Mi esposo, el Rav Berg,
en una oportunidad me contó una historia sobre dos
grandes amigos. Había un hombre que fue sentenciado a
muerte. Antes de que se lo llevaran, el condenado rogó
al rey: “Por favor, concédeme tres días para poner mis
asuntos en orden y asegurarme que mi familia reciba
atención”.
“¿Cómo sabré que
regresarás?”, preguntó el rey. Casi inmediatamente, el
mejor amigo del hombre condenado levantó su mano y dijo:
“Yo tomaré su lugar. Si él no regresa, puedes colgarme a
mí en vez de a él”.
Tres días pasaron, y el
hombre condenado no había regresado. Cuando llegó el
tiempo para la horca, los guardias del rey se voltearon
hacia el hombre que se había ofrecido como sustituto y
dijeron: “Tendrás que tomar su lugar”.
Antes de que la soga
fuese deslizada sobre la cabeza del hombre, una voz
repentinamente corrió en la distancia. “¡Estoy aquí!
¡Estoy aquí! ¡Deténganse! ¡Deténganse!”. El hombre
condenado corrió a través de la multitud para tomar su
lugar en la horca.
En este punto, sin
embargo, el amigo ya había pensado en morir por el
primer hombre. “Llegaste tarde”, dijo, “Así que tal vez
éste estaba destinado a ser mi destino. Tú tienes una
familia que te necesita, yo estoy sólo, ya estoy aquí y
listo para partir”.
Los dos amigos
discutieron continuamente, cada uno eligiendo morir por
el otro. Al ver esto, el rey detuvo la horca, diciendo:
“Mi sentencia fue para un hombre, pero veo que si matase
a uno de ustedes sería tan fuerte como si fuese a matar
a dos personas. Ambos pueden irse en
libertad”.
¿Cuál es el punto de
esta historia? Ya que cada amigo estaba dispuesto a
enfrentar la muerte por el otro, el juicio fue removido
de ambos.
Ahora ninguno de
nosotros, gracias a Dios, estará alguna vez en tan
extrema situación. Sin embargo, hay un mensaje aquí
sobre el poder ilimitado del amor incondicional. La
porción de esta semana, Bemidbar, nos otorga la
habilidad de ir en contra de nuestras dudas y entender
que nuestro crecimiento espiritual no está determinado
por cuánto aprendemos o incluso por cuánto oramos, está
determinado por cuánto nos preparamos para extendernos
hacia otros.
¿Sabes que la palabra
Kabbalah significa “Recibir”? En nuestras vidas, no
tenemos problemas con recibir. El problema yace en lo
que ocurre al otro lado. La mayoría de las veces, las
personas que son (o parecen ser) las más exitosas
también son infelices porque no han encontrado el
balance entre lo que tienen y lo que pueden compartir y
hacer por este mundo. Que esta semana, cada uno de
nosotros pueda tener la habilidad de acceder a nuestros
frutos (ya sea tiempo, dinero o talentos) y encuentre
las formas para compartirlos con el mundo.
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