NUEVO DISPOSITIVO EFICAZ PARA PROTEGERSE
DE LA RADIACIÓN DE LOS TELÉFONOS MÓVILES
REPORTAJES
NUEVO DISPOSITIVO EFICAZ PARA PROTEGERSE DE LA RADIACIÓN DE LOS
TELÉFONOS MÓVILES
Un dispositivo denominado Gamma-7-RT parece proteger de las
radiaciones de los teléfonos móviles según el informe de un grupo de
investigadores de la Universidad de Alcalá de Henares emitido tras
examinar las ondas cerebrales de 16 personas sanas antes y durante
su utilización. Podría ser la solución al peligro que representan
reconocido por el Proyecto Reflex
según el cual el uso continuado de
móviles modifica el cromosoma celular y el ADN. Problema que se
agravará porque en los próximos meses se prevé la instalación masiva
de antenas destinadas a dar cobertura a la nueva generación de
móviles, aún más peligrosas.
El Bioelectromagnetismo, por increíble que parezca, ni siquiera es
un área de conocimiento propio integrado en el sistema académico
español. No hay cátedras, no hay dinero para investigación y, por no
haber, ni siquiera está claro dónde deben presentar los
investigadores las tesinas que tienen que ver con los efectos de los
campos electromagnéticos. A pesar de que éstos preocupan cada día
más a científicos y ciudadanos. Y con motivos. Porque con la nueva
generación de móviles UMTS y la próxima instalación de miles de
antenas la contaminación electromagnética va a multiplicarse
geométricamente. De hecho, científicos de todo el mundo se cruzan
estudios sobre los posibles daños en el organismo -especialmente a
nivel cerebral- algo que los medios de comunicación ocultan porque
no quieren arriesgarse a quedar al margen del gigantesco pastel
publicitario que representa el sector.
Es más, pocas personas se atreven a hablar públicamente del asunto.
Afortunadamente no es el caso del profesor José Luis Bardasano,
miembro del Consejo Asesor de Discovery DSALUD, médico, doctor en
Ciencias Biológicas, especialista en Bioelectromagnetismo, profesor
de Histología y Anatomía Patológica, ex Director del Departamento de
Especialidades Médicas de la Facultad de Medicina de la Universidad
de Alcalá de Henares y actual Presidente de la Fundación Europea de
Bioelectromagnetismo y Ciencias de la Salud así como del Instituto
de Bioelectromagnetismo Alonso Santa Cruz y vicepresidente de la
Sociedad de Investigación y Terapéutica por Electromagnetismo.
Miembro además del Comité Asesor Internacional para el Estudio de
los Efectos Biológicos de los Campos Electromagnéticos y coautor del
libro Bioelectromagnetismo: ciencia y salud (Editorial Mc Graw
Hill), el profesor Bardasano acaba de concluir una investigación
efectuada junto a su quipo de trabajo -integrado por Ignacio
Gutiérrez, Juan Álvarez-Ude y Ramón Goya- que puede contribuir a
cambiar el futuro de la telefonía móvil. Y es que han demostrado de
forma incontestable que las radiaciones de los teléfonos móviles
alteran notablemente los ritmos cerebrales. Paso previo y necesario
para constatar que existe al menos un nuevo dispositivo capaz de
proteger al cerebro de esa radiación. Y de forma sencilla porque
basta colocar una pequeña placa de 80 x 55 x 10 mm y 50 gramos de
peso en la parte de atrás del teléfono móvil, tan cerca de la antena
como sea posible, para protegerse. Se trata del denominado
Dispositivo Protector Neutralizador (NPD) Gamma-7-RT -protegido bajo
la patente europea EP-0 838 208 A1-, su inventor es el ruso
Stanislav Denisov y su origen está relacionado con los proyectos
para usar los campos electromagnéticos en el ámbito de la defensa
por parte de la antigua Unión Soviética.
Pues bien, a fin de constatar científicamente sus propiedades el
equipo del profesor Bardasano acaba de someter a control a 16
voluntarios registrando sus ondas cerebrales a través de
electroencefalogramas, tanto antes de utilizar el teléfono móvil
como durante su uso, primero sin protección, después con el
Gamma-7-RT. A continuación utilizaron los más sofisticados métodos
de análisis matemático-estadístico para analizar los resultados y
éstos han sido tan concluyentes que el trabajo ha sido seleccionado
internacionalmente por el Comité Internacional para el Estudio de
los Bioefectos.
"Los cambios -nos confirma Bardasano- son estadísticamente
significativos y claramente favorables hacia la protección de las
frecuencias cerebrales. Las frecuencias del cerebro reducen su
velocidad en términos generales eliminando los posibles efectos
indeseables. Las mayores diferencias se encuentran en las bandas
delta y theta en el área frontal".
Para la investigación se utilizó un móvil de 880 MHz-960 MHz con una
Specific Absorption Rate (SAR) de 0,955 W/Kg. "Actúa a la inversa de
una antena -nos explicaría Ignacio Gutiérrez, miembro del equipo de
investigación-- Al igual que las antenas tienen una configuración
especial que les permite concentrar la señal y focalizarla para que
puedas ver u oír a través de un receptor este dispositivo hace lo
contrario: cuando recibe la onda la desestructura consiguiendo que
llegue debilitada y dispersa al receptor. La filtra".
En pocas palabras, el estudio realizado en la Universidad de Alcalá
de Henares demuestra la capacidad del Gamma-7-RT para proteger el
cerebro durante el uso de teléfonos móviles de tecnología GSM.
Se trata, en suma, de un paso sustancial en la vía de la protección
que ya se había iniciado con el desarrollo de dispositivos que
protegen del aumento de temperatura cerebral que también provocan
las radiaciones de los móviles. Hace ya algún tiempo el Departamento
de Física Aplicada E.T.S.A.B de la Universidad Politécnica de
Cataluña realizó tanto un estudio por termografía de infrarrojos de
los efectos del teléfono móvil como del efecto compensador de otro
dispositivo: el Hilefarma. En las conclusiones de aquel estudio
-realizado y firmado por el profesor Fidel Franco González- puede
leerse: "Los teléfonos móviles en funcionamiento inducen cambios en
la temperatura de la personas expuestas a dicha radiación. Sin
embargo, la presencia de una pieza de metal activado (Hilefarma)
tiende a compensar el efecto térmico anómalo creado por el
teléfono".
Cabe añadir que en la propia introducción del trabajo se confirman
también los efectos negativos de las radiaciones de la telefonía
móvil. "Los tejidos cerebrales, como polímeros biológicos que son,
tienen frecuencias propias de absorción que se encuentran en el
rango de frecuencias de las microondas. De manera que ante la
emisión del teléfono no sólo se produce un fenómeno de resonancia
con el agua presente en los tejidos sino que también aparecen
resonancias con las frecuencias propias de dichos tejidos. Puesto
que nos encontramos con un fenómeno de resonancia basta con energías
muy débiles para que el tejido se vea sensiblemente afectado por
dicha señal exterior".
¿POR QUÉ NO ACTÚA LA INDUSTRIA?
En suma, existen al menos dos dispositivos que disminuyen los
efectos negativos que producen los teléfonos móviles: el Hilefarma
-que evita en buena medida el calentamiento cerebral- y el
Gamma-7-RT -que evita en buena medida su interferencia con las ondas
cerebrales. ¿Por qué entonces la industria no incorpora de serie
tales mecanismos en sus móviles? A fin de cuentas cuánto más tarde
en asumir los efectos biológicos inducidos por la radiación de los
móviles y las bases de difusión de las señales más probabilidades
acumula en su contra para cuando en el futuro lleguen las demandas
-¡que llegarán!- al igual que le ocurrió a la industria tabaquera.
"La industria -nos diría el profesor Bardasano- se ha limitado a
hacer unas pruebas mínimas sobre el efecto térmico para constatar
que las microondas no te funden las neuronas. Pero son dos los
efectos importantes que producen los móviles: los térmicos
-producidos por las microondas- y los atérmicos - producidos todos
por inducción electromagnética-. Esto se sabe desde Faraday. Es
evidente que los campos electromagnéticos externos y nuestros campos
electromagnéticos internos influyen unos en otros. Por tanto, es
imprescindible investigar hasta qué punto pueden ser nocivos".
Lo malo es que si la situación actual es ya grave se va a complicar
aún más con la puesta en marcha de la nueva tecnología UMTS. Ante
ella, los investigadores independientes no sólo se muestran muy
cautos sino que avisan de que probablemente haya que desarrollar
nuevos dispositivos protectores ante puesto que la señal es mucho
más potente.
"Nosotros hemos probado el Gamma-7-RT con los nuevos móviles UMTS
-nos confesaría Ignacio Gutiérrez, uno de los miembros del equipo de
Bardasano- y al hacer el electroencefalograma ni siquiera pudimos
leer la gráfica. La contaminación que producen es tan grande que
casi no ves ni las ondas cerebrales. Todo lo que aparece es el campo
del propio móvil.
Es como si anulara la señal cerebral y lo único
que captaran los electrodos de registro fuera la señal del móvil.
Con los de tecnología GSM al menos puedes ver la señal de tu propio
cerebro pero con los de tecnología UMTS ¡desaparecen! Es increíble,
sólo aparece una señal borrosa. La contaminación es tan masiva y
potente que se superpone y vence a la propia señal cerebral".
¿HASTA CUÁNDO LAS MENTIRAS?
Que las radiaciones electromagnéticas de los teléfonos móviles al
igual que las de las estaciones base necesarias para su
funcionamiento -es decir, las antenas repetidoras- pueden perjudicar
gravemente la salud lo hemos denunciado varias veces anteriormente
(lea en nuestra web los artículos publicados al respecto en los
números 36, 38 y 63). La industria se defiende alegando que cumple
los criterios del ICNIRP (International Comission on Non-Ionizing
Radiation Protection) -organismo dependiente de la Organización
Mundial de la Salud- pero lo que nadie responde es que ese organismo
ha sido acusado por numerosos investigadores independientes -cuyo
número es cada vez mayor- de no ser objetivo y estar al servicio de
los intereses de la industria. Especialmente porque sólo tienen en
cuenta los efectos térmicos -aumento de temperatura en el cerebro- y
no los efectos biológicos inducidos por los campos
electromagnéticos. Mientras los estudios independientes sobre
posibles daños cerebrales -cada vez más numerosos, especialmente
entre poblaciones de riesgo como niños, mujeres embarazadas y
personas enfermas con distintas patologías- siguen acumulándose. A
pesar de lo cual la desproporción es obvia: ante los recursos
billonarios que sostienen el negocio se opone la precariedad
económica de la investigación independiente.
¿Y los consumidores? Es simple: guiados por la atracción de lo nuevo
prefieren ignorar los riesgos y han convertido la telefonía móvil en
¡objeto de primera necesidad! Y las asociaciones de consumidores
centran sus esfuerzos en explicarle a sus asociados cuáles son más
económicos en lugar de averiguar si son peligrosos. Los gobiernos,
por su parte, justifican su inacción alegando que se cumple la
normativa internacional... aunque esté claro que tal normativa no
sólo es claramente incompleta sino que se ha elaborado para
beneficiar a la industria y protegerla aunque sea a costa de nuestra
salud.
La Unión Europea está preparando una nueva legislación merced a la
cual va a exigirse a la industria química que antes de la puesta en
el mercado de nuevas sustancias presente exhaustivos informes para
conocer previamente los riesgos potenciales (lo que hasta ahora no
se ha hecho y ha llevado a nuestra sociedad a un grado de
contaminación absolutamente intolerable). Es decir, va a dejar en
manos de la propia industria la responsabilidad de realizarlos
porque a los estados les resulta inviable económicamente hacerlo. Lo
que nos parecería correcto... si luego existiera algún centro
internacional de referencia con capacidad para poder cotejar los
datos resultantes y si la responsabilidad por falsearlos fuera tan
gravosa que pudiera llevar a la empresa que así lo hiciera a la
quiebra (lo que aseguraría que haría esos estudios con honestidad).
Pues bien, otro tanto habría que exigir a las empresas de telefonía
móvil. La iniciativa de los tres grandes grupos de nuestro país
-Telefónica Móviles, Vodafone y Amena- con el apoyo de la patronal
de electrónica AEPIC de que se cree una Agencia Española de
Seguridad Radioeléctrica (AESI), centro público de carácter
científico que haga las funciones de "organismo de referencia" en el
campo de la exposición a las frecuencias radioeléctricas, nos parece
bien... ¡si el coste lo sufragan ellas! Porque, ¿quién se beneficia
de este negocio? Pues que quienes se benefician asuman los costes de
demostrar que sus productos son seguros y no representan un peligro
para la salud. En suma, esa agencia debería financiarla la
industria... pero sin tener control alguno sobre su gestión.
"Hay que hacer aún muchos estudios -nos diría José Luis Bardasano-.
Porque en el ámbito de la salud ambiental debería primar también una
máxima: 'In dubio, contra reo' (en caso de duda, a favor del reo).
Siendo el reo en este caso lo que inventa el hombre. Para prevenir
la salud y la seguridad e higiene en el trabajo en todos aquellos
sitios donde vaya a haber contaminación electromagnética lo primero
es que plantear que el que inventa, el que pone en marcha nuevas
tecnologías, sea considerado a priori presunto ´culpable` y, por
tanto, el encargado de demostrar que con su actividad no va a causar
ningún tipo de daño a la salud. Es muy difícil aportar pruebas en
uno u otro sentido y por eso, en caso de duda, deben ser ellos los
que demuestren que no hace daño".
MÁS QUE "INDICIOS"
Cualquier investigador tardaría hoy meses en examinar los estudios
ya existentes -en una u otra dirección- sobre los efectos de la
telefonía móvil. Sin embargo, el problema real -como quedó
demostrado en la Internacional Conference Mobile Comunnication and
Health: medical, biological and social problems celebrada en Moscú
en Septiembre del año pasado- es que existe un auténtico divorcio a
la hora de analizar la realidad. La Organización Mundial de la Salud
(OMS), su agencia la ICNIRP (International Comission on Non-Ionizing
Radiation Protection) y los gobiernos occidentales no admiten que
puedan existir más problemas que los térmicos. Por el contrario,
otros países -especialmente Rusia- y numerosos investigadores
independientes exigen estándares mucho más restrictivos por
considerar evidentes los daños biológicos. "Los efectos térmicos
para establecer criterios o estándares no son un acercamiento
conveniente", reconoció el doctor Yuri Grigoriev, Vicepresidente de
la Academia de Ciencias Rusa. "Por primera vez en la historia de los
seres humanos -añadio Grigoriev- tenemos campos electromagnéticos
actuando sobre el cerebro humano desde los teléfonos móviles que no
puede compararse a otras fuentes (...) Y existen serias
discrepancias con la OMS y el ICNIRP respecto a si, a largo plazo,
la exposición a los campos electromagnéticos de los móviles pueden
provocar o no cambios orgánicos".
Para los rusos y los chinos no hay duda. Cerca de una docena de
estudios realizados entre 1975 y 1986 constataron un significativo
deterioro del sistema inmune y de los tejidos del cerebro así como
daños en los fetos de ratas tras exponerlas a ondas microondas a
niveles de 50 a 500 µW/cm2, (microvatios).
Hay que decir que la
ICNIRP recomienda como límites de densidad de flujo de potencia 450
µW/cm2 para radiaciones continuadas de 900 MHz y 900 µW/cm2 para la
de
1.800 MHz. Pues bien, los niveles recomendados en la sentencia
más favorable a las tesis de los "rebeldes" es la de Frankfurt con
0,001 µW/cm2.
Un estudio francés dirigido por el investigador Bernard Veyret va a
tratar ahora de confirmar o desmentir los resultados de los rusos. Y
es que Veyret considera que los métodos rusos han sido superados por
la tecnología occidental así como sus resultados. Para muchos
científicos, sin embargo, su condición de miembro del ICNIRP y el
hecho de que antes de empezar ya haya menospreciado los estudios
rusos convierten su intervención en poco fiable.
En todo caso, mientras la comunidad científica espera para saber si
se realiza o no el estudio no dejan de surgir preocupantes y
vergonzosas noticias. Es el caso de la decisión de no continuar con
el proyecto europeo Reflex -desarrollado por 12 equipos de
investigadores de 7 países europeos, entre ellos España- cuyo fin
era analizar los efectos de los campos electromagnéticos. Una
decisión que se produce precisamente tras llegar a la conclusión de
que las radiaciones de los teléfonos móviles por debajo de los
límites que se consideran inocuos ¡provocan modificaciones celulares
y en el ADN! aunque en esta fase del estudio no hayan podido
concluir que sean nocivas. "Los resultados -dice el estudio- indican
que los campos electromagnéticos pueden activar varios grupos de
genes que juegan un papel en la división celular, proliferación
celular y diferenciación de las células. En la actualidad la
relevancia biológica de estos resultados no puede evaluarse".
La
directora del equipo español, Ángeles Trillo, explicó que un estudio
de la trascendencia de éste que, a pesar de los resultados, "está en
pañales" no tendrá continuación porque su financiador -
la Comisión
Europea- así lo ha decidido. "No está claro -subrayó- el por qué. La
Unión Europea establece sus prioridades pero hay muchos factores
implicados y cómo no se va a pensar que hay presiones para que estos
estudios no sigan porque podrían crear una alarma social muy
grande...".
Otro investigador español del proyecto, Alejandro Úbeda, explicaría
que el estudio determina efectivamente que existen cambios en las
células pero que desconocen cuál es el mecanismo que pone en marcha
el proceso lo que de momento ya no van a poder averiguar. "Lo que me
parece raro -resaltó al respecto- es que después de encontrar esos
resultados, que aunque no son de nocividad demuestran que hay un
efecto por debajo de los límites que se consideran tolerables, no se
profundice en ellos, se cierre la carpeta y no se financie su
continuación".
Ante la falta de explicaciones convincentes sobre esta decisión es
inevitable asociar el Proyecto Reflex con el realizado en el 2003
por L. G. Salford y otros titulado Nerve cell damage in mammalian
brain after exposure to microwaves from GSM mobile phones cuyas
conclusiones no pueden ser más claras: "Tras exponer a tres grupos
de ratas durante 2 horas a un teléfono móvil GSM con campos
electromagnéticos de fuerzas diferentes -se afirma en el trabajo-
encontramos -y lo presentamos aquí por primera vez- evidencia muy
significativa de daño neuronal en la corteza, el hipocampo y los
ganglios de los cerebros".
Ahora el estudio realizado por el equipo de Bardasano en la
Universidad de Alcalá de Henares -con independencia de que su
objetivo inicial fuera evaluar las posibilidades de un dispositivo
neutralizador de radiaciones- corrobora en seres humanos que los
ritmos cerebrales se alteran tras ser expuestos a las radiaciones de
los teléfonos móviles . "Se aprecia claramente -nos diría Ignacio
Gutiérrez- cómo los ritmos se desestructuran y cambian. Luego
realizas la misma medición con el móvil y el dispositivo adherido, y
puede apreciarse que los ritmos son iguales que cuando se realizó el
primer electro en estado normal y sin móvil. Sin embargo, al colocar
el dispositivo no se desestructuran ya los ritmos cerebrales. Para
nosotros es obvio que esa desestructuración puede tener a largo
plazo efectos patológicos, sobre todo en los niños. Como en ellos el
cerebro está madurando, provocar unos ritmos que no son los suyos
naturales no puede ser bueno a la larga.
Por eso en Inglaterra se
han prohibido ya los móviles a los menores de 8 años. Algo que
deberíamos tener en cuenta ahora que con las comuniones los
teléfonos se convertirán en el regalo estrella".
SUMA Y SIGUE
Efectivamente, el Grupo Nacional de Protección Radiológica del Reino
Unido (NRPB) -un grupo de expertos nombrados por el Ministerio de
Sanidad británico- presentó a primeros de año un informe en el que
se recomienda minimizar el uso del teléfono móvil por los niños, en
especial los menores de ocho años. Posteriormente el Ministerio de
Educación británico también ha prohibido el uso de los teléfonos
móviles pero a los menores de 16 años pues muchos alumnos muestran
incremento de estrés, insomnio, ansiedad e hiperactividad por el
abuso del móvil
. Y temen además que la radiación electromagnética
sobre el cerebro pueda afectar a los resultados académicos ya que
altera la memoria, la atención y la capacidad de concentración.
"La principal conclusión -destaca ese estudio- es que en el momento
actual no hay evidencias sólidas de que la salud del público en
general esté viéndose afectada por el uso de la tecnología de los
teléfonos móviles pero persisten dudas y se recomienda un enfoque
preventivo continuado mientras la situación se aclara". También
recomienda "que se preste una especial atención a la mejor forma de
minimizar la exposición (al móvil) de los subgrupos potencialmente
vulnerables -como los niños- y que se considere la posibilidad de
que pueda haber otros subgrupos especialmente sensibles a las ondas
de radio". El presidente del Grupo Nacional de Protección
Radiológica del Reino Unido, William Steward, confesaría sin más en
Londres: "No creo que podamos decir, con la mano en el corazón, que
los teléfonos móviles son totalmente seguros".
En suma, han pasado cuatro años y se repiten las mismas conclusiones
que aparecían ya en el informe de marzo de 2001 realizado por
encargo del Parlamento Europeo y titulado "Los efectos fisiológicos
y medioambientales de la radiación electromagnética no ionizante".
Porque en él se desaconsejaba "enérgicamente que los niños (sobre
todo los adolescentes) utilicen de forma prolongada y sin necesidad
teléfonos móviles por su creciente vulnerabilidad a efectos
perjudiciales para la salud". El informe agregaba que "la industria
de la telefonía móvil debería evitar fomentar el uso prolongado de
teléfonos móviles por parte de los niños utilizando tácticas
publicitarias que explotan la presión de los compañeros y otras
estrategias a las que los jóvenes son susceptibles".
LLUEVE SOBRE MOJADO
El investigador neozelandés Neil Cherry ya había manifestado de
forma tajante en su informe "La radiación electromagnética de bajo
nivel" (como la de los móviles) -estudio efectuado también a
petición del Parlamento Europeo (junio de 2000)- que "el móvil es
perjudicial para el cerebro, corazón, feto, hormonas y células (...)
A través de resonancias con los cuerpos y las células, la radiación
interfiere en la comunicación intercelular, su crecimiento y
regulación, y está dañando la base genética de la vida".
Sus investigaciones encontraron efectos biológicos, con alteración
del electroencefalograma, a partir de sólo 0,01µW/cm2. "La
conclusión de mi investigación -afirmaría Cherry- es que la
radiación electromagnética es perjudicial para el cerebro, el
corazón, las hormonas, las células y los fetos. Por tanto, supone
una amenaza para la vida inteligente". Datos que, por otra parte,
coinciden con las investigaciones del doctor alemán Lebrecht Von
Klitzing quien, como especialista en Física Médica, situó ya en 1998
los umbrales de prevención entre 1 y 10 nanoWatios/cm2
(0,001-0,01µW/cm2).
De la misma opinión es el biofísico Gerard J. Hyland quien en 1999
emitió un "Memorando sobre teléfonos móviles y salud" en el que
advertía que las normas establecidas no consideran todos los
posibles efectos nocivos para la salud al no tener en cuenta el
hecho de que los organismos vivos pueden responder a intensidades
muy por debajo de los límites marcados por las mismas. "Es
totalmente irrazonable -escribía Hyland- suponer que nuestro cerebro
es inmune a esta agresión electromagnética cuando, por otro lado, se
recalca repetidamente la prohibición de usar teléfonos móviles en
los aviones bajo el argumento de que sus señales pueden interferir
su sistema de control". Y agregaba: "Las normas de seguridad
existentes no protegen ni pueden proteger contra cualesquiera
efectos nocivos para la salud que puedan estar ligados
específicamente con la naturaleza ondulatoria de la radiación. Las
habituales normas de seguridad no toman en consideración el estado
viviente del organismo irradiado. Por consiguiente, la filosofía
dominante debe ser considerada como fundamentalmente errónea".
La aportación española a la controversia ha sido amplia (ver
Discovery nº 63), con trabajos tan importantes como los del doctor
Bardasano sobre la influencia negativa de los efectos de los campos
electromagnéticos sobre la glándula pineal. O los del doctor Claudio
Gómez Perreta -jefe de sección en el Hospital Universitario La Fe de
Valencia y miembro del Consejo Asesor de Discovery DSALUD- quien ha
escrito: "De acuerdo con la literatura científica actual es difícil
establecer un nivel de inocuidad y, por tanto, las recomendaciones
de la mayoría de los gobiernos de la Unión Europea deben de ser
reconsideradas a la vista de las decenas de trabajos que describen
daño celular asociado a los efectos no térmicos implícitos en la
exposición a estas radiofrecuencias". También podemos destacar los
estudios conjuntos de Perreta con Manuel Portolés, Enrique Navarro y
Joaquín Navasquillo: "
Los resultados (de los efectos de los campos
electromagnéticos vinculados a la telefonía móvil) -afirman-
incluyen desde roturas en el ADN y presencia de aberraciones
cromosómicas a incrementos en la actividad oncogénica, reducción de
la secreción de la melatonina, alteración de la actividad cerebral y
presión sanguínea e incremento del cáncer de cerebro".
Y no olvidemos la conocida "Declaración de Alcalá" del año 2001
firmada por varios investigadores españoles entre los que se
encontraba María Jesús Aranza, catedrática de Magnetobiología en
Zaragoza, que decía refiriéndose a los límites admitidos: "si los
estudios científicos y normativas de otros países, aplicando el
principio de cautela, establecen niveles de protección 0'1 µW/cm2 o
incluso inferiores es una grave negligencia que nuestra población
esté expuesta a niveles que pueden llegar hasta 450 ó 900 µW/cm2
esperando a que la evidencia establezca plenamente los efectos
nocivos de los campos electromagnéticos débiles en exposiciones a
largo plazo".
Y es que, ¿cuántos trabajos constituyen "evidencia"? ¿Y qué
instituciones son las llamadas a pontificar sobre lo "evidente"? Lo
que sí es cada vez más evidente es que empezamos a vivir una
situación similar a la creada por el consumo del tabaco y su
relación con el cáncer. Ayer enaltecido, publicitado, promovido
socialmente, fuente de fortunas millonarias y de ingresos para el
estado; hoy contra las cuerdas a la vista de sus destructivos
efectos ya por nadie discutidos. Si la historia es cíclica, una vez
más vuelve a enfrentar al ser humano con sus ambiciones,
limitaciones y egoísmos para saber si también esta vez se
antepondrán los intereses económicos de unos pocos a la salud de la
mayoría. Quizás por eso recordar lo ocurrido con el tabaco nos
permita vislumbrar qué intentan hacer algunos o por dónde puede
caminar el futuro.
EL TABACO Y LA TÁCTICA DEL OCULTAMIENTO
Pocos años después de terminada la Segunda Guerra Mundial empezaron
ya a publicarse estudios científicos que encontraban una cierta
relación estadística entre el consumo del tabaco y determinados
tipos de cáncer. Como resultado de ello -entre 1950 y 1965- se
produjo lo que Pablo Salvador y Juan Antonio Ruiz denominan en el
trabajo titulado "El pleito del tabaco en Estados Unidos y la
responsabilidad civil" la primera de las tres oleadas de demandas
contra la industria tabaquera. Se presentaron casi 150 demandas de
particulares pero sólo diez llegaron a juicio y en todos los casos
los jurados dictaron veredictos favorables a la industria. Los
demandantes, perjudicados por el tabaco, basaban sus reclamaciones
en "la negligencia de la industria demandada en cada caso, en fraude
o engaño y en vicios ocultos o teorías de garantía." Las compañías
demandadas, por su parte, se defendieron alegando la
imprevisibilidad de los daños, la falta de evidencias y la asunción
voluntaria del riesgo por parte de los fumadores. "Rechazaron toda
posibilidad de transacción -afirman los autores del estudio- y
adoptaron estrategias procesales muy sofisticadas y cuyo coste
superaba los recursos disponibles para los demandantes individuales
y sus abogados". Los pleitos fueron ganados una y otra vez por la
industria con razonamientos. "El fabricante debe proteger contra
riesgos previsibles pero no contra los riesgos desconocidos o contra
efectos dañinos que no pueden permitirse el lujo de prever" -se
puede leer en alguna de las sentencias- o "los fumadores que
empezaron a fumar antes del gran debate sobre el cáncer y el tabaco
no pueden confiar en la 'garantía' de las compañías tabaqueras de
que sus cigarros no tenían ningún elemento carcinogénico; el
fabricante no puede asegurar contra lo desconocido".
La segunda etapa se inició a partir de 1983, una vez aparecieron
nuevos estudios que apuntaban al tabaco como causante de numerosos
cánceres. La industria tabaquera mantuvo su táctica de destinar
ingentes recursos humanos y materiales a su defensa.. "La postura
agresiva que hemos tomado con respecto a las demandas y nuevos
descubrimientos -reconocería Michael Jordan, uno de los abogados de
la industria, según se recuerda en el artículo citado- continúa
haciendo estos casos sumamente largos y caros para los abogados de
los demandantes, sobre todo para aquellos que se presentan
individualmente. Parafraseando al general Patton, la manera en que
nosotros ganamos estos casos no fue gastando todo nuestro dinero
sino haciendo a ese otro hijo de perra gastarse el suyo".
Las tabaqueras comenzaron además a dar un papel cada vez más
importante a sus propias investigaciones, realizadas a través del
Council on Tobacco Research que le permitían de forma sistemática
negar la relación entre tabaco y cáncer. Cuarenta años después
seguían ganando los pleitos.
Sería sólo a partir de 1994 -como explican Salvador y Ruiz en su
estudio- cuando las cosas comenzaron a torcerse para la industria.
La evidencia científica resultó ya imparable y la Administración
pensó que denunciar a las tabaqueras era una buen forma de
resarcirse los gastos sanitarios consecuencia del tratamiento de
enfermedades relacionadas con el consumo del tabaco pero, sobre
todo, comenzaron a aparecer documentos internos de la industria que
apuntaban directamente a su culpabilidad. Los primeros llegaron a
manos de los demandantes el 12 de mayo de 1994. Una caja con
4.000
páginas de documentos de muy distinta índole le fue enviada de forma
anónima al profesor Stanton Glatz, catedrático de Medicina de la
University of California at San Francisco. Papeles que permitirían
fundamentar reclamaciones por fraude y concierto doloso por parte de
la industria tabaquera con el fin de ocultar información sobre las
consecuencias del consumo de tabaco. Según Glantz, las compañías
tabaqueras conocían los riesgos para la salud derivados del consumo
de tabaco ¡desde principios de los años cincuenta!.
Según esos documentos internos la primera manifestación dentro de la
industria tabaquera que sugiere una relación entre el hábito de
fumar y el cáncer la habría realizado el 29 de julio de 1946 Harris
B. Parmele, químico de Lorillard, quien envió una carta al
secretario del comité de fabricación de su empresa en la que
afirmaba que científicos y autoridades empezaban a sostener que el
consumo de tabaco contribuía al desarrollo de cáncer en determinadas
personas y que era necesario investigar en esa línea. El 23 de mayo
de 1994, dos semanas después de la divulgación de los documentos,
veintidós fiscales generales de otros tantos estados entablaron
pleitos en los que exigían el reembolso de los gastos médicos
derivados del tratamiento de enfermedades presuntamente relacionadas
con el consumo del tabaco. Tres años después, el 20 de marzo de
1997, una de las compañías de la industria demandada -Liggett &
Myers Corporation (después Liggett & Myers)- modificó la estrategia
tradicional de rechazar acuerdos y acordó transigir con los estados
demandantes. En el acuerdo, a cambio de una carga financiera
comparativamente ligera, Liggett & Myers reconoció al tabaco como
causante de algunos daños y entregó documentos internos sobre el
modo de actuar de la industria.
El primer veredicto favorable a un demandante individual -si bien
por un tema de amianto en el filtro de un cigarrillo- fue dictado en
septiembre de 1995 por un jurado de San Francisco en el caso de
Horowitz contra Lorillard Tobacco Co. Desde Horowitz, varios jurados
se han pronunciado a favor de las pretensiones de los demandantes y
han emitido veredictos en los que se condenó a las compañías
tabaqueras a pagar indemnizaciones compensatorias y punitivas.
Llegarían después veredictos condenatorios dictados por los jurados
norteamericanos en los años 2000 y 2001 con indemnizaciones
supermillonarias: 145.000 millones de dólares -Engle contra. R.J.
Reynolds Tobacco Co- y 3.000 millones de dólares -Richard Boeken
contra Philip Morris, Inc.-, recurridos en apelación; acuerdos con
la industria para sufragar gastos sanitarios; cambios de
normativa...; pero, sobre todo, un cambio en la mentalidad de la
sociedad que ha pasado a entender que durante décadas había sido
engañada.
Sin embargo, y a pesar de todo, 54 años después estados como el
nuestro siguen ingresando cientos de millones de euros con el tabaco
y la lista de cánceres consecuencia del hábito de fumar entre
fumadores activos y pasivos sigue aumentando.
LA HISTORIA SE REPITE. AHORA, CON LOS MÓVILES
Como podemos observar el proceso iniciado con la telefonía móvil es
muy similar. En 1992 se produce la primera denuncia contra la
industria telefónica y no lo hace un ciudadano cualquiera. Sería un
neurocirujano norteamericano, David Reynard, quien presentó una
demanda en un tribunal de Florida sosteniendo que el uso de un
teléfono móvil había sido el responsable del cáncer que acabó con la
vida de su esposa, quien había desarrollado un tumor detrás de la
oreja derecha, donde siempre sostenía el teléfono. Tres años después
la demanda fue desestimada por falta de "pruebas científicas". Así
se empezó también, como acabamos de ver, con el tabaco.
El rotativo británico The Express se hizo eco en agosto de 1997 de
las denuncias de alrededor de un centenar de ingenieros de British
Telecom (BT) que advertían de que los teléfonos móviles provocan
serios problemas de salud. Dos años después, Steve Corney, que
trabajó durante diez años como ingeniero de BT, anunció una demanda
contra la empresa aludiendo que el uso prolongado de teléfonos
móviles le provocó daños en el cerebro. Una vez más el denunciante
tuvo que abandonar el caso por falta de "evidencias científicas" que
asociasen su enfermedad al uso de teléfonos móviles.
En agosto de 2000 un neurólogo de Baltimore (Maryland, EEUU),
Christopher Newman, formalizó una demanda contra siete empresas de
la industria de la telefonía móvil, la Asociación de la Industria de
Telecomunicaciones Móviles (CTIA) y la Asociación de la Industria de
Telecomunicaciones. El doctor Newman reclamaba una indemnización de
800 millones de dólares (929,64 millones de euros) asegurando que el
tumor cerebral detrás de la oreja derecha que le diagnosticaron en
1998 le fue provocado por los teléfonos móviles que venía usando de
forma frecuente cada día desde 1992. La abogada de Newman está
siendo ayudada en su demanda por el abogado Peter G. Angelos, quien
logró que el estado de Maryland ganase su litigio contra la
industria tabaquera teniendo que pagar 4.200 millones de dólares
(unos 4.881 millones de euros).
A comienzos del 2001 Angelos demandó a veinticinco de las
principales empresas de la industria de la telefonía móvil
acusándolas de poner en el mercado su tecnología a sabiendas de que
emite radiaciones peligrosas para sus usuarios. El abogado alega que
existen vínculos constatados entre el uso de los teléfonos móviles y
el aumento de riesgos para la salud, incluyendo daños en funciones
básicas cerebrales, irregularidades genéticas y un aumento en la
vulnerabilidad a toxinas e infecciones. En unas declaraciones
posteriores Gordon explicaría que los casos anteriores no
prosperaron porque "no estaban lo suficientemente documentados".
"Estos litigios -explicó- son muy costosos, muy largos y las grandes
corporaciones tienen mucho dinero y firmas de abogados de miles de
personas. Se trata, sin duda alguna, de una lucha como la de David
contra Goliat". Aunque lo más intranquilizador de la entrevista fue
leer su convencimiento de que "vamos a tener una epidemia de casos
dentro de unos años".
En Europa, en cambio, han prosperado ya varias demandas contra
empresas de telefonía móvil relacionadas con los posibles daños de
las antenas repetidoras. La resolución más significativa quizás haya
sido la de la Audiencia de Frankfurt (Alemania) en septiembre del
2000 que dictó una sentencia de carácter preventivo por la que
prohibió "con efectos inmediatos" a la compañía operadora -De
TeMobil Deutsche Telekom MobilNet GmbH- el funcionamiento de una
antena instalada en el campanario de la Comunidad Evangélica de
Oberursel por motivos de salud. La sentencia señala que los treinta
y ocho demandantes demostraron que "la instalación montada por la
demandada (...) emite radiaciones pulsantes de alta frecuencia que
representan un serio peligro para la salud de los demandantes".
Tomando como referencia investigaciones realizadas por el doctor
Lebrecht von Klitzing y las advertencias del SSK -organismo alemán
para la protección contra radiaciones- la Audiencia consideró poco
segura la normativa alemana que regula las emisiones de estas
antenas, basada esencialmente en las recomendaciones de los
organismos internacionales de estandarización del ICNIRP. Por
supuesto, hay más casos en los tribunales pero de momento no los
suficientes para provocar cambios realmente significativos en las
legislaciones. Estamos en las primeras etapas de una larga lucha.
Poco a poco, año a año, a medida que se vayan conociendo nuevos
trabajos se irá demostrando que los efectos negativos denunciados
durante la última década eran reales y con ello probablemente se
abrirá la caja de Pandora de las demandas. Es muy probable que, como
en su momento hicieron los dirigentes de las industrias tabaqueras,
los actuales responsables de las industrias de telefonía móvil hayan
pensado que lo mejor es dejar pasar el tiempo, dar largas, recoger
beneficios y esperar a que sean los directivos del futuro los que
asuman las posibles indemnizaciones. Eso sí... mientras puedan
seguir escudándose en la ignorancia. Sólo que deberían tener en
cuenta lo que se dice en la "Declaración de Alcalá" ya citada:
"Anular las voces discrepantes no nos acerca a la verdad, sólo la
oculta por un tiempo limitado".
Hasta que la verdad se abra paso, pues, nuestro cerebro seguirá
siendo atacado por las radiaciones de los móviles y el marketing que
los sustenta. La esperanza, por el momento, sigue estando en la
investigación independiente. Y eso al final depende de los fondos.
"Si la industria de la telefonía móvil apoyara la búsqueda de
métodos para evitar los efectos negativos de la radiaciones
electromagnéticas -nos comentaría José Luis Bardasano -se podrían
conseguir muchas cosas. Y si la Administración cumpliera con su
misión de vigilar buscaría fondos para que se pueda investigar de
forma seria e independiente".
Mientras siga nuestro consejo: use el móvil sólo cuando sea
estrictamente necesario. Y, por supuesto, no lo lleve encima
encendido. Se puede estar jugando la salud y hasta la vida.
Antonio F. Muro
Más información sobre el Gamma-7-RT en el 626 30 72 59
Los móviles manos libres no evitan accidentes de tráfico
Los teléfonos móviles "manos libres" no aportan más seguridad a la
conducción. Así lo indican varios estudios que se publican en el
último número de Human Factor: The Journal of the Human Factors and
Ergonomics Society. Trabajos como los de McPhere, Scialfa, Dennis,
Ho y Carid coinciden en que hablar por un teléfono móvil introduce
un grado de distracción en el conductor que le lleva a cambiar su
forma de ver el mundo provocando que pierda informaciones visuales
importantes como las de los semáforos. Otro estudio, el de Horrey y
Wickens, subraya que es menos peligroso para los conductores leer en
una pantalla que recibir la misma información únicamente por vía
auditiva. Por último, Monk, Boehm-Davis y Trafton recuerdan que
atender una llamada telefónica a través del manos libres cuando se
está realizando simultáneamente una maniobra complicada -como la
incorporación a una autopista- aumenta mucho la situación de peligro
para el conductor.
Otras soluciones para disminuir el peligro de las radiaciones
Existen otras formas de minimizar los efectos de la radiación de la
telefonía móvil. A las citadas a lo largo del artículo se une la
utilización de pequeños repetidores domésticos de muy baja potencia
y la instalación en el móvil -de forma similar a los ya citados- de
otro tipo de dispositivos antirradiación compuestos por una malla
metálica de oro, níquel, aluminio y cobre.
Para comprender el uso de los repetidores es necesario conocer antes
cómo funcionan las redes de telefonía móvil y tener claro que es
potencialmente más dañina la radiación cercana del terminal
telefónico que la radiación lejana de la antena del operador. Los
teléfonos móviles y las antenas se ajustan de forma variable a la
potencia mínima necesaria de trabajo entre ambas. En situaciones de
buena cobertura la radiación emitida por ambos se minimiza. En casos
de cobertura media o baja ambos elementos operan a la máxima
potencia. En esta situación el teléfono nos irradia con una potencia
de hasta 2 watios. La colocación de un repetidor doméstico (equipo
de 20 miliwatios, es decir 0,02 watios) que además es válido para
varios teléfonos permite obtener una señal clara pero de tan sólo
miliwatios de potencia. La reducción de la potencia es, por tanto,
considerable. Como valor añadido puede decirse que la duración de
las baterías es mayor al necesitar mucha menos potencia de emisión.
En el caso de la malla textil el dispositivo que se adhiere al móvil
está compuesto por una malla de oro, níquel, aluminio y cobre en
proporciones muy precisas. Basándose en las características de los
metales de absorción o bloqueo de las radiaciones protege el cerebro
del usuario sin perder por ello calidad la audición. Está diseñado
para proteger el oído, la parte más vulnerable a la penetración de
las radiaciones comunicada directamente con el cerebro.
Más información en
www.bnature.com.
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