Con el pecado ni se pacta ni se dialoga, sino que se le rechaza.
Y digo esto porque hay momentos en los que se quiere llegar a las
medias verdades dialogadas que son las mayores mentiras y todo por
querer complacer al auditorio.
El relativismo se manifiesta como el hilo conductor de un
pensamiento débil y de una descomposición tal en la que ‘todo vale’ con
tal que sea una percepción sentimentalista y afectista. Lo peor
del relativismo es que trastoca la verdad con la mentira, lo auténtico
con la falta de calidad y la virtud con el vicio. Ya el mismo San Juan Pablo
II
lo decía con firmeza y claridad: “El gran problema del futuro será el
relativismo”. Más de una vez lo pude escuchar en sus homilías y
discursos: “No es malo el deseo de vivir mejor, pero es equivocado el
estilo de vida que se presume como mejor, cuando está orientado a tener y
no a ser, y que quiere tener más no para ser más, sino para consumir la
existencia en un goce que se propone como fin en sí mismo” (Centesimus annus,
3).
Con el pecado ni se pacta, ni se dialoga puesto que es de justicia eliminar el
mal y favorecer el bien. Cualquier ambigüedad es un crimen psicológico y
espiritual.
A veces se ha confundido el diálogo con la cesión de la verdad para que
el interlocutor no se ofenda y esto, en definitiva, es adorar a la mentira.
El pecado es negar con la vida el amor que hemos recibido de Dios. El pecado
se ausenta de Dios porque lo margina. Dios está siempre con los brazos abiertos.
Recordamos lo que sucedió con el hijo pródigo.
“En la respuesta a la llamada de Dios, implícita en el ser de las
cosas, es donde el hombre se hace consciente de su trascendente
dignidad. Todo hombre ha de dar esta respuesta, en la que consiste el
culmen de su humanidad y que ningún mecanismo social o sujeto colectivo
puede sustituir. La negación de Dios priva de su fundamento a la persona
y, consiguientemente, la induce a organizar el orden social
prescindiendo de la dignidad y responsabilidad de la persona” (Juan
Pablo II, Centesimus annus, 14). Si algo conviene aplaudir al
hijo pródigo es que no tuvo vergüenza en volver a su casa donde el padre
le esperaba. Se deshizo de sus complejos y se lanzó a la mayor y mejor
aventura.
Dialogar con el pecado es dejarse llevar por el instigador que es el Maligno:
“El diablo es un mal pagador, ¡no paga bien! ¡Es un estafador! Te
promete todo y te deja sin nada. El diablo es astuto: no se puede
dialogar con él. Siempre pone un cebo que son las tentaciones, todos lo
sabemos porque todos las padecemos. Tentaciones de vanidad, de soberbia,
de codicia, de lujuria, de avaricia, de pereza” (Francisco, Homilía en Santa
Marta-Vaticano-, 10 de febrero del 2017).
Con la tentación no se dialoga porque para liberarse de ella, ante
todo, lo que ha de hacerse es rechazarla y no darle ninguna tregua.
De ahí que cuando hoy tanto se habla de diálogo conviene saber al
interlocutor a quien tiene uno delante de sí y todo lo más, si es un
auténtico diálogo, ir por el camino de la conversión como hizo Jesucristo
con la adúltera. “Tampoco yo te condeno; vete y a partir de ahora no
peques más” (Jn 8, 11). Jesucristo ni es legalista, ni es permisivo,
sino que conjuga la verdad, la justicia, el amor y la misericordia.
“Conviene avisar que nunca de tal manera nos transportemos en mirar la
divina misericordia, que no nos acordemos de la justicia; ni de tal
manera miremos la justicia, que no nos acordemos de la misericordia;
porque ni la esperanza carezca de temor, ni el temor de la esperanza” (Fray
Luis de Granada, Vida de Jesús 13).
La educación en la vida de fe ha de tantearse siempre y hemos de
pensar si sabemos estar en el lugar que nos corresponde, sin miedos y
sin traumas, puesto que es fácil caer en la trampa del simpatizar tanto
con la otra persona o ambiente que se llegue a caer en el legalismo o en
la permisividad. Y ante la propuesta engañosa de “estamos en otros
tiempos”, “hoy han cambiado los parámetros sociales y psicológicos”,
“conviene ser más flexibles”, “la Iglesia debe cambiar en sus ideas y
posturas”… la trampa es segura y de ella se ha de salir, o mejor,
procurar estar atentos y dar el paso de escapar. Con el pecado, ni pacto, ni
diálogo; con el pecador, verdad y misericordia.
Publicado en Iglesia Navarra.