Vidaurre M <magdalenapoeta @.....com>
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Alfonso Colodrón
El viaje más satisfactorio es el viaje
hacia el interior del alma. También, el de efectos más duraderos. Puedo afirmarlo
con rotundidad, después de haber sido un viajero impenitente desde que el ímpetu
de los 17 años me lanzó a las costas marroquíes a pescar con pescadores que
partían de Huelva. Una década después, la nostalgia de aquella aventura me
impulsó a dar la vuelta al mundo durante cinco años con una mochila como todo
equipaje. Con el paso de los años, más que el aire transparente del Anapurna en
los Himalayas, las playas inmaculadas de las islas del Pacífico,
la grandiosidad de las ruinas mayas de Chichén Itza o la sonrisa de los niños
brasileños, lo que me queda es un cierto sabor de universalidad, un ligero
vislumbre del hilo dorado que une la diversidad de este maravilloso planeta que
llamamos Tierra. Pero sobre todo, la certeza de que lo que buscaba afuera siempre
había estado más cerca de mí que mi propio corazón.
Tardé varios años en darme
cuenta de lo que había estado buscando por selvas y montañas, ciudades y ruinas,
ríos y océanos, tras la mirada insondable de los mendigos indios y en medio de
los rituales de los maoríes de Nueva Zelanda: me había estado buscando a mí
mismo, através de los múltiples espejos del Ser, reflejado en la inmensidad
esmeralda del Amazonas, en la sutileza de las danzas balinesas, en las luchas de
liberación de todas las dictaduras que atravesé en mi recorrido, en la
hospitalidad de los pescadores filipinos, en los remansos de paz de muchos
monasterios, en la babel de lenguas que el paso
continuo de fronteras ponía en evidencia ...
Cada uno inicia el viaje del
autoconocimiento desde su singular punto de partida: la lectura de libros, el
acercamiento a la naturaleza, la asistencia a cursos de yoga, tai-chi o dinámica
de grupos, la indagación sobre sí que supone cualquier tipo de terapia o la
inmersión directa en alguna de las múltiples técnicas de meditación. Todos los
caminos pueden conducir a la misma Roma: la toma de contacto con la esencia de
quiénes somos en realidad, a través de las sucesivas identificaciones y
desidentificaciones de cada etapa del camino, de acumular experiencias y
conocimientos para despojarse y desaprender llegado el momento .
Mi destino
quiso que iniciara la aventura de la conciencia con una de las metáforas más
evidentes del compromiso que supone vivir para despertar de este gran sueño que
llamamos vida y para representar impecablemente los distintos papeles del Gran
Teatro del Mundo, sin identificarnos con ninguno
de sus personajes. Viajar supone siempre salir de lo conocido, adentrarse en
los universos del Otro, perder parte de los contornos de nuestro yo, formados de
rutinas, seguridades, objetivos de corto alcance y paisajes conocidos .
Cuando
miro hacia atrás sin ira, desde esta "estación benigna y dulce hora", como llamó
Dante al medio del camino de la vida, emergen del fondo de la memoria algunas
situaciones de mis viajes, como reflejos nítidos de la vida interior. Recuerdo
haberme perdido en Pekín un atardecer de primavera del 78, cuando la capital de
China era fundamentalmente una ciudad de casitas bajas de aspecto rural, que se
extendían, todas iguales, a lo largo de kilómetros y kilómetros. No había
entonces taxis públicos ni cabinas telefónicas. La intuición y la necesidad me
hicieron llegar caminando, ya a media noche, a la casa del amigo que me alejaba.
Mucho tiempo después, padecí varios oscurecimientos del Ser -depresiones en el
lenguaje clínico o crisis
existenciales desde mi perspectiva terapéutica actual-, que me recordaron la
total desesperación de aquellos momentos. La única diferencia es que duraron
varios meses, en vez de horas, y el reposo de la medianoche parecía no llegar
nunca.
Muchas personas conocen este tipo de estados de alma en el que todas las
candilejas parecen apagarse de golpe, las noches son largas, las auroras grises y
el horizonte inexistente . Quien sale al otro lado del túnel no es la misma
persona que entró en él. En el peor de los casos, siempre le quedará grabado en
la piel y en los huesos que fue capaz de salir, cuando vuelva a atravesar otra
noche oscura del alma. En el mejor de los casos, emergerá más compasiva y
solidaria o, incluso, con la determinación -y cierta capacidad- de ayudar a las
personas que atraviesan estos desiertos internos . Este tipo de "pérdidas" que
nos sacuden a veces, al igual que las pérdidas más definitivas de un ser querido,
son los aldabonazos que realizan el
milagro de resucitarnos cuando moribundeamos, en lugar de vivir plenamente con
toda la intensidad de nuestros pulmones y de nuestras tripas, con toda la pasión
de nuestro corazón, con todo el anhelo de nuestra alma y con todo el éxtasis de
nuestras células.
En otra ocasión, una calma chicha de varios días mantuvo el
catamarán en que viajaba de Tahití a Tonga suspendido en un punto fijo en la
línea formada entre un cielo uniforme y un océano que parecía aceite caliente.
Las horas parecían agarrarse a la superficie del agua deteniendo auroras y
ocasos. El mundo se había detenido alrededor haciendo inalcanzable la meta
esperada. ¡Cuántas veces, a lo largo de sesiones de meditación o de terapia, se
producen momentos en los que parece que no vamos a ninguna parte! Es como si el
soplo del Espíritu se hubiera retirado, la inspiración descansara en las
profundidades del inconsciente y la fertilidad del vacío no acabara de
verdear.
Varias semanas después, un terrible
huracán devastó la isla de Niue, el Estado independiente más pequeño del mundo,
perdido en medio del Pacífico, donde habíamos recalado semanas antes. Recordé
entonces que alguien me había dicho que hay que tener mucho cuidado con lo que se
pide -o se desea intensamente-, porque siempre se nos concede. Hay momentos en
que los acontecimientos externos nos arrastran como un maremoto. Perdemos nuestro
centro. Vamos a donde no queremos o a ritmos que no podemos integrar. En esas
ocasiones echamos de menos un poco de calma y cambiaríamos media vida por un
remanso de paz, un puerto seguro en el que poder recomponer los fragmentos de
nuestro Yo esparcidos entre los acantilados de una realidad que se resiste a
nuestros planes y deseos.
Todo viaje, como la vida misma, tiene un punto de
llegada. Cuando me identificaba como viajero, cuando llegué a creer que viajar
era la única forma auténtica de vivir, intentaba aplazar las partidas demorándome
en cada lugar. En realidad,
lo que demoraba era la llegada a un lugar en el que enraizarme, hasta que me di
cuenta de que es vivir lo que constituye esencialmente una forma de viajar, y no
al revés: vivir ligero de equipaje y con las raíces en el propio corazón, pues
allí donde instalamos nuestra tienda de nómadas tenemos nuestro hogar, si nos
rodean las personas que queremos, o si queremos a las personas que nos rodean,
que viene a ser lo mismo.
Durante los viajes, trabajé como pescador, operario
textil, librero, camarero, profesor de lenguas, intérprete, marchand de arte,
periodista, quiromático, consultor personal..., pero nunca logré identificarme
con ninguna de estos oficios y profesiones. En realidad, la profesión, como la
raza, el sexo, el estado civil, la edad, el nombre y otros tantos rasgos que
ayudan a definir el ego no son sino atributos pasajeros del Ser que somos. No
para despreciarlos, sino para vivirlos plenamente trascendiéndolos. Los
auténticos estados transpersonales de
conciencia no suponen la eliminación del ego, sino la no identificación
exclusiva con él. Muchos de los que inician una vía espiritual creen que tienen
que luchar contra el ego , pero incurren en varias paradojas de neófitos. La
primera es que no se puede luchar contra algo que, según preconizan esas mismas
Vías, no existe, pues el ego es una pura ilusión, una falsa identificación
pasajera , aunque, paradójicamente útil, para convivir y relacionarnos. En
segundo lugar, no es sino desde la individualidad -o conciencia de yo separado-
desde donde se puede emprender una vía de desarrollo personal o de
autoconocimiento, ya que, si no hubiese separación, no habría nada que conocer,
iluminar, unir ni despertar . Pero la paradoja más hiriente es que cuanto más se
lucha, más engorda el ego que se esfuerza ¡por desaparecer! Todo esto lo explica
muy bien, con su natural desenvoltura e irreverencia Alan Watts en El arte de ser
dios. Más allá de la teología. Resolver este
koan puede llevar meses, años o toda una vida.
"Caminante, no hay camino....",
pues el mismo caminar es la meta, y cada paso que acaricia conscientemente la
tierra que pisamos nos adentra en ese tan buscado "aquí y ahora". Cuando Cielo y
Tierra se tocan en el punto en el que nos encontramos, cuando el horizonte se
abre y se cierra en el propio cuerpo, éste aparece entonces como un holograma del
gran cuerpo del Cosmos.
Cuando vuelvo de la escuela caminando a ritmo de mi hija
de cuatro años, que con una mano detiene mis pasos, mientras que con la otra
recoge las hojas otoñales de los plataneros, el tiempo se detiene. Atrás
desaparece la Escuela. Delante no hay casa a la que llegar. Ella me recuerda que
ya estamos "en Casa". Es entonces cuando siento que se ha abierto una brecha en
la eternidad y que el viaje recomienza en cada instante.
-- Publicado por
Cosmoxenus
el 5/06/2007 06:28:00 PM __._,_.___
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Ruth...
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