Alguien
dijo una vez que los errores del pasado no nos definen como personas,
porque podemos superarlos y cambiar la historia de nuestro presente;
pero, lamentablemente existen algunos que juzgan a los demás por su
pasado y no entienden que siempre tenemos una oportunidad para empezar
de nuevo.
Entonces
una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a
la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y
estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas
sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los
ungía con el perfume. Cuando vio esto el fariseo que le había convidado,
dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de
mujer es la que le toca, que es pecadora.
Lucas 7, 37-39
¿Alguna vez te has sentido juzgado por tu pasado?
Jesús fue invitado a la casa de un fariseo; entonces, se acercó una mujer
pecadora, quien se postró a los pies del maestro, llorando, besando y
derramando un perfume costoso sobre Él. Pero esta escena no fue bien
vista para los demás, quienes conocían su pasado y la juzgaban.
El
fariseo pensó que Jesús no sabía quién era esa mujer; pero, el Señor le
demostró que en realidad la conocía mejor que ninguno, puesto que
miraba más allá de sus errores; veía su presente y futuro, su
arrepentimiento sincero y un amor profundo por Dios.
¿Qué miras en los que te rodean?
Es
fácil juzgar y condenar a alguien por sus errores o pecados. Cuando
miramos a los demás es sencillo observar esa mancha negra en su vida por
algún error que cometió; pero es fundamental entender que Dios es
diferente, a Él no le interesa el pasado, su mirada no está atrás, sino
adelante.
En esta oportunidad te animo a tener los ojos de Jesús, no trates a las
personas de acuerdo a su pasado, sino por el amor y la misericordia que el Señor
tiene con cada uno. Si cambias tu forma
de pensar, seguramente comenzarás a actuar como hijo de Dios y en lugar
de juzgar, querrás que todos se salven.