| Asunto: | [redluzargentina] El Universo Holográfico - Por Brian Steensma | Fecha: | Domingo, 10 de Diciembre, 2006 12:20:49 (-0300) | Autor: | Graciela Wartelski <graciela.wartelski @.....com>
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Holographic Universe; Does Objective Reality Exist----- Original Message
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From: artesyoficios
To: Manantial del Caduceo
El Universo Holográfico; ¿Existe La Realidad Objetiva?
Por Brian Steensma
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En 1982 tuvo lugar un acontecimiento notable. En la Universidad de
Paris, un equipo de investigación dirigido por el físico Alain
Aspect realizó el que podría ser uno de los experimentos más
importantes del siglo XX. Ustedes no oyeron hablar de ello en las
noticias de la noche. De hecho, a menos que tengan la costumbre de leer
prensa científica probablemente no habrán oído mencionar a Aspect,
pese a que muchos creen que su descubrimiento podría cambiar la faz de
la ciencia.
Aspect y su equipo descubrieron que, bajo ciertas circunstancias,
partículas subatómicas como los electrones son capaces de
comunicarse instantáneamente entre sí independientemente de la
distancia que las separe. No importa si se están separados 10 pies o
10 mil millones de millas.
De alguna manera, una partícula parece saber siempre lo que está
haciendo la otra. El problema que hay con este hecho es que viola el
principio de Einstein tanto tiempo mantenido de que ninguna
comunicación puede viajar más rápido que la velocidad de la luz.
Como viajar más deprisa que la velocidad de la luz equivale a romper
la barrera del tiempo, tan intimidante panorama ha originado que algunos
físicos intenten salirle al paso con elaboradas maneras de explicar
algunos de los hallazgos de Aspect. Pero ha inspirado a otros a ofrecer
explicaciones aún más radicales.
El físico de la Universidad de Londres David Bohm, por ejemplo, cree
que los hallazgos de Aspect implican que la realidad objetiva no existe
y que, a pesar de su aparente solidez, el universo es un fantasma de
corazón, un holograma gigante espléndidamente detallado.
Para comprender por qué Bohm hace tan sorprendente aseveración,
primero hay que saber un poco de hologramas. Un holograma es una
fotografía tridimensional hecha con la ayuda de un láser.
Para hacer un holograma, el objeto a fotografiar primero es bañado por
la luz de un haz láser. Después, se hace rebotar un segundo haz
láser reflejando la luz del primero y el patrón de interferencia
resultante (la zona en la que confluyen ambos haces láser) es captado
sobre una película.
Cuando se revela la película, parece una maraña de luz y líneas
oscuras desprovista de significado. Pero tan pronto como se ilumina la
película revelada mediante otro haz láser, aparece una imagen
tridimensional del objeto original.
La tridimensionalidad de tales imágenes no es la única
característica notable de los hologramas. Si se corta por la mitad el
holograma de una rosa y después se lo ilumina con un láser, se
observa que cada una de las mitades sigue conteniendo la imagen entera
de la rosa.
Además se observa que, aunque se vuelvan a dividir esas mitades, cada
fragmento de la película siempre contendrá una versión más
pequeña pero intacta de la imagen original. A diferencia de las
fotografías convencionales, cada parte de un holograma contiene toda
la información que posee el todo.
Esa naturaleza del “todo en cada parte” del holograma nos
proporciona una manera completamente nueva de entender la organización
y el orden. Durante la mayor parte de su historia, la ciencia occidental
ha trabajado bajo el condicionamiento de que la mejor manera de entender
un fenómeno físico, ya se trate de un átomo o de una rana, es
diseccionarlo y estudiar sus partes respectivas.
El holograma nos enseña que algunas cosas del universo posiblemente no
permiten ese enfoque. Si intentamos dividir algo construido
holográficamente, no obtendremos las piezas de las que se compone,
sólo obtendremos “todos” más pequeños.
Este convencimiento indicó a Bohm otra manera de entender el
descubrimiento de Aspect. Bohm cree que la razón por las que las
partículas subatómicas son capaces de permanecer interconectadas
independientemente de la distancia que las separe no se debe a que se
emita y reciba alguna clase de misteriosa señal, sino a que su
separación es una ilusión. Alega que, en algún nivel más
profundo de la realidad, tales partículas no son entidades
individuales, sino que en realidad son extensiones del mismo “algo”
fundamental.
Para permitir que se visualice mejor lo que quiere decir, Bohm brinda la
siguiente explicación.
Imagínense un acuario que contuviese un pez. Imaginen que, además,
son incapaces de ver el acuario directamente, por lo que su conocimiento
acerca de él proviene de dos cámaras de televisión, una situada de
frente al acuario y la otra tomándolo de costado.
Como atienden a dos pantallas de televisión, podrían asumir que los
peces que ven en cada pantalla son dos entidades separadas. Después de
todo, como las cámaras están colocadas en ángulos diferentes, cada
una de las imágenes será ligeramente diferente. Pero si siguen
observando los dos peces, terminarán por darse cuenta de que hay
cierta relación entre ambos.
Cuando uno se da vuelta, el otro a su vez también hace algo levemente
distinto, pero que se corresponde; cuando uno mira de frente, el otro
siempre mira de costado. Aunque no se perciba todo el panorama de la
situación, se podría llegar a concluir que los peces deben estar
comunicándose instantáneamente, pero está claro que no es el caso.
Según Bohm, esto es precisamente lo que pasa entre las partículas
subatómicas del experimento de Aspect. Lo que nos está señalando
la conexión entre partículas subatómicas, aparentemente más
rápida que la velocidad de la luz, es que hay un nivel de realidad
más profundo del que no estamos exentos, una dimensión más
compleja que la nuestra, análoga al acuario. Además, consideramos
separados a objetos como las partículas subatómicas porque sólo
estamos observando una porción de su realidad.
Estas partículas no son “partes” separadas sino facetas de una
unidad más profunda y fundamental que, en última instancia, es tan
holográfica e indivisible como la rosa antes mencionada. Además,
dado que todo lo que hay en la realidad física está compuesto por
estos “espectros”, el propio universo en sí mismo es una
proyección, un holograma.
Además de esa naturaleza espectral, un universo como ese poseería
otros rasgos más que perturbadores. Que la aparente separación entre
las partículas subatómicas sea ilusoria supone que, en un nivel
más profundo de la realidad, todas las cosas que hay en el universo
están infinitamente interconectadas.
Los electrones de un átomo de carbono de cualquier cerebro humano
están conectados con las partículas subatómicas que componen cada
salmón que nada, cada corazón que late y cada estrella que centellea
en el cielo.
Todo lo interpenetra todo y, pese a que la naturaleza humana pueda
pretender categorizar, caracterizar y subdividir los diversos
fenómenos del universo, todas las clasificaciones son necesariamente
artificiales porque al final lo único que existe en la naturaleza es
un red sin fisuras.
En un universo holográfico ni siquiera el tiempo o el espacio pueden
seguir siendo considerados como algo básico. En un universo en el que,
en realidad, nada está separado de ninguna otra cosa, conceptos tales
como la localización se quiebran; el tiempo y el espacio
tridimensional, al igual que las imágenes del pez en las pantallas de
TV, también deberían ser considerados proyecciones de un orden más
profundo.
En su nivel más profundo, la realidad es una especie de superholograma
en el que tanto pasado como presente y futuro coexisten
simultáneamente. Esto sugiere que, contando con las herramientas
adecuadas, debería ser posible incluso que algún día se accediese
a un nivel superholográfico de la realidad del que se obtuviesen
escenas de un pasado remoto.
La pregunta de qué más contiene el superholograma tiene un final
abierto. Admitido en interés del argumento que el superholograma sea
la matriz de la que ha surgido todo lo que existe en nuestro universo, y
que, por lo menos, contendrá a todas las partículas subatómicas
que hayan existido o existirán, contendrá todas las configuraciones
posibles de materia y energía, desde los copos de nieve a los
quásares, desde las ballenas azules a los rayos gamma. Debe ser
considerado como una especie de almacén cósmico de “Todo Lo Que
Es”.
Pese a que Bohm concede que no tenemos manera de saber qué más pueda
yacer oculto en el superholograma, se aventura a decir que no tenemos
razón alguna para asumir que no contenga todavía más. O, como
propone, quizás el nivel superholográfico de la realidad sea una
“mera fase” más allá de la cual subyacería “una infinidad de
desarrollo ulterior”.
Bohm no fue el único investigador que encontró evidencia de que el
universo es un holograma. Trabajando de manera independiente en el campo
de la investigación cerebral, el neurofisiólogo de Stanford Karl
Pribram también está convencido de la naturaleza holográfica de la
realidad.
Pribram fue atraído al modelo holográfico por el enigma de cómo y
dónde se almacenan los recuerdos en el cerebro. Durante décadas,
numerosos estudios han venido demostrando que los recuerdos, más que
estar confinados en una localización especifica, se encuentran
dispersos por todo el cerebro.
En una serie de experimentos realizados en los años 20 del siglo XX
que marcaron hitos en esta investigación, el científico del cerebro
Karl Lashley descubrió que, independientemente de qué parte del
cerebro de una rata extirpase, le era imposible impedir que ésta
recordase cómo realizar tareas complejas que había aprendido con
anterioridad a la cirugía. El único problema era que nadie podía
presentar un mecanismo capaz de explicar esta curiosa naturaleza del
almacenamiento de memoria del “todo en cada parte”.
Ya en los 60, Pribram descubrió la holografía y se dio cuenta de que
había encontrado la explicación que los científicos del cerebro
habían estado buscando. Pribram cree que los recuerdos no están
codificados en las neuronas ni en pequeñas agrupaciones de éstas,
sino en patrones de impulsos nerviosos que van entrecruzándose por
todo el cerebro de la misma manera que la interferencia de los patrones
de luz láser van entrecruzándose por toda la superficie de un
fotograma que contenga una imagen holográfica. En otras palabras,
Pribram cree que el propio cerebro es un holograma.
La teoría de Pribram también explica que el cerebro humano pueda
almacenar tantos recuerdos en tan poco espacio. Se estima que el cerebro
humano tiene la capacidad de memorizar del orden de 10 mil millones de
bits de información durante una vida humana promedio (lo que equivale
a la cantidad de información contenida en cinco colecciones completas
de la Enciclopedia Británica).
En la misma línea se ha descubierto que, aparte de sus restantes
propiedades, los hologramas poseen una asombrosa capacidad para
almacenar información; simplemente con cambiar el ángulo con el que
chocan dos láseres en un fotograma de película fotográfica, es
posible grabar muchas imágenes diferentes sobre la misma superficie.
Está demostrado que un centímetro cúbico de película puede
contener aproximadamente 10 mil millones de bits de información.
Nuestra habilidad prodigiosa para recuperar con rapidez cualquier
información que nos haga falta del gigantesco almacén de nuestros
recuerdos sería más comprensible si el cerebro funcionase según
principios holográficos. Si un amigo te pide que le digas lo que te
venga a la mente cuando dice la palabra “cebra”, no necesitas
transitar por intrincados atajos para recorrer algún tipo de
gigantesco archivo alfabético cerebral a fin de llegar a una
conclusión. En lugar de esto, saltan a tu mente de manera
instantánea asociaciones como “rayas”, “equino” o “animal
nativo de África".
Verdaderamente una de las cosas más asombrosas relativas al proceso
del pensamiento humano es que cada fragmento de información parece
establecer de manera instantánea una correlación con algún otro
(es decir, con todos los demás fragmentos de información), en lo que
constituye otro rasgo intrínseco del holograma. Esto se debe a que
cada parte de un holograma está infinitamente interconectada con
cualquier otra parte del mismo, en lo que quizás sea el ejemplo
supremo de la naturaleza de un sistema correlativo.
El almacenamiento de memoria no es el único enigma neurofisiológico
que se hace más abordable a la luz del modelo holográfico del
cerebro de Pribram. Otro es cómo es capaz el cerebro de traducir la
avalancha de frecuencias que recibe a través de los sentidos
(frecuencias de luz, de sonido, etc.) en el mundo concreto de nuestras
percepciones. Precisamente lo que mejor hace un holograma es codificar y
decodificar frecuencias. De la misma manera en que el holograma funciona
como una especie de lente, un dispositivo de traducción capaz de
convertir un borrón de frecuencias, en apariencia carente de
significado, en una imagen coherente, Pribram cree que el cerebro
también contiene una lente y que utiliza principios holográficos
para convertir matemáticamente las frecuencias que recibe a través
de los sentidos en el mundo interior de nuestra percepciones.
Un cuerpo de evidencia impresionante respalda el uso por parte del
cerebro de principios holográficos para realizar sus operaciones. De
hecho, la teoría de Pribram ha ido ganando un apoyo creciente entre
los neurofisiólogos.
El investigador ítalo-argentino Zucarelli extendió recientemente el
modelo holográfico al mundo de los fenómenos acústicos. Intrigado
por el hecho de que los humanos sean capaces de localizar la fuente de
los sonidos sin mover la cabeza, aunque sólo tengan un oído,
Zucarelli descubrió que los principios holográficos pueden explicar
esta habilidad.
Zucarelli también ha desarrollado la tecnología del sonido
holofónico, técnica de grabación capaz de reproducir situaciones
acústicas con un realismo sobrecogedor.
La creencia de Pribram de que nuestros cerebros construyen una realidad
matemáticamente “sólida” porque confían en los impulsos
procedentes de un dominio de frecuencias dado también ha recibido una
importante cantidad de apoyo experimental.
Se ha descubierto que cada uno de nuestros sentidos es sensible a un
rango de frecuencias mucho más amplio de lo que previamente se
sospechaba.
Los investigadores han descubierto, por ejemplo, que nuestros sistemas
visuales son sensibles a las frecuencias de sonido, que nuestro sentido
del olfato es una parte dependiente de lo que ahora se denominan
“frecuencias cósmicas”, y que hasta las células de nuestro
cuerpo son sensibles a un amplio rango de frecuencias. Tales hallazgos
apuntan a que sólo en el dominio holográfico de la conciencia tales
frecuencias son fragmentadas y clasificadas en percepciones
convencionales.
Pero el aspecto del modelo holográfico del cerebro de Pribram que
más nos hace hervir la mente es lo que sucede cuando se lo conjuga con
la teoría de Bohm. Porque si la concreción del mundo no es sino una
realidad secundaria y en realidad lo que está “ahí” es un
borrón holográfico de frecuencia y, si el cerebro también es un
holograma que selecciona y extrae de ese borrón sólo algunas de esas
frecuencias, transformándolas matemáticamente en percepciones
sensoriales, ¿en qué se convierte la realidad objetiva?
Por decirlo con sencillez, deja de existir. Como han señalado
tradicionalmente las religiones orientales, el mundo material es Maya,
una ilusión y, pese a que podamos pensar que somos seres físicos que
se mueven por un mundo físico, esto también es una ilusión.
En realidad somos “receptores” que van flotando por un mar
caleidoscópico de frecuencias y lo que extraemos de ese mar y
transcribimos como realidad física no es sino un canal más de los
muchos extraíbles del superholograma.
Esta nueva y chocante imagen de la realidad, síntesis de las
perspectivas de Bohm y Pribram, constituye lo que se ha dado en llamar
el paradigma holográfico y, pese a que muchos científicos lo hayan
recibido con escepticismo, ha galvanizado a otros. Un grupo pequeño
pero creciente de investigadores creen que este modelo de la realidad
podría ser más exacto que el que hasta ahora nos ha aportado la
ciencia. Es más, algunos creen que podría resolver algunos misterios
que nunca antes pudieron ser explicados por la ciencia, instituyendo
incluso lo paranormal como parte de la naturaleza.
Numerosos investigadores, incluyendo a Bohm y a Pribram, han reparado en
que numerosos fenómenos parapsicológicos resultan mucho menos
incomprensibles bajo los términos del paradigma holográfico.
En un universo en el que los cerebros individuales en realidad son
partes indivisibles de un holograma superior y en el que todo está
infinitamente interconectado, la telepatía consiste sencillamente en
acceder al nivel holográfico.
Obviamente así es mucho más fácil entender cómo puede viajar la
información desde la mente de un individuo “A” a la de otro
individuo “B” que esté en un punto muy distante y ayuda a
comprender numerosos enigmas de la psicología pendientes de
resolución. En particular, Grof opina que el paradigma holográfico
brinda un modelo para entender muchos de los fenómenos más
sorprendentes que experimentan los individuos durante los estados
alterados de conciencia.
Para más información sobre la naturaleza de la realidad
holográfica, ver
http://www.gaianxaos.com/holographic_reality_of_being.htm
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