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*Chernobyl
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Memoria
Chernobyl
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Los ucranianos llevan en el alma la cicatriz de Chernobyl. Pero el tema
no ocupa el primer plano de sus preocupaciones cotidianas. Viven con
eso, como vivimos los argentinos con nuestros lastres de la dictadura
militar.
Chernobyl está en reposo y cuando una pregunta o un recuerdo lo
activa, entonces sí, aparece un relato triste, una anécdota
desgarradora o palabras amorosas para alguien que ya no está. O una
protesta, un deseo de justicia, una esperanza. Pero para el extranjero,
estar en la planta de Chernobyl no deja de ser una tormenta de emociones
que van de la angustia al temor y de la incredulidad a la sorpresa.
La primera imagen del reactor es lejana. Desde el camino, tiene el mismo
desolado abandono de las fábricas quebradas. Pero desde cerca, el
reactor 4 y su "sarcófago" se cargan abruptamente de simbolismo y
asustan. Porque repentinamente Chernobyl, al menos para esta enviada,
por encima de la historia soviética, se convierte en algo más que la
peor catástrofe nuclear civil de la historia.
Chernobyl representa también el pecado de omnipotencia que les hace
creer a los hombres que controlan sus inventos. Y es el pecado de
infalibilidad o "el efecto Titanic", ya que uno de los problemas que
hubo aquel 26 de abril fue que la total certeza de que "era imposible
que pasara algo" dejó a todos paralizados. No había planes de
seguridad ni previsión.
Cuando se supo la verdadera dimensión del desastre aparecieron la
soberbia y la especulación. Las autoridades mantenían el engaño
para no ser culpadas: en Chernobyl se vio el precio que las elites
políticas son capaces de hacer pagar a sus pueblos para esconder sus
errores.
Antes de llegar a Chernobyl, en el pueblo de Orane, un campesino contó
a Clarín su recuerdo de aquellos días. "Vi pasar micros y micros
llenos de gente rumbo a Kiev. Pero no sabíamos nada. Poco después
nos dijeron que nos fuéramos. Yo no tenía dónde ir y me quedé.
La mitad de los que se fueron después regresaron. Recuerdo que una
comisión nos dio por un tiempo un rublo para comprar alimentos
limpios. ¡No alcanzaba para nada!"
Desdentado, con un gorro desteñido que le tapa la calva, la piel
curtida, Nicolai tiene 58 años pero aparenta 20 más. Con una yunta
de caballos prepara el campo para sembrar avena y papa. Luego pregunta:
"¿De dónde dijo que era? Ah. No tengo parientes en la Argentina. Ni
acá tampoco. Se me murieron todos."
Los diarios de la época hablaban de esa desesperación que Nicolai
recuerda. "En Kiev hay congestionamiento en los aeropuertos y estaciones
de trenes -decía Clarín el 2 de mayo de 1986-. Hubo casos de
contaminación por ingerir medicamentos que se dicen erróneamente
útiles para combatir la radiación."
La dirección de los vientos llenaba de pavor a rusos, bielorrusos y
ucranianos. Se hablaba de que el "reactor 4 estaba carcomiendo el suelo"
y se temía que "el núcleo se fundiera y se deslizara hacia la
corteza de la Tierra, como en la película Síndrome de China". El
agua, la comida, el aire. Todo era veneno. Incluso los pasajeros de un
avión que iba a Lisboa mostraban indicios de radioactividad.
Para Mijail Gorbachov, líder de la Unión Soviética, país que
integraba Ucrania, fue el principio del fin. Su programa de
reestructuración y transparencia tenía ya un año de vida. En el
duelo por la hegemonía del poder mundial que la URSS tenía con
EE.UU., Chernobyl fue un golpe duro en un lugar vulnerable: el poderío
nuclear.
Hace 20 años, todo era diferente pero también muy similar. En aquel
abril de 1986 la Argentina hacía cuatro meses que había condenado a
cadena perpetua a Videla y Massera. Chirac era primer ministro y tuvo
que retirar la "ley Devaquet" de Educación por las fuertes protestas
estudiantiles en París. George Bush (padre) era vicepresidente de
Ronald Reagan. El 14 de abril, EE.UU. bombardeó Libia por considerar
que Gaddafi "era responsable por el terrorismo internacional". Ese mismo
día moría en París Simone de Beauvoir; y el 13 de junio, en
Ginebra, desaparecía Jorge Luis Borges.
Hoy, a 20 años del desastre, se está lejos de pedir rendición de
cuentas a quienes fueron responsables como Gorbachov, pero la
sensación es que el silencio y el temor, al menos en Ucrania, se van
evaporando.
Telma Luzzani. KIEV
Enviada especial
El Mundo
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