Con la publicación de esta
conferencia, en la que el Dr. Antonio Caponnetto nos habla magistralmente de los
aportes fundamentales del Doctor Angélico a la exacta sinfonía en que concurren
la Fe y la Razón, tuvo fin el ciclo
"Los Clásicos" que el Centro de
Estudios Nuestra Señora de la Merced ha auspiciado recientemente. Varios
aspectos se abordan en la misma:
El primero consiste en un análisis filosófico-teológico de la
relación entre la Fe y la Razón. En segundo lugar se explica aquella premisa
inicial del célebre binomio: "creer para entender", y consiguientemente su
complemento necesario: "entender para creer". En ambos casos las explicaciones
se sostienen en los mismos textos de Santo Tomás de Aquino, cotejados y
complementados con las de otros representantes del magisterio católico.
Distante del fideísmo y del racionalismo, la exposición
aborda una cuarta parte: el esbozo histórico de las relaciones entre la Fe y la
Razón, y el papel hegemónico que juega Santo Tomás de Aquino en el decurso de
esa concordia.
Posteriormente se tienen en cuenta las secuelas de la
discordia, intencionalmente provocada, como por ejemplo, la prepotencia
cientificista. Y se exponen algunas pautas para recuperar la inescindible
cooperación que debe existir entre el creer y el entender. Entre estas pautas se
enfatiza aquella consigna clásica, lamentablemente abandonada, del
philsophari in Maria. Filosofar en María, reconociendo a la Virgen
Santísima como Sede de la Sabiduría.
Por último, la vida y la muerte del Aquinate son presentados
como ejemplos vivos y encarnados de esta gloriosa armonía entre la inteligencia
y el misterio, el logos y el Credo.
A principios de 1274, estando ya enfermo, es llamado por
el Papa para participar en el Segundo Concilio de Lyón en el que se iba a
discutir la reunión con los griegos; pidiéndosele que lleve el tratado que
había escrito contra los errores de aquellos. No obstante estar agotado, se puso
en camino por obediencia al Santo Padre, recibiendo un fuerte golpe en la cabeza
de la rama de un árbol cruzado sobre el trayecto.
Se detuvo unos días en la casa de unas de sus hermanas, ya
exhausto. Sin embargo celebró la santa Misa con una devoción extraordinaria,
cubierto de lágrimas.
Hacia fines de Febrero pidió ser llevado a
la abadía cisterciense de Fossanova donde hizo una confesión general y
allí, al recibir por últimas vez la Sagrada Eucaristía, escribió la siguiente
oración:
"Te recibo Señor, precio de la redención de mi
alma,
te recibo viático de mi peregrinación, por cuyo amor he
estudiado, velado y trabajado;
te he predicado y te he enseñado.
Jamás he dicho nada contra ti, pero si acaso lo hubiera
dicho, Señor,
ha sido de buena fe y no sigo obstinado en mi
opinión.
Si algo menos recto he dicho sobre éste y los demás
sacramentos,
lo confío completamente a la corrección de la Santa
Iglesia romana,
en cuya obediencia salgo ahora de esta vida y parto para
la muerte".
Salió de la vida y partió hacia la muerte el 7 de Marzo de
1294. Para recibir en el Cielo el premio que había pedido cuando, en
Diciembre de 1273, mientras oraba en la soledad de la iglesia de Santo
Domingo de Nápoles, se le apareció el Señor y le dijo: "Tomás, mucho y
bien has escrito sobre Mí ¿Qué quieres en cambio como recompensa?" A lo que
el santo respondió: "Señor, elijo a Vos mismo". Desde entonces
hay un Jesús de Tomás y un Tomás de Jesús.