16-09-2007
Silvia Ribeiro
La Jornada
La ola de los agrocombustibles sigue avanzando, no porque sea buena para el
ambiente ni aporte solución alguna al cambio climático global –de hecho lo va a
empeorar– sino porque las industrias más poderosas del planeta lo ven como una
fuente de jugosas ganancias y encima consiguen que muchos gobiernos las apoyen
con leyes y subsidios. Las principales interesadas son las compañías de
automóviles (esperan que con el nuevo combustible la gente se vea obligada a
cambiar de carro), las petroleras (controlan el sistema de distribución de
combustibles), las que controlan el comercio mundial de granos (ganarán tanto
con el aumento de la demanda de agrocombustibles, como con el aumento de precio
de los alimentos que deberán competir con éstos) y las trasnacionales de
transgénicos agrícolas.
Otros sectores que avizoran negocios con los combustibles agroindustriales
son las grandes trasnacionales forestales y de plantas de celulosa (Stora Enso,
Aracruz, Arauco, Botnia, Ence y otras), que ahora producen para la industria del
papel, pero que con mínimos cambios tecnológicos se pueden convertir en plantas
de procesamiento de etanol. Igualmente, fabricantes industriales de alimentos
para engorde de pollos y ganado, como Tyson Foods, han hecho alianzas con
petroleras (en el caso de Tyson con Conoco-Phillips) para la fabricación de
biodiesel a partir de grasa animal.
¿Por qué el interés de las trasnacionales de transgénicos? Para empezar,
porque son prácticamente las mismas que controlan la mayoría de la venta de
todas las semillas comerciales. Actualmente, todas las semillas transgénicas que
se plantan comercialmente en el mundo son controladas por Monsanto (casi 90 por
ciento), Syngenta, Dupont, Bayer, Dow y Basf. Al mismo tiempo, las tres
primeras, o sea Monsanto, Syngenta y Dupont, tienen juntas 44 por ciento de la
venta de semillas patentadas en el mundo. Si consiguen consolidar nuevos nichos
de venta que "necesiten" sus semillas patentadas, aumentarán sus ganancias y su
control sobre las semillas –llave de toda la cadena alimentaria humana y animal–
con el desembarco en otro sector clave: los combustibles.
Todas las trasnacionales que controlan los transgénicos ya tienen inversiones
en investigación y desarrollo sobre combustibles agroindustriales. La mayoría en
cultivos transgénicos con mayor contenido oleaginoso, de azúcar o almidón, pero
también en enzimas y bacterias transgénicas, que serían incorporadas a los
cultivos o árboles, para acelerar el procesamiento poscosecha.
Esas transnacionales ya ganan mucho con la expansión de los agrocombustibles,
por ejemplo con el aumento devastador del área de soja transgénica en el Cono
Sur y todo Brasil, y con el aumento de maíz transgénico en Estados Unidos. Con
la presentación de que serán para agrocombustibles o en algunos casos combinando
forraje y combustibles, esperan introducir al mercado nuevas semillas
manipuladas genéticamente. Semillas que, por cierto, no podrían lograr
aprobación de las agencias reguladoras si fueran para alimentación humana,
introduciendo así nuevos riesgos con la contaminación de cultivos y granos
usados para consumo humano.
Pero sobre todo, este puñado de trasnacionales que domina el mercado global
de semillas, apunta a adueñarse de más porciones del mercado ya existente, al
tiempo que expandirse a los agricultores chicos que actualmente usan poco o nada
de semillas comerciales, pero que con el anzuelo de sembrar por contrato para la
producción de agrocombustibles, comenzarían a hacerlo.
Todo esto está dando lugar a nuevas y poderosas alianzas corporativas. Por
ejemplo, Monsanto y Dow acaban de firmar un acuerdo para crear semillas
transgénicas de maíz que combinarán en la misma planta la resistencia a ocho
herbicidas y además serán insecticidas. Esto refleja en parte su reconocimiento
de que las semillas transgénicas generan resistencia a los herbicidas y por
tanto cada vez hay que usar más. Y si no son para alimentación humana, se le
podrán echar herbicidas más tóxicos y en mayor cantidad. Monsanto también se
alió con Basf, con una inversión de mil 500 millones de dólares, para crear
nuevos transgénicos en maíz, soja, algodón y canola. Junto con Cargill creó la
empresa Renessen, dedicada a maíz y soja transgénica para agrocombustibles y
forraje. Para Monsanto significa, además, avanzar en su monopolio, intentando
desplazar a sus competidores más cercanos, Syngenta y DuPont, del mercado de
agrocombustibles.
Por su parte, DuPont creó con Bunge (una de las cerealeras más grandes del
mundo), la compañía Treus dedicada a híbridos de maíz y soja para
agrocombustibles, y también hizo alianza con British Petroleum (BP) para
producir etanol de trigo y biobutanol. Syngenta firmó un acuerdo de colaboración
de 10 años con Diversa Corporation (biopirata de microorganismos de todo el
mundo), para desarrollar enzimas transgénicas para producir etanol, a ser
incorporadas directamente en las semillas o en el procesamiento. Syngenta
trabaja con productores de caña de azúcar en Brasil en este sentido, y es la
primera de los gigantes de transgénicos, que solicitó aprobación en Estados
Unidos para un maíz con una enzima especialmente diseñada para agrocombustibles.
El paso siguiente en esta escalada de poner en riesgo los bienes comunes de
la humanidad y el planeta, para conseguir lucros privados, es la biología
sintética, que pretende crear seres vivos construidos desde cero. Por ejemplo,
Synthetic Genomics, la compañía que creó el controvertido genetista Craig
Venter, trabaja en la creación de organismos vivos totalmente artificiales para
producir energía.
Junto con los planes de las trasnacionales y los científicos al servicio del
lucro inescrupuloso, crece también la conciencia y la resistencia a escala
global. Por todo lo que está en juego es, sin duda, una batalla dura.
*Investigadora del Grupo ETC