From: mdeg0011 <mdeg0011@alerce.pntic.mec.es>
Date: Tue, 14 Sep 2004 11:43:44 +0200
Subject: www,psiquiatria.com
El sentimiento de no merecer la dicha es uno de los errores psicológicos
má
s
extendidos.
FUENTE: EL NORTE DE CASTILLA. 2004;:14-MAYO.
[noticias] [14/5/2004]
Ocurre a menudo que las situaciones de bonanza, prosperidad o bienestar
provocan en algunas personas una extraña aprensión. No es posible que todo
me vaya bien, se dicen. Parece como si no se atrevieran a disfrutar de los
dones de la vida, no tanto por temor a gastarlos cuanto por la sospecha de
que encierran alguna trampa, o presintiendo que en el momento más
inesperad
o
se esfumarán para dar paso a las cargas, las pejigueras y los quebrantos.
E
n
cierto modo, son individuos que se han impuesto a sí mismos la prohibición
de ser felices.
No se trata de masoquismo. Al fin y al cabo, el masoquista goza de alguna
forma de felicidad, aunque sea perversa. Como en los personajes creados por
Leopold von Sacher-Masoch en 'La venus de las pieles', el sufrimiento y la
humillación son para él una fuente de rara satisfacción. En cambio quienes
ponen veto a la felicidad actúan inconscientemente en dirección opuesta:
ensombreciendo las vivencias favorables por miedo a la plenitud.
El sentimiento de no 'merecer' la dicha es uno de los errores psicológicos
más extendidos. En él incurren muchos sufridores persuadidos de que la vida
es un valle de lágrimas y de que disfrutar de sus regalos constituye un
act
o
de irresponsabilidad o de necedad. A menudo aqueja a personas que en la
infancia han recibido una formación estricta y rígida, presidida por la
ide
a
del deber o por las constricciones doctrinales de una creencia religiosa o
una ideología. Ellas le enseñaron a medir el valor de sus actos conforme a
un sentido excluyente de la rectitud: sentirse bien es, en cierto modo, la
negación del mérito. Solo vale aquello que viene acompañado de ciertas
dosi
s
de padecimiento.
Supersticiones
Hay en este puritanismo mortificante una especie de superstición de orden
compensatorio: en la medida que algo nos exija sudor o comporte alguna
mortificación, tenemos asegurada la recompensa. En cambio aquello que nos
resulta bueno y agradable traerá consigo la correspondiente pena. Si hoy
no
s
sonríe la buena suerte, mañana lo pagaremos con creces. Cuidado con reír,
que luego vendrán el llanto y el crujir de dientes. El sufridor nunca
confiesa que lo ha pasado bien haciendo un trabajo, o que se encuentra a
gusto en un lugar, o que una cosa le causa placer. Hacerlo significaría
par
a
él reconocerse culpable y por tanto merecedor de castigo. En el mejor de
lo
s
casos lograremos arrancarle un tibio «sí, pero...»: es un bonito domingo,
pero le espera una semana de duras tareas. Se siente querido por los suyos,
pero el amor no dura siempre. Ha alcanzado el éxito, pero a nadie desearía
los padecimientos que eso le ha costado.
También la estética del doliente, del derrotado, ha concedido un singular
prestigio intelectual y estético a la pesadumbre. Consideramos más
inteligente a quien sabe percatarse del lado negativo de la realidad que a
quien se extasía como un panoli ante sus bienes. ¿Con qué derecho vamos a
dar la bienvenida a la felicidad que se nos ofrece en un día de fiesta o en
un golpe de fortuna mientras en el mundo hay personas padeciendo toda clase
de desgracias y de injusticias? ¿Qué clase de dicha es esa que sólo
representa un islote en el vasto océano de la miseria humana?
Por regla general, las actitudes pesimistas son el reflejo de una baja
valoración de uno mismo. Es la inseguridad infantil de quien se encuentra
mejor abrigado por la lástima ajena que enfrentado a la aventura de la
propia responsabilidad. El miedo a ser feliz es una de las manifestaciones
del miedo a ser libre. De ahí han surgido los puritanismos y los
fanatismos
.
Porque siempre es más sencillo mostrar unas dosis de dolor que nos eximan
d
e
culpa que sentirse jubilosos y que alguien venga a pedirnos cuentas por
ello.
El perfeccionismo
Otra de las causas que originan la autoprohibición de ser felices es el
perfeccionismo exagerado. «Muchas personas -escribió Pearl S. Buck- se
pierden las pequeñas alegrías mientras aguardan la gran felicidad». El
perfeccionista se rige por esquemas que no admiten la posibilidad de
aciert
o
completo. Puesto que todo es mejorable, fijémonos en los defectos.
Torturémonos pensando que podría haber salido mejor. Permanezcamos en un
perpetuo estado de insatisfacción, sin bajar la guardia, sin conceder la
menor tregua a la complacencia ni al gozo.
Como anotaba Jean Cocteau en sus 'Diarios', «la felicidad exige talento; la
desdicha no, porque se deja llevar». La capacidad humana para buscar
argucias contra lo positivo es inagotable. Los enemigos de la dicha lo
tienen muy fácil para sobrevalorar temores, ansiedades, penas y sombras.
Pero también es posible reeducar el espíritu para la construcción de la
felicidad y gestionar asertivamente los pequeños o grandes regalos de la
existencia.
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