En las últimas tres pláticas
he tratado de explicar el acercamiento experimental al problema de la codicia:
acercamiento que no es renunciación, ni control, sino la comprensión del proceso
de la codicia, lo único que puede traer liberación perdurable de ella. Mientras uno dependa de las cosas para su propia
satisfacción y enriquecimiento psicológicos, persistirá la codicia, creando
conflicto social e individual y desorden.
Consideremos ahora el problema
de la relación de convivencia entre los individuos. Si comprendemos la causa de
fricción entre los individuos y, como consecuencia, con la sociedad, esa
comprensión ayudará a producir libertad del afán posesivo. La relación de
convivencia se basa actualmente en la dependencia, es decir, que uno
depende de otro para su satisfacción psicológica, su felicidad y bienestar.
Generalmente no nos damos cuenta de esto, pero en el caso de darnos, aparentamos
que dependemos de otro, o tratamos de desenlazarnos artificialmente de la
dependencia. Abordemos aquí, de nuevo, este problema
experimentalmente.
Ahora bien, para la mayoría de
nosotros, la relación con otro se basa
en la dependencia, económica o psicológica. Esta dependencia
crea temor, engendra en nosotros el afán posesivo, se traduce en fricción,
suspicacia, frustración. El depender de otro económicamente puede, tal vez, ser
eliminado por medio de la legislación y de una organización adecuada; pero me
refiero en especial a la dependencia de otro, psicológicamente, que es resultado
del anhelo de satisfacción personal, felicidad, etc. En esa relación
posesiva, uno se siente enriquecido, creador y activo; siente que la pequeña
llama de su propio ser es acrecentada por otro y así, no queriendo perder esa
fuente de plenitud, se teme la pérdida del otro, y de esa manera nacen los
temores posesivos, con todos los problemas que de ellos resultan. Así que, en la
relación de dependencia psicológica, tiene que haber siempre temor, suspicacia,
conscientes o inconscientes, que a menudo se ocultan bajo palabras agradables.
La reacción de este temor lleva a uno en todo tiempo a la búsqueda de seguridad
y enriquecimiento a través de diversos conductos, o a aislarse en ideas e
ideales, o a buscar substitutos a la satisfacción.
Aun cuando uno dependa de otro, todavía existe el deseo de
ser íntegro, de ser completo. El problema completo en la convivencia es el
de cómo amar sin dependencia, sin fricción y
conflicto: el de cómo vencer el deseo de
aislarse, de apartarse de la causa del conflicto. Si para nuestra
felicidad dependemos de otro, de la sociedad o del medio ambiente,
éstos llegan a hacerse esenciales para nosotros nos abrazamos a
ellos, y
con violencia nos oponemos a su alteración en cualquiera forma, porque de ellos
dependemos para nuestra seguridad y conforte psicológicos. Aunque percibamos,
intelectualmente, que la vida es un continuo proceso de flujo, de mutación, que necesita
cambio constante, sin embargo, emocional o sentimentalmente nos aferramos a los
valores establecidos y confortantes; de allí que haya una lucha constante entre
el cambio y el deseo de permanencia. ¿Es posible poner fin a este
conflicto?
La vida no puede existir sin la
convivencia; pero la hemos hecho en extremo
angustiosa y repugnante por basarla en el amor personal y
posesivo. ¿Puede uno amar y sin embargo no poseer? Encontraréis la
verdadera respuesta no en el escape, no en los ideales, no en las creencias,
sino por, la comprensión de las causas de la dependencia y el afán posesivo. Si
puede comprenderse profundamente este problema de la relación entre uno y el
otro, entonces tal vez comprendamos y resolvamos los problemas de nuestra
relación con la sociedad, puesto que la
sociedad no es sino la extensión de nosotros mismos. El ambiente, al
que damos el nombre de sociedad, ha sido creado por pasadas generaciones; lo
aceptamos porque nos ayuda a conservar nuestra codicia, afán posesivo,
ilusiones. En esta ilusión no puede haber unidad ni paz. La unidad meramente
económica producida por medio de la coacción y la legislación, no puede poner
fin a la guerra. Mientras no
comprendamos la interrelación individual, no podemos tener una sociedad
pacifica. Puesto que nuestra convivencia
se halla basada en el amor
posesivo, tenemos que llegar a ser
plenamente conscientes, en nosotros mismos, de su nacimiento, sus causas, su
acción. En el hecho de darse plena cuenta del proceso de la posesividad, con su
violencia, sus temores, sus reacciones, surge una comprensión que es total,
completa. Sólo esa comprensión libera al pensamiento de la
dependencia y
el afán posesivo. Es dentro de uno mismo donde puede encontrarse la armonía en
la convivencia, no en otro, ni en el medio
ambiente.
En la convivencia la causa primordial de fricción es uno
mismo, el yo, que es centro del anhelo unificado. Si tan sólo podemos darnos
cuenta que no es la actuación del otro lo de primordial importancia, sino cómo
cada uno de nosotros actúa y reacciona; y si esa reacción y acción pueden ser
fundamental, profundamente comprendidas, entonces la convivencia sufrirá un
cambio radical y profundo. En esta
relación de convivencia con otro existe no sólo el problema físico, sino también
el de pensamiento y sentimiento en todos los niveles; y sólo es posible estar en
armonía con otro cuando uno mismo es integralmente armónico. Lo que importa en
la convivencia es tener presente no al otro, sino a uno mismo, lo cual no
significa que deba uno aislarse, sino que comprenda hondamente en uno mismo la
causa del conflicto y el dolor. En tanto que dependamos de otro, intelectual o
emocionalmente, para nuestro bienestar psicológico, esa dependencia
inevitablemente tiene que crear temor, del cual emana el sufrimiento.
Para comprender la complejidad
de la interrelación, debe haber paciencia reflexiva y sincero propósito. La
convivencia es un proceso de autorevelación en el que uno descubre las causas
ocultas del sufrimiento. Esta autorevelación es sólo posible en la
convivencia.
Pongo énfasis en la relación
de convivencia, porque en el acto de entender profundamente su complejidad
estamos creando comprensión, comprensión que trasciende la razón y la
emoción. Si
basamos nuestra comprensión meramente en la razón, entonces hay en ella
aislamiento, orgullo y falta de amor; y si la basamos únicamente en la emoción,
no existe profundidad, hay sólo sentimentalismo que pronto se esfuma, y no amor.
Solamente como resultado de esta comprensión puede existir la plenitud de
acción. Tal comprensión es impersonal y no puede ser destruida; ya no está
supeditada al tiempo. Si no podemos derivar comprensión de los diarios problemas
de la codicia y de nuestras relaciones de convivencia, entonces el buscar tal
comprensión y amor en otras esferas de conciencia es vivir en la ignorancia y la
ilusión.
Cultivar simplemente la
bondad, la generosidad, sin la comprensión plena del proceso de la codicia, es
perpetuar la ignorancia y la crueldad; sin comprender integralmente la
convivencia, tan sólo cultivar la compasión, el perdón, es producir el
aislamiento de uno mismo y condescender con ciertas formas sutiles
de orgullo.
En la comprensión plena del anhelo hay compasión, perdón. Las virtudes que se
cultivan no son virtudes. Esta comprensión requiere lucidez constante y alerta,
persistencia ardua y a la vez flexible; el simple control con su entrenamiento
peculiar tiene sus peligros, puesto que es unilateral incompleto y por tanto,
vacío.
El interés verdadero produce
su propia concentración natural, espontánea, en la que hay el florecimiento de
la comprensión. Tal interés se despierta por medio de la observación, el
cuestionar las acciones y reacciones de la existencia
diaria.
Para captar el complejo
problema de la vida, con sus conflictos y dolores, tiene uno que producir
comprensión integral. Esto puede efectuarse sólo cuando comprendemos
profundamente el proceso del anhelo, que es ahora la fuerza central de
nuestra vida.
Krishnamurti, Ojai,
1940.