
Es sabido que la Tradición no
puede ser modificada en cuando inspirada por Dios, ni por la suprema autoridad
de la iglesia. No obstante el Reverendo padre Antonio Panaro, párroco de Santa
Francisca Javier Cabrini hizo lo que el Papa no podría: luego de interrumpir la
ceremonia con que finalizaba la procesión del Corpus espetó nervioso a los
feligreses de la capilla Sagrado Corazón de Jesús bajo su jurisdicción, que
la Tradición se terminaba en ese momento.
Se puede decir que un ambiente
celestial envolvía a los feligreses esa luminosa mañana del pasado 6 de Junio
cuando comenzaron a entonar un saludo a la Santísima Virgen en la parte
conclusiva de la Liturgia de Corpus Christi (*). No podía ser de otro modo luego
de la solemnísima misa y procesión que estaba concluyendo y que habían sido
seguidas con la devoción y piedad acostumbrada. Por eso la irrupción de un
señor, al que muchos no reconocieron fácilmente como sacerdote por su informal
vestimenta, quien detuvo a los gritos la música y se puso a reputar como malo y
prohibir un acto de por sí excelente, causó un efecto de mucha mayor irritación
en los fieles que el que podrá sentir quien lee está crónica.
El padre
Panaro llegó a la capilla cuando los últimos feligreses, de vuelta de la
procesión, hacían su ingreso. Quedóse en el fondo y desde allí oyó la ardorosa
melodía del Tamtum Ergo, pudo sentir el aroma del incienso con que el celebrante
homenajea al Santísimo en el preciso momento en que se canta: “Genitóri,
genitóque laus et jubilátio”, vio como la custodia trazaba en los aires la
santa Cruz con que el Pan Vivo bajado del cielo bendecía a los presentes ¡Pero
permaneció de pie! destacándose entre la arrodillada concurrencia. El mal humor
con que había llegado iba ”in crescendo” porque los circundantes lo oyeron
decir: “esto no lo hacen más, esto no lo voy a permitir”. Aún así todavía
se contuvo y pudo oír las letanías; pero ya era suficiente porque al comenzar el
“Salve de los cielos Reina inmaculada...” arremetió en dirección al
presbiterio.
En su
impetuosa marcha empujó a una niña que aún estaba de rodillas, tropezó con un
anciano, escuchó sin hacer caso a alguien que habiéndolo observado y suponiendo
lo que iba a hacer le dijo “Ahora no padre”; y por fin pudo gritar:
“Paren, paren...”
El órgano
se detuvo, las voces callaron y comenzó el sorprendente sermoneo del cura que
acusaba de desobediencia (no obstante reconocer luego en el mismo discurso que
había dicho que todo quedara como antes de asumir el curato). Que endilgaba el
haber hecho un acto que divide de modo que las oraciones que se acababan de
decir perdían sentido. Resaltó que el abolía la tradición y prohibía la
exposición y adoración del Santísimo respaldado por el poder que le había
conferido el Cardenal Bergoglio. Para luego intentar congraciarse las simpatías
de los fieles a los que amonestaba, diciendo que prefería el diálogo y pedía que
no juzgaran a nadie. ¡Lindo diálogo ese que los dejó en la calle sin una sola
palabra de explicación: sólo un cartel provocador en una puerta
clausurada!
A
propósito, cada vez que cualquier déspota quiere hacer su voluntad por sobre las
normas litúrgicas o la tradición usa de los términos “desobediente,
desobediencia”, pero en vez de aplicárselo a sí mismo, se lo endilga a sus
víctimas.
Así paso
cuando al querer comulgar de rodillas, con una carta enviada por la Santa Sede
en la mano resguardando ese derecho de los fieles, los dejaban sin comunión
porque desobedecían no sé qué norma inexistente mientras ellos desobedecían al
Papa.
Los
llamaron también desobedientes al prohibir la segunda misa Tridentina
(28/10/2007) rezada en la capilla con permiso del párroco; mientras ellos
vulneraban el Motu Proprio Summorum Pontificum.
Volvamos al
relato. La feligresía oyó la injusta reprimenda y luego quedó en breve silencio.
Pero cuando el cura insistió en que había tenido que interrumpir la celebración
porque no eran concientes de lo que habían hecho, realizando con ello un juicio
temerario, y volvió a insistir en que no lo iba a permitir, estalló la santa
indignación y al cura se le cantaron cuatro frescas. El que quiera enterarse que
se dirija a su paternidad para preguntarle (011
4632-2387).
Nosotros,
mientras tanto, publicamos a continuación lo que dijo el Padre Panaro. Pero para
resaltar sus contradicciones, su incoherencia y su prepotencia, nos hemos tomado
la libertad de subrayar, repetir y enfatizar algunos pasajes de su discurso. En
breve publicaremos el texto lineal, que no mejora en absoluto éste que aquí
presentamos".