* «Una carta de Santo Tomás Moro me hizo comprender que
Dios quiere para mí lo mejor. Se fue abriendo paso, rompí con mi
pareja, lo pasé mal pero con hambre de rezar y unirme a Dios. Descubrí
la Misa diaria. Fui creciendo una tranquilidad en mí. Dios me iba
atrayendo a él. Me decidí a estudiar Teología por si Dios me llamaba al
sacerdocio. Me sentía una marioneta de Dios. Fue una locura. Sentí mucha
tranquilidad, una especie de inquietud de que Dios me acogía con cariño
y me llevaba a Él»
Camino Católico.- Santiago
Carbonell es sacerdote en la Archidiócesis de Valencia, pero antes de
descubrir su vocación negaba la existencia de Dios. Procede de una
familia no excesivamente cristiana de ocho hermanos: “Mi madre era la única que
mantenía la fe”, cuenta a H.M. Televisión.
Su infancia estuvo inmersa en un estado de felicidad que el propio Santiago no
podía definir ni identificar:
“He nacido en una familia relativamente cristiana católica.
Tengo seis hermanos y dos hermanas. Mis padres eran cristianos
normalitos, aunque no mucho. Llegó un momento en el que únicamente mi
madre mantenía la fe en la familia. Recuerdo haber tenido de jovencito
momentos de estar lleno de felicidad, pletórico, de decir que bien se
está contigo Señor, pero sin saber hablar a Dios ni saber que era Dios
en el fondo. Eso me salía de forma natural. Recuerdo tener momentos de
estos cuando iba al conservatorio”.
Pero aquella fe se esfumó durante su etapa en el instituto:
“La parroquia donde vivía era muy pequeña, solo se celebraba
la Misa del domingo, y con el tiempo se enfrió todo. En el instituto me
di cuenta, con tristeza, que Dios no existía. Quería
que existiera pero pensaba que era mentira. Lo veía como una rémora del
pasado que había que eliminar. La vida es más dura de lo que te pintan.
Por lo tanto, tengo que pasar de Dios y hacer mi vida a mi aire. Me
convencí de que tenía que pasar de Dios”.
Este sentimiento de lejanía hacia Dios hizo que Santiago Carbonell
finalmente recibiera el sacramento de la Confirmación, aunque “por inercia
familiar”. Tanto es así que, semanas antes, cruzando un paso de cebra, “le
decía a Dios que yo sería el Hijo Pródigo de la Parábola y, si existes, ya me
encontrarás”, relata.
“Con el paso de los años, me sentía muy triste. Estaba en la
Universidad, con mis amigos, mi novia… pero estaba triste por dentro.
Sentía un gran vacío. Le pedía a Dios que si había alguien arriba, me
ayudara. Se abrió una pequeña grieta en mi corazón”.
A raíz de aquello, el hoy sacerdote sentía ganas de estrechar su relación con
Dios: “Fui a Misa los domingos, buscaba cosas por Internet de Dios y de los
santos…” En
este punto del camino, Santiago leyó un texto de Santo Tomás Moro,
concretamente la carta que escribió a su hija desde la torre de Londres
esperando a que le cortaran la cabeza. Santo Tomás le decía a su
hija por carta que no se preocupara: “Hija no hay nada que pueda
pasarme que Dios no lo quiera, y lo que Dios quiere para mi es siempre
lo mejor, aunque no lo parezca”.
El contenido de aquella carta de Santo Tomás Moro a su hija siglos antes, marcó
a Santiago Carbonell de por vida: “Dios
quiere para mí lo mejor. Se fue abriendo paso, rompí con mi pareja, lo
pasé mal pero con hambre de rezar y unirme a Dios. Descubrí la Misa
diaria. Fui creciendo una tranquilidad en mí. Dios me iba atrayendo a
él. Nada se verbalizaba, pero era un hilo que me iba atrayendo”, comenta en la
conversación con ‘HM Televisión’.
Luego, se decidió a estudiar Teología por pura intuición, “por si Dios me
llamaba al sacerdocio”. Sin saber muy bien por qué, decidió ingresar en el
seminario: “Me
sentía una marioneta de Dios. Fue una locura. Sentí mucha tranquilidad,
una especie de inquietud de que Dios me acogía con cariño y me llevaba a
Él”.