¿Dios castiga?
José Miguel Arráiz
¿De dónde ha venido la “castigo-fobia”?
En los capítulos previos he estado tratando el tema del castigo,
específicamente cómo la idea de que Dios no castiga nunca ha ido
infiltrándose en el pueblo católico al punto que es frecuentemente
escuchada en predicaciones, homilías inclusive de gente muy
preparada. Pero ¿de dónde ha venido esta alergia a la palabra “castigo”
o lo que dicha palabra significa, incluso entre gente muy buena y bien
formada? El Papa Benedicto XVI dio un lúcido diagnóstico que nos lo
puede clarificar:
“Me comentó algo muy interesante el arzobispo de Dublín. Dijo que
el derecho penal eclesial funcionó hasta los últimos años de la
década de 1950, que si bien no había sido perfecto -mucho hay en
ello para criticar-, se lo aplicaba. Pero desde mediados de la
década de 1960 dejó simplemente de aplicarse. Imperaba la
conciencia de que la Iglesia no debía ser más Iglesia del derecho,
sino Iglesia del amor, que no debía castigar. Así, se perdió la
conciencia de que el castigo puede ser un acto de amor.
En ese entonces se dio también entre gente muy buena una
peculiar ofuscación del pensamiento. Hoy tenemos que aprender
de nuevo que el amor al pecador y al damnificado está en su recto
equilibrio mediante un castigo al pecador aplicado de forma
posible y adecuada. En tal sentido ha habido en el pasado una
transformación de la conciencia a través de la cual se ha
producido un oscurecimiento del derecho y de la necesidad de
castigo, en última instancia también un estrechamiento del concepto
de amor, que no es, precisamente, sólo simpatía y amabilidad, sino
que se encuentra en la verdad, y de la verdad forma parte también
el tener que castigar a aquel que ha pecado contra el verdadero
amor”
(1).
De esta manera se ha querido erradicar tanto la idea de un Dios que
pueda castigar si así lo decide, como la imagen de una Iglesia que
castiga con las penas medicinales a quien así lo amerita. Sencillamente,
no resulta políticamente correcto hablar del castigo divino hoy en día.
¿Es acaso sólo un problema de semántica?
Así que para cerrar este hilo de reflexiones, quiero abordar con más
detalle el problema de la terminología, pues algunas de las personas
que he escuchado opinar sobre este tema, me han dicho que quizá se
trata todo de un problema de semántica. Que probablemente estamos
todos diciendo lo mismo con distintas palabras.
Y es que ¿no es mejor enseñar solo que Dios “corrige” sin utilizar la
palabra “castigo” y así evitar el riesgo de que personas poco formadas
se hagan la idea de un Dios “castigador” y “vengativo”? ¿No es más
conveniente presentar un Dios “buena onda” que por ser pura
misericordia jamás nos va a castigar? ¿Una palabra más “suave” que
diga esencialmente lo mismo quizá podría ayudar, piensan algunos?
Pues bien, en mi opinión no se trata sólo de un problema de
terminología, sino de una mala comprensión de la doctrina católica, que
se manifiesta en una incapacidad de entender la justicia divina a la luz
de su misericordia, pero antes de ir a ello, repasemos brevemente el
significado de la palabra “castigo”.
Clarificando una vez más el significado de la palabra
“castigo”
En mi primer comentario decía que las cuestiones terminológicas son
de segundo orden con respecto a las cuestiones de fondo o de contenido
y porque cada uno tiene derecho a elegir su propia terminología, dentro
de ciertos límites. Pero…¿Es conveniente que en este caso cada quien
use su propia terminología? Sabemos que un “castigo” es simplemente
la “pena que se impone a quien ha cometido un delito o falta.” (RAE),
si alguien desea llamarle corrección, quizá no haya problema. Ahora
señalaré porqué pienso que esto no es conveniente:
1) Si bien el castigo puede tener carácter correctivo, como es el castigo
temporal, también tiene un carácter vindicativo, pues busca además la
conversión del pecador y expiar la ofensa inferida a Dios y restaurar el
orden moral perturbado por el pecado. Por lo tanto, es correcto decir
que la palabra “castigo” no es sinónimo de “corrección”, aunque puede
comprenderlo. El castigo puede tener solo carácter vindicativo, como es
el caso del castigo eterno o la condenación.
2) El pueblo de Dios siempre ha entendido el castigo divino en este
sentido, comprendiendo a la vez su carácter correctivo como
vindicativo, ya sea tanto en el Antiguo Testamento, como en el Nuevo,
así como en la Iglesia primitiva, los escritos de los Santos y Padres de
la Iglesia y el Magisterio. Nunca se debe dejar de predicar la verdad
aunque no sea lo políticamente correcto ¿Qué entenderá un fiel que lea
las obras de los santos y encuentren que se habla nítidamente de la
noción de que Dios puede castigar y vean que ahora se propaga la
doctrina contraria? ¿No es mejor enseñar la verdad conforme a las
Escrituras y la Tradición, de manera que los fieles puedan comprender
rectamente que la justicia divina no entra en conflicto con su
misericordia? ¿No dice acaso la Biblia que “el Señor castiga a quien
ama y azota a los hijos que reconoce” (Hebreos 12,6)?
3) Es un error asumir que ha habido un “desarrollo” de la doctrina
cristiana cambiando la posición de la Iglesia en este punto. En primer
lugar, se ha de recordar que la doctrina se desarrolla siempre en el
mismo sentido y no de manera transformista. En segundo, no hay nada
en el Magisterio que permita inferir o sospechar esto. Todo lo contrario,
si quienes afirman que Dios no castiga pudieran citar un solo
documento magisterial donde se afirme tal cosa, ya lo hubiesen hecho y
no hubiesen tenido que echar mano de citas parafraseadas en las que ni
siquiera aparece la palabra “castigo”. No resulta difícil encontrar
muchas referencias explícitas del Magisterio, incluyendo Concilios
Ecuménicos, diciendo lo contrario, tal como se evidenció en las
entregas anteriores.
Aclaratorias pertinentes
Por último, quiero aclarar un punto desagradable. Me he enterado por
las redes sociales que Alejandro Bermúdez ha entendido que les he
acusado a él y a nuestro hermano Frank Morera de ser “herejes” o de
que están en contra de la doctrina católica. Aprovecho de aclararle que
esto no es cierto. He señalado que están equivocados en este punto, y
que por su relevancia en los medios de comunicación, esto hace que su
error afecte a más personas, pero para ser hereje se necesitan ciertos
elementos que él seguramente conoce tan bien como yo y no me
corresponde hacer ese tipo de juicios. Este problema trasciende por
mucho el error puntual que puedan cometer dos comunicadores
católicos, se trata de un error que se encuentra en la predicación
inclusive de sacerdotes (sin ir muy lejos, mi propia hermana en la Santa
Misa del día en que escribía esto, escuchó al sacerdote en la homilía,
predicar que Dios no castiga).
Mi exhortación es que enseñemos la doctrina católica tal como la
Escritura, el Magisterio y la Tradición la han enseñado siempre, no
cayendo en la tentación de ceder a lo políticamente correcto, o de
aferrarnos a una idea de moda que como ha dicho Benedicto XVI,
aunque se encuentre entre gente muy buena, no es sino una “peculiar
ofuscación del pensamiento” que ha “perdido la conciencia de que el
castigo puede ser un acto de amor”.
1 Benedicto XVI, Luz del mundo, Herder 2010, p. 16-17