| Asunto: | [redluzargentina] La leyenda del Algarrobo | Fecha: | Jueves, 19 de Enero, 2006 18:01:40 (-0600) | Autor: | Ricardo Ocampo <redanahuak @...............mx>
|
|
From: Re-UnionArgentinaDeLuz@gruposyahoo.com.ar
Date: Thu, 19 Jan 2006 23:55:11 +0000
LA LEYENDA DEL ALGARROBO
<http://www.temakel.com/fotoalgarrobonortea.jpg>
El algarrobo es un árbol con fuerte presencia en Argentina. El
ejemplar que aparece en la fotografía de arriba posee más de cinco siglos y
se encuentra en la localidad de Purmamarca, en la Quebrada de Humahuaca, en
la provincia argentina de Jujuy. Bajo sus ramas, en el siglo XVl, el
caciqu
e
Viltipoco y otros jefes se conjuraron para resistir al español, conformando
un ejército de 10000 guerreros. Una de las estrategias urdidas por el
cacique fue simular una conversión al cristianismo para acercarse al
enemig
o
y estudiarlo antes de atacar. Y fue también allí, bajo el árbol, que
Viltipoco fue sorprendido mientras dormía, víctima de una traición. Así lo
recuerda una placa al costado del tronco.
Pero en el imaginario de las leyendas el algarrobo puede vincularse con
la vida y la fertilidad más que con la guerra. Este es el caso de la
leyend
a
del algarrobo nacida en el norte argentino .
LA LEYENDA DEL ALGARROBO
Era en tiempos de los Incas.
Los quichuas adoraban con las principales honras a Viracocha, señor
supremo del reino. También adoraban a Inti, a las estrellas, al trueno y a
la tierra.
Conocían a esta última con el nombre de Pachamama, que es como decir
"Madre Tierra" y a ella acudían para pedir abundantes cosechas, la feliz
realización de una empresa, caza numerosa, protección para las
enfermedades
,
para el granizo, para el viento helado, la niebla y para todo lo que podía
ser causa de desgracia o sinsabor.
Levantaban en su honor altares o monumentos a lo largo de los caminos.
Los llamaban apachetas y consistían en una cantidad de piedras
amontonadas unas encima de las otras, formando un pequeño montículo.
Allí se detenía el indio a orar, a encomendarse a la Pachamama, cuando
pasaba por el camino al alejarse del lugar por tiempo indeterminado o
simplemente cuando se dirigía al valle llevando sus animales a pastar.
Para ponerse bajo la protección de la Pachamama, depositaba en la
apacheta, coca, o cualquier alimento que tuviera en gran estima, seguro de
conseguir el pedido hecho a la divinidad.
Respetuoso de la tradición y de las costumbres, el pueblo quichua jamás
había olvidado sus obligaciones hacia los dioses que regían sus vidas.
Pero llegó un tiempo de gran abundancia en que los campos sembrados de
maíz eran vergeles maravillosos que daban copiosa cosecha, la tierra se
prodigaba con exuberancia y la ociosidad fue apoderándose de ese pueblo
laborioso que, olvidando sus obligaciones, abandonó poco a poco el trabajo
para dedicarse a la holganza, al vicio y a la orgía.
Se desperdiciaba el alimento que tan poco costaba conseguir, y con las
espigas de maíz, que las plantas entregaban sin tasa, fabricaban chicha con
la que llenaban vasijas en cantidades nunca vistas.
Fue una época sin precedentes.
El vicio dominaba a hombres y mujeres. Ellos, en su inconsciencia, sólo
pensaban en entregarse a los placeres bebiendo de continuo y con exceso,
comiendo en la misma forma y danzando durante todo el tiempo que no
dedicaban al sueño o al descanso.
Los depósitos repletos proveían del alimento necesario y nadie pensó que
esa fuente, que les proporcionaba granos y frutos en abundancia, se
agotarí
a
alguna vez.
El desenfreno continuaba y nada había que llamara a ese pueblo a la
reflexión y a la vida ordenada y normal.
Llegó la época en que se hacía imprescindible sembrar si se pretendía
cosechar, pero nadie pensaba en ello.
Inti, entonces, al comprobar que el pueblo desagradecido olvidaba los
favores brindados por la Pachamama, queriendo darles su merecido, resolvió
castigarlos.
Con el calor de sus rayos, que envió a la tierra como dardos de fuego,
secó los ríos y lagunas, los lagos y vertientes y, como consecuencia, la
tierra se endureció, las plantas perdieron sus hojas verdes y sus flores,
los tallos se doblaron y los troncos y las ramas de los árboles, resecos y
polvorientos, parecían brazos retorcidos y sin vida.
En los géneros aún quedaban alimentos, y en los cántaros, chicha. ¿Qué
importancia tenía, entonces, para esas gentes, que las plantas se secaran y
que el río hubiera dejado de correr, y seco y sin vida, mostrara las
parede
s
pedregosas de su lecho?
Mientras durara la chicha no podría desaparecer la felicidad ni la
alegría.
Pero un día llegó en que, con asombro, comprobaron que los graneros no
eran inagotables y que, para servirse de sus granos y de sus frutos, era
necesario depositarlos primero. El alimento comenzó a escasear, y con ello
las penurias, la miseria y el hambre hicieron su aparición.
Recapacitaron entonces los quichuas, decidiendo volver a trabajar los
campo
s
y a sembrarlos.
Pero el castigo de Inti no había terminado y la tierra, cada vez más reseca
y dura, no se dejaba clavar los útiles con que pretendían labrarla, y así
era imposible poner la semilla. La desolación y la miseria fueron soberanas
de ese pueblo que, en un instante, olvidó las leyes de sus dioses y sus
obligaciones con la vida.
Los animales, flacos, sin fuerzas, morían en cantidad y parecía mentira
que esos campos, que al presente se asemejaban al más desolado de los
páramos, hubieran podido ser, alguna vez, praderas alegres cubiertas de
hierbas y de árboles o de extensas plantaciones de maíz, en las que los
frutos se ofrecían generosos.
Los niños, pobres víctimas inocentes de los pecados y de la disipación
d
e
los mayores, débiles, flacos, con los rostros macilentos, los ojos grandes
y
desorbitados, verdaderos exponentes de miseria y de dolor, sólo abrían sus
bocas resecas para pedir algo que comer. Los más débiles morían sin que
nadie pudiera hacer algo por ellos.
El sol caía a plomo. De una de las casas de piedra que se hallaban en
lo
s
alrededores de la población, una mujer salió, corriendo desesperada.
Era Urpila que, enloquecida porque sus hijos morían de hambre y de sed ,
arrepentida de las faltas cometidas en los últimos tiempos, demostrando a
todos su vergüenza, su pecado y su olvido de Inti y de la Pachamama, corría
a la primera apacheta del camino a pedir protección a la Madre Tierra y a
depositar su ofrenda de coca y de llicta, últimas porciones que había
podid
o
conseguir.
Llegó a la apacheta y, casi sin fuerzas, comenzó a implorar:
Pachamama,
Madre Tierra,
Kusiya... Kusiya...
Lloró y se desesperó ante el altar de la diosa, prometiendo enmienda y
sacrificios.
Extenuada, sin fuerzas para continuar, se sentó en el suelo, apoyando su
cuerpo cansado en el tronco de un árbol que crecía a pocos pasos y cuyas
ramas secas parecían retorcerse en el espacio.
Tan grande era su fatiga, tanta su debilidad, que, vencida, bajó la
cabeza y no tardó en quedarse profundamente dormida.
Tuvo sueños felices. La Pachamama, valorando su arrepentimiento, llenó
s
u
alma de visiones de esperanza y acercándose a ella, con toda la grandeza
qu
e
como diosa le concernía, le habló generosa:
No te desesperes, mujer. El castigo ha dado sus frutos y el pueblo,
arrepentido como tú misma de su ocio y desenfreno, retornará a su
existenci
a
anterior, que es la justa, la verdadera. La vida renacerá sobre la tierra
que volverá a brindar sus frutos y su belleza.
Cuando despiertes, y antes de irte, abre tus brazos y recibe las vainas que
ha de regalarte este "Arbol", desde hoy sabrás. Que las coman tus hijos y
los hijos de otras madres, que con ellas calmarán su hambre y apagarán su
sed. Tu humildad y tu arrepentimiento han hecho posible este milagro que
Inti realiza para ti.
Cuando Urpila despertó, creyó morir, tal era su decepción. El aspecto de
la tierra en nada había variado y la visión había desaparecido.
Se convenció de que su sueño había sido sólo eso: un sueño. Pero,
recapacitando, volvieron a su mente las palabras de la Pachamama y recordó
al "Arbol".
Levantó entonces sus ojos hacia las ramas que parecían secas, y tal como
la diosa lo anunciara, las vainas doradas se ofrecían a su desesperación
como una esperanza de vida.
Cambió en un instante su estado de ánimo dándole fuerzas
extraordinarias
.
Se levantó ansiosa y cortó... cortó los frutos generosos hasta que entre
su
s
brazos no cupieron más.
Entonces corrió al pueblo, hizo conocer la nueva y todos se lanzaron a
buscar las milagrosas vainas color castaño, mientras ella repartía entre
su
s
hijos el tesoro que encerraban sus brazos de madre y que le había concedido
la Pachamama.
El pueblo volvió a la vida y veneró desde entonces al "Arbol Sagrado"
qu
e
fue su salvación y que ha partir de ese día les brinda pan y bebida que
ellos reciben como un don.
Ese árbol venerado es el algarrobo, que tiene la virtud, además de las
nombradas, de ser, en tiempos grandes sequías, el único alimento de los
animales. (*)
(* ) Fuente: Leyenda recopilada por Leonor Lorda Perellón
-------------------
-~--------------------------------------------------------------------~-
-~--------------------------------------------------------------------~-
SYSNET - Servicios y Soluciones Web
Dominios, Hosting y Diseño Web Personalizado
Mantenimiento y actualización de Webs.
CLIC AQUI ==>> http://www.elistas.net/pr/579
--~------------------------------------------------------------------~--
-~--------------------------------------------------------------------~-
-~--------------------------------------------------------------------~-
SYSNET - Servicios y Soluciones Web
Dominios, Hosting y Diseño Web Personalizado
Mantenimiento y actualización de Webs.
CLIC AQUI ==>> http://www.elistas.net/pr/579
--~------------------------------------------------------------------~--
Compra o vende de manera diferente en www.egrupos.net
|