From: Pablo <kristalrune@yahoo.com.ar>
Date: Thu, 02 Jun 2005 01:00:41 -0300 (ART)
Subject: [askasis] sobre el Tao Te King
EL FILÓSOFO PROHIBIDO Y EL ARCHIVISTA
Lic. Marcos Ghio
(Conferencia dictada el pasado 31-5-05 en la ciudad de Buenos Aires)
En el día de la fecha presentamos la obra de Julius Evola El Tao te king de
Lao tsé. Dicho texto, escrito por el aludido pensador chino quien viviera
e
n
el siglo VI a C., se encuentra precedido por una esclarecedora introducción
al taoísmo elaborada por J. Evola. Acotemos al respecto que, si bien del
Ta
o
te king se habla mucho hoy en día existiendo del mismo una pluralidad de
versiones, es muy poco lo que se sabe en cambio de su autor. Pero henos
también con la paradoja que de J. Evola, autor nacido en 1898 y muerto en
1974, esto es, hace poco más de 30 años, es todavía menos lo que de él se
sabe entre el gran público. Hasta nos arriesgaríamos a decir que, mientras
que todos los aquí presentes conocen o han escuchado hablar del filósofo
chino y de la obra que presentamos, en cambio de J. Evola algunos hasta
ignoraban su existencia. Y ello es por una razón muy especial. No porque
haya escrito muy pocos libros o que lo que escribió carezca de importancia,
sino todo lo contrario; ello es por el hecho esencial de que se trata de un
pensador sumamente conflictivo e inconveniente para los principales
círculo
s
del poder, cultural, mediático, político, académico, etc., que rige en el
planeta, el que lo reputa como una especie de outsider en el mejor sentido
del término, un autor conflictivo por las cosas que sostiene y por los
influjos que puede ocasionar y ante el cual, en tanto resulta sumamente
difícil deformarlo como en otros casos, lo más conveniente en cambio
consiste en aplicarle un espeso manto de silencio. Sin embargo debemos
acotar también dentro de esta misma perspectiva que en Europa, debido al
creciente interés que se ha despertado por su obra entre algunos sectores,
no hace mucho tiempo un autor que no es exactamente de la línea de Julius
Evola ha escrito un sugestivo libro titulado Evola, el filosofo prohibido,
obra de más de quinientas páginas, redactada para un círculo muy selecto de
personas, pero en la cual, más que indagarse seriamente en lo que el autor
pensó, se expresan en cambio las razones por las cuales tal doctrina
deberí
a
ser excluido por lo riesgosa que la misma resulta ser para el normal
desarrollo de la modernidad. Pero lo destacable a recordar aquí es que
utilizó un término que sería bueno incluirlo de ahora en más: lo llamó el
filósofo prohibido, resaltando de tal modo las abismales distancias que
existen entre su pensamiento y la modernidad. Con Lao Tsé y el Tao tê king,
obra que, tal como veremos, en su espíritu no es disímil de lo que Evola ha
manifestado a través de sus escritos, en cambio, gracias a las
características especiales que posee el idioma chino, el que admite una
pluralidad de interpretaciones, ha sido posible en cambio modificarle el
sentido esencial convirtiéndolo en inofensivo para la modernidad hasta
incluso haberse llegado al absurdo de transformarlo nada menos que en un
texto anticipatorio de la principal ideología que conforma a nuestra época:
el liberalismo.
Sin embargo digamos aquí inmediatamente, para contrarrestar tal sofisma,
qu
e
no solamente ello no es cierto, sino que la obra de Lao tsé y la de Evola
tienen muchos puntos en común que trataremos de reseñar, justamente en el
profundo contenido antimoderno que las informa, aunque convengamos que las
existencias de ambos fueron muy diferentes. Y convengamos también que, si
bien las circunstancias históricas en que vivieron fueron sumamente
distintas, la labor desempeñada por Lao Tsé tuvo caracteres similares a la
de J. E., en tanto que ambos, en circunstancias históricas distintas,
ofrendaron por igual su vida entera a la difusión y testimonio de una
doctrina metafísica esencial, milenaria e inmutable. Lao Tsé fue un
archivista de la corte del emperador; pero enseguida tenemos que hacer una
corrección con la finalidad de sortear las distancias abismales que existen
con la situación de nuestros días respecto de alguien que escribiera hace
2.500 años. Cuando se piensa en tal f unción inmediatamente se imagina uno
a
una de las tantas figuras rentadas y mediocres, encargadas actualmente de
acomodar en diferentes estantes los decretos y reglamentos que elabora una
clase política en mayor o menor medida corrompida, como puede ser la
nuestr
a
o la de los otros países en los que se practica un mismo sistema político;
aquello que en nuestro léxico florido y argentino hoy en día se califica
como a un ñoqui. En verdad los archivos que cuidaba Lao tsé eran documentos
milenarios en los que se hallaban los principios esenciales referentes al
buen gobierno. Principios que, si bien eran relativos a la actividad
política, en tanto encuadrados en una óptica tradicional y no moderna, eran
por lo tanto también y esencialmente de carácter metafísico por su valor
inmutable, permaneciendo siempre idénticos en todo tiempo y lugar,
resultando absolutamente inmunes al devenir histórico. Por supuesto que la
labor de un archivista de esos tiempos no era simplemente la de acumularlos
en unos estantes, cuidarlos, limpiándolos del polvo que recibiesen con los
años, sino, a la inversa, de hacerlos presentes y de recordarlos sea a
quienes tenían la función eminentísima de gobernar como a aquellos que
debían ser gobernados. Pero además ello no significaba meramente la tarea
erudita de repetirlos mecánicamente, desentendiéndose del grado de
comprensión que tuviesen los interlocutores, sino en cambio de adaptarlos a
los léxicos del propio tiempo a fin de hacerlos comprensibles a los
contemporáneos, y especialmente entre éstos a la figura eminentísima a
quie
n
iba principalmente dirigido el mensaje, el emperador chino, a fin de que
éste no sucumbiera a las tentaciones propias de un político, cual es el
halago de las muchedumbres o el deseo de mandar. Y a su vez la ardua labor
de hacerlos comprensibles al tiempo en el que se vivía no debía significar
en manera alguna degradarlos, haciendo perder el sentido de las distancias
que siempre debe pose er un texto sagrado, incurriéndose así en un terreno
propio de terminologías demagógicas y populacheras tan comunes entre
nuestros hombres públicos y entre muchos de nuestros "comunicadores". Ésta
es la razón por la cual el texto fue formulado en un lenguaje poético,
haciéndose notar así las abismales diferencias que existen entre lo que
pertenece al saber y al sentido vulgar y lo que es en cambio propio de lo
metafísico, entre lo que corresponde al lenguaje coloquial propio de las
muchedumbre, que tan sólo afinca en lo que ya se es y aquel que en cambio
eleva y transforma.
A tal efecto y adentrándonos ya en el texto que aquí tratamos, intentemos
contestar a estas dos preguntas esenciales: ¿cuáles eran los principios que
allí se indicaban? Y ¿cuáles las razones por las que los mismos debían
formularse justamente en ese tiempo, en el siglo VI por parte de ese
ocasional archivista llamado Lao Tsé?
Vayamos primero a la segunda pregunta. Se ha dicho que el siglo VI fue una
etapa significativa en la historia de la humanidad. René Guénon sostiene
qu
e
fue un momento de inflexión en el que se produjo el estado de aceleración y
de caída en el Kali Yuga o Edad del hierro, propio de nuestro ciclo
histórico. Tres acontecimientos esenciales en diferentes civilizaciones
acontecen en tal siglo. En Grecia surge la filosofía, en la India el
buddhismo y en China el taoísmo con la obra que aquí comentamos. Sin
embargo, de acuerdo al punto de vista que se adopte, tales movimientos
pueden ser concebidos sea como una profundización de la decadencia, en
tant
o
que pueden haber significado una caída de nivel y vulgarización del saber
tradicional, así como, a la inversa, de restauración y puesta a punto de
ciertos principios primordiales justamente como un reactivo ante un desvío.
Si en Grecia la filosofía puede ser comprendida como una caída de nivel en
tanto significó el pasaje del mito al lógos o de la sabiduría (sofía) al
simple amor o preparación para la misma (filo-sofía), en la India a su vez
el buddhismo representa una concepción espiritual surgida de una casta
jerárquicamente inferior, la de los kshatriyas (guerreros) respecto de los
brahamanes (contemplativos), en donde la acción, bajo la forma del
ascetism
o
y del heroísmo, se sustituye a la contemplación. Pero a su vez, desde otro
punto de vista, en tanto que se considera que la decadencia se genera
siempre en su origen como una caída acontecida en el seno de las castas
superiores, tales fenómenos pueden ser comprendidos también como reacciones
acontecidas ante un estado de aletargamiento espiritual, de decaimiento de
lo que es superior hasta el nivel de un mero ritualismo burocrático carente
de la levadura propia de la verdadera espiritualidad. Así pues, sea el
buddhismo, como la filosofía en Grecia pueden ser comprendidos también como
corrientes de renovació n y de revitalización de ciertos principios, tales
como en algunas vertientes del buddhismo como el zen y en algunas escuelas
filosóficas griegas, sea pre-socráticas como post-socráticas, tales como
la
s
de Parménides, Platón, Aristóteles o Plotino. En todos estos casos depende
pues de la óptica desde la cual nos ubiquemos para juzgar a ciertos
fenómenos. Toda vez que existe un movimiento de decadencia también
sobrevienen por reacción escuelas y figuras que por el contrario resaltan
hasta límites de mayor profundidad los principios metafísicos esenciales.
Tal es el caso de lo sucedido en el siglo pasado, siglo signado por la
crisis más notable en toda la historia universal, con expresiones notorias
de materialismo extremo y de postmodernidad como no sucediera nunca, pero
e
n
el cual, paradojalmente y como un verdadero contraste, ha podido darnos
también en su pureza metafísica más plena la doctrina tradicional, a través
de las inigualables plumas de Julius Evola y René Guénon, la que fue
formulada en sus principios de una manera tan nítida y contundente como no
sucediera en otras épocas anteriores en las que la decadencia aun no había
socavado y embrutecido tanto a la humanidad. En el caso específico del Tao
que aquí nos convoca, podemos decir que, analizado desde una óptica
estrictamente tradicional, el mismo representa un texto que fuera escrito a
la manera de un alerta en previsión de ciertas tendencias de decaimiento
de
l
orden social acontecidas, sea en la cúspide del Estado y sea por extensión
en el resto de la comunidad toda. Por lo cual es que se hacía necesario
formular de una manera clara y contundente los principios que hacen a la
ciencia política relacionados siempre con su disciplina rectora, la
metafísica.
Pasemos a analizar ahora el sentido en que se entendía la ciencia política
que emana del Tao. Como en toda disciplina común a las distintas
tradiciones, sea occidentales como orientales, la política no era entendida
como un saber y una práctica autosuficientes. A diferencia de lo que
acontece hoy en día, las ciencias y las técnicas no se convertían en tales
en tanto se separaran de su tronco principal y se independizaran
adquiriend
o
un método propio, tal como se entiende en nuestros días, sino que, al
contrario, todo saber podía reputarse como científico tan sólo en tanto
estuviese orientado jerárquicamente por una disciplina superior que le
indicara su razón de ser, la de constituirse como un medio adecuado a la
realización de la meta esencial del hombre, su conquista de la
inmortalidad
.
Todas las actividades, sea científicas como artísticas o técnicas, estaban
orientadas hacia tal fin y era ello lo que les otorgaba su carácter
científico. Un conocer por el mero co nocer o peor aun en función de un
dominio o acrecentamiento del poder sobre la naturaleza eran reputados como
cosas inconcebibles y como el producto de una severa crisis. Como
consecuencia de tales independencias de los diferentes saberes hoy en día
hemos arribado a la época de las especializaciones en donde se ha hecho en
modo tal que todas las disciplinas se han convertido en compartimientos
estancos en la medida en que se han separado de su causa final, careciendo
totalmente de un rumbo que las determine en su camino, de una razón última
de ser, convirtiéndose así, al decir de Guénon, como formando parte todas
d
e
un "saber ignorante". Y ha sido justamente este abandono de lo superior lo
que ha hecho en modo tal que, en lo referente a lo que es propio de la
política, presenciemos el fenómeno de que hoy en día los políticos ya
ignoran lo que signifique propiamente gobernar, sino que en cambio hayan
suplantado tal actividad por la inferior y económica de administrar,
llegándose así al absurdo extremo de confundir lo que es la acción de
gobierno con la actividad meramente administrativa, equiparable a la
actividad de quien lleva los libros contables de una empresa. Es decir la
política se ha convertido en la actividad encargada meramente de asegurar
e
l
bien común de las personas, entendiendo por ello principalmente el
bienesta
r
económico de las sociedades, razón ésta por la cual en los días que corren
dicha disciplina, que en un primer momento de decadencia ha comenzado
declarándose como autosuficiente y autónoma respecto de un saber superior
que la orientara, ha terminado con el tiempo como estando cada vez más
subordinada a una de carácter inferior cual es la economía. Pues de acuerdo
a un dicho tradicional, una vez que se ha abandonado lo superior, lo que se
produce no es la emancipación de un saber sino la consecuencia forzosa de
subordinación a lo que es inferior. En coherencia con tal tendencia, se ha
hecho ya un lugar común en los regímenes democrát icos modernos manifestar
no solamente que un gobernante es un administrador, sino que quien lo hace
y
quien posee la principal influencia en el Estado es el ministro de
Economía
.
No nos cansaremos de manifestar, en razón de las terribles confusiones en
que se ha incurrido en los tiempos actuales, que el Tao, lejos de ser un
anticipo de la mentalidad moderna y progresista, es esencialmente un texto
antimoderno. La política se encuentra allí orientada por una ciencia
superior cual es la metafísica, representando una rama práctica de la
misma
,
la encargada de realizar esa dimensión suprema en el hombre. Se parte aquí
de una visión antropológica diametralmente opuesta a la de los tiempos
actuales. Mientras que hoy en día, en virtud de la antes mentada
decadencia
,
rigen criterios unidimensionales con respecto al ser humano, en donde todo
se uniforma y confunde: se confunde el cuerpo con alma, el individuo con la
persona, la psicología con la conducta externa y ostensible de los sujetos,
etc. reduciéndose así toda la realidad a aquello que es tangible y visible,
a lo que se capta a través de los sentidos, y la política a su vez, tal
com
o
dijéramos, queda comprendida por la economía y la administración; el
pensamiento tradicional en cambio es tridimensional en tanto comprende que
en el hombre existen tres dimensiones claramente diferenciadas entre sí,
co
n
leyes propias aunque no independientes, ordenadas todas bajo un principio
d
e
jerarquía en donde lo inferior sólo se comprende a través de lo superior y
no a la inversa. Existe la esfera más primaria y elemental que es la
espacial, vinculada con el cuerpo, luego la temporal relacionada con el
alm
a
y finalmente la eterna, que es la relativa al espíritu o persona en el
hombre. Y era a su vez una premisa esencial que informaba toda acción de
gobierno verdadero –que por supuesto no es la propia de los modernos
administradores o políticos minúsculos que nos "gobiernan"– la de que,
mientras se nace con las dos primeras dimensiones, existe una educación
especial que es la que nos permite obtener y despertar la tercera.
Despertar al espíritu en el hombre, convertir al individuo en persona, a la
masa en pueblo: tal es la función principal del hombre de Estado
tradicional. El Estado era pues comprendido esencialmente como un pedagogo,
como un ente formativo del hombre. Como aquel que era capaz de convertirlo
de mero animal social y gregario, que era aquello perteneciente a la
naturaleza inmediata que éste traía al nacer, en un ser libre y con
espíritu. Era pues su función, más que la de satisfacer las necesidades del
vientre, más que administrar o hacer "felices" a los hombres, la de
elevarlos hacia la dimensión eterna, es decir, arrancar al ser humano del
mundo meramente animal, físico y promiscuo por el que se encuentra
mancomunado a todo lo existente, para enaltecerlo hacia una dimensión que
trasciende la propia inmediatez natural con la que nace. Por ello era un
esencial alerta formulado por el Tao en el sentido de que nunca puede ser
l
a
mera vida o el "bienestar general" la meta principal del hombre de Estado
verdadero, sino lo que es más que vida, la supravida, o eternidad, la
capacidad de trascender la esfera natural e inmediata en la que se ha
nacido. Fue así como clásicamente se consideraba al gobernante como un
pontífice, es decir, como un hacedor de puentes entre la tierra y el Cielo,
entre lo natural y lo sobrenatural, entre lo material y físico que captan
nuestros sentidos externos y lo metafísico y eterno que es propio de la
esfera espiritual.
Pero a pesar de tales contundentes aseveraciones, los modernos, basándose
e
n
párrafos parciales y arrancados de contexto, insisten en su confiscación
de
l
Tao para su ideología con la excusa de que en el mismo se habla de una no
intervención del Estado en las cosas privadas. Digamos una vez más: no
existe un texto que se encuentre más alejado del liberalismo o de la
modernidad que el Tao te king que aquí comentamos. Lejos de pretender
disolverse y de desaparecer como brega tal ideología, el Estado tradicional
es un ente sumamente activo y omnipresente. No es el organismo que
desplieg
a
o ayuda a desplegar la naturaleza del hombre tratando de intervenir lo
meno
s
posible a fin de no interferir en su sagrada espontaneidad, sino por el
contrario es el que la modifica y transforma, elevándola por encima de lo
que es su mera inmediatez.
Es desde tal perspectiva como es posible comprender el sentido de no-acción
que aparece formulado en el texto, como formando parte del carácter
esencia
l
del gobernante taoísta. Hay no-acción tan sólo en tanto un gobernante
verdadero no se entretiene en cuestiones secundarias, como la economía, la
administración, las relaciones públicas, etc., sino que, al ser su meta
principal la eternidad, es hacia ella que ordena todo lo existente. Nada
qu
e
ver pues con el laissez faire liberal del gobernante que se entromete lo
menos posible en la vida de sus semejantes, sino que aquí en cambio está
presente la idea aristotélica de causa final, de motor inmóvil que mueve
si
n
moverse, que atrae como un imán en tanto poseedor de un carisma del que
carece el común de los hombres. A la inversa exacta de la ideología moderna
y liberal, el gobernante tradicional, lejos de permanecer ajeno y
desinteresado respecto de las acciones particulares de sus semejantes, está
presente absolutamen te en todas aun en las más mínimas e insignificantes,
tratando de otorgarles a todas ellas un contenido superior, un sentido a la
totalidad de la existencia de sus gobernados. Por ello es que su acción
deb
e
ser siempre a la distancia, como la de un imán que atrae hacia sí,
constituyéndose de esta manera en una fuerza mucho más fuerte e
indoblegabl
e
que la más poderosa de las acciones materiales. Estamos así lejos también
del concepto moderno del Estado que ejerce el monopolio de la fuerza
física
;
el gobernante tradicional puede estar desarmado pero sin embargo, por su
prestigio y autoridad, por el carisma que emana de sus actos, alcanza a
obtener de sus súbditos una obediencia reverencial muy superior a la que
alcanza a través del miedo y el terror el más tiránico de los gobernantes.
El emperador chino permanecía por lo tanto alejado de la muchedumbre, vivía
su existencia entera en una ciudad oculta de la que nunca salía, ni
siquier
a
para viajar y conocer el mundo como hacen los líderes actuales, a fin de no
contaminarse y no mezclarse con los afanes del vulgo al cual él debía
transformar; pero no por ello permanecía ajeno a los verdaderos "intereses"
de su pueblo, sino por el contrario, por su acción a la distancia que les
dirigía el rumbo, él le estaba siempre presente, mucho más cerca que el más
pegajoso e incisivo de los demagogos actuales, siempre a disposición de la
gente, poblando con sus imágenes mediáticas nuestra vida cotidiana, aunque
no por ello estando más cercanos a nosotros.
continuará ....
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