EL
ESPEJO
Alexiis, 23 de
agosto, 2007

Es casi seguro que todos los días, por lo menos una vez, nos miramos al
espejo, ya sea para peinarnos, pintarnos o arreglarnos el cabello, o en el caso
de los caballeros la corbata.
Nos miramos, ¿pero en realidad nos vemos? ¿Nos tomamos el tiempo y la
molestia de mirarnos a los ojos, profundamente, para tratar de percibir qué es
lo que hay en el fondo de ellos? ¿Qué es lo que nos
transmiten?
¿Sabemos realmente el colorido que tienen en ese momento? ¿Están
expresando curiosidad, alegría, bronca o temor? ¿Qué es lo que hace que todos
tengamos ojos diferentes, no solamente en cuanto a color, forma,
etc.?
Creo que ha llegado el momento en que realmente nos tenemos que mirar a
los ojos, no solamente en la forma que utilizamos en la vida cotidiana, sino con
todo nuestro corazón, tratando de mirar hacia adentro para descubrir nuestro Ser
Interior, ese Ser de Luz al que hemos olvidado durante tanto
tiempo.
Para conocer nuevamente a ese Ser, tendremos que mirarlo con los ojos del
corazón. Al principio veremos un cuerpo físico, pero debemos penetrar más allá
de la forma física, más allá de los ojos físicos, y dentro de ellos, a través de
la energía que fluye por la mirada, reconoceremos a ese Ser como el antiguo
compañero milenario. El amigo eterno que nos ama profundamente y sin
condiciones. Un ser que nunca nos ha abandonado, aunque nosotros nos hayamos
olvidado de su presencia.
Cuando nos miramos en el espejo, cada día, por detrás de nuestros ojos
físicos, ese eterno Amigo nos mira con infinito amor y sin juzgar. Aprendamos a
reencontrarlo cada vez que nos encontremos, en el espejo, con el reflejo de
nuestros propios ojos.
Imagínense mirándose al espejo. ¿Quién es esa persona? Mentalmente
mírenle a los ojos tan profundamente como si fuesen los ojos de una persona
amada o de un Maestro. Reconozcan a ese Ser.
¿Qué están viendo? ¿Qué expresión existe en sus ojos? ¿Hay tristeza en
ellos? Preguntémonos mentalmente como si la imagen que vemos en el espejo fuese
de otra persona: “¿Quién eres tú?” Sientan la respuesta en su propio corazón.
Abramos nuestra alma y contemplémosla. Este Ser nos va a contar la historia de
nuestra vida. Acompañémoslo.
Tratemos de desidentificarnos de nuestro cuerpo
y personalidad para poder discernir, con la mente y los ojos del corazón, vivencialmente, quién es esa persona. ¿Cuáles son sus
temores y ansias? Osemos penetrar en la intimidad de esa persona para ver la
inocencia, la timidez y la vulnerabilidad del ser que vive en nuestro interior.
Poco a poco, notaremos que ese rostro se transforma, a veces se endurece, otras
se ablanda... A veces hombre, otras mujer... A veces feo, otras
bonito...
Tomemos conciencia de nuestros sentimientos a medida que contemplamos ese
rostro. Agudicemos nuestra percepción más allá de nuestras proyecciones.
Entremos en contacto con él, conociéndolo, honrándolo. Sintamos la gloria, el
júbilo de volver a unirnos con esa parte tan profunda de nuestro ser. Digamos
interiormente: “Bienvenido a mi vida, a mi conciencia”.
Ese ser nos ama más de lo que cualquier persona jamás podrá amarnos. Todo
lo que hemos buscado o buscamos fuera de nosotros mismos lo vamos a encontrar en
esos ojos que alcanzan lo más profundo del corazón. Descubramos la dignidad, la
grandeza, la paz y la luz que irradian esos ojos.
Debemos permitirnos sentir la emoción de ese encuentro esencial, el lujo
de esa emoción tan profunda. Acerquémonos más y más a él. Tratemos e mirar a
través de esos ojos, el mirar de ese Ser tan perfecto que vive en nosotros, ese
Ser Crístico que somos nosotros. Sintámosnos desnudos
ante los ojos de ese Ser que todo lo ve y todo lo comprende amorosamente.
Sintamos la emoción y la paz, la armonía y la plenitud. Ahí está nuestra otra
mitad... sintámonos completos.
A medida que contemplemos los ojos tan bellos con la visión del corazón,
no de la mente, percibiremos que ese rostro comenzará a convertirse en un rostro
de luz. Todo nuestro físico empezará a irradiar
luz.
Ese Ser Crístico, esa esencia que contemplamos, vive dentro nuestro y se
manifiesta con una voz muy sutil, un sonido tan suave que casi nunca conseguimos
escucharlo, porque los ruidos de las ilusiones, los temores y la agitación de la
vida cotidiana no nos lo permiten.
Contemplemos a ese Ser Crístico dentro de nuestro cuerpo y unámonos a él,
disolviéndonos en él. Pidámosle que nos guíe y nos ayude, que ilumine nuestra
mente, nuestro cerebro, con su sabiduría, entendimiento e inteligencia superior,
y que nos ayude a entender el por qué de esta vida.
Ahora sentiremos nuestro cuerpo físico iluminado por entero, la
aceleración de esa energía que vive dentro nuestro, en
las dimensiones más altas del Ser. Nuestro cerebro se ilumina con una luz dorada
de alta frecuencia, abriendo las compuertas del entendimiento y de la percepción
superior, permitiéndonos contemplar ese mismo Ser Crístico en las demás
personas.
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