UNA
PSICOLOGÍA DEL ALMA PARA UNA CULTURA DE LA PAZ
Cuando la batalla es
interior, la victoria puede por fin ser real. Una victoria es real cuando
conduce a un nuevo orden, caracterizado por niveles de verdad, inofensividad,
equilibrio y eficacia superiores. Libramos en este instante batallas en todas
las esferas, en el plano de la ecología la
contaminación causante del calentamiento global, la pérdida de miles
de especies vegetales y animales, el deterioro de la vida en los océanos, la
desertización que pone en peligro bosques y oxígeno. En el plano de la salud las grandes enfermedades como
cáncer, tuberculosis y SIDA causantes de millones de muertes al año, o la
depresión causa de suicidios y bajas laborales en cifras difícilmente creíbles,
o el problema de las drogas que destruye la vida de millones de jóvenes antes
de siquiera amanecer a la luz de su infinito potencial. En el plano de la economía la devastadora pobreza que
condena a millones de personas a la muerte física y la no menos cruel muerte de
su potencial humano por carencias básicas en su educación. En el plano de la política muchos libran tristemente aún
sus guerras innobles: las del territorio, el dominio, el petróleo como fuente
de riqueza y otros luchan en la única una guerra noble, la guerra por la paz, esa que requiere conquistar
la justicia como condición previa, indispensable e impostergable, y que todo lo
da para que en un futuro solidario ondee la bandera de la blanca inofensividad.
Iguales batallas en otros frentes, tenemos en crisis la educación, la religión y la misma ciencia pues en tanto su tecnología sea la de la sociedad de
consumo, la del poder al servicio del dinero, ella no sirve a la vida, la
obstaculiza de forma activa, permanente y eficaz.
Veamos algunas de estas
batallas bajo la hipótesis de que no son varias hoy, ni lo han sido nunca. Son una y la misma: son la batalla por conquistar el
corazón del hombre, ese lugar de la consciencia donde la ignorancia
desaparece y ya no son posibles la injusticia, la agresión, la mentira, ni
ninguna forma de subyugación, abuso o destrucción.
Una de las que más
cobertura mediática está teniendo en este instante es la batalla por sanar la
tierra, Al Gore nominado para el premio Nobel y premio Príncipe de Asturias, por
su estupenda obra de difusión, es una de las voces más notorias en un llamado
inteligente a la responsabilidad de los gobiernos y los ciudadanos. Lo mejor de
su mensaje es su afirmación de que el desafío es un desafío ético. Lo es.
Si de verdad entendemos
que lo es, veremos que detener la contaminación es mucho más que minimizar el
número de toneladas de carbono que lanzamos a la atmósfera causando el efecto
invernadero, el calentamiento global y el derretimiento de los hielos
perennes, y pasa a ser la batalla por conquistar el único factor que garantiza a Gaia un futuro de plenitud y
a la humanidad una cultura de la paz: una consciencia despierta.
Despertar es ascender a
nuestra verdadera identidad, es decir encarnar en nuestras vidas los valores
eternos, los que son comunes a todas las religiones, los que constituyen la
plataforma para que la paz y el amor dejen de ser sueños y promesas y sean la
más sólida realidad. ¿Cómo despertar? ¿Qué obstáculos se oponen? Despertamos
venciendo los obstáculos que nos impiden comprender nuestra naturaleza esencial
y por tanto la naturaleza verdadera de todo lo que es. Para hacerlo debemos conquistar
el dominio sobre los tres planos de nuestra personalidad, es decir debemos
vencer nueve grandes pruebas, representadas en la mitología por una hidra de 9
cabezas:
En el PLANO FISICO el
apego por la comodidad en todas
sus formas: inercia, indiferencia, autojustificación o lisa holgazanería; el apego al sexo con todas sus
manifestaciones, pasión ciega, instinto, promiscuidad, obsesión, prostitución,
perversión y paternidad irresponsable y el
apego al dinero es
decir el materialismo, la codicia y la avaricia.
En el PLANO EMOCIONAL el miedo (inseguridad, temor al fracaso,
temor a la muerte, fobias, crisis de pánico)
la ambición (competitividad, rivalidad, afán de protagonismo) y el
odio (rencor, rabia, destructividad).
En el PLANO MENTAL la crueldad (venganza, crítica) la separatividad (dificultad de cooperar,
incluir, comprender la esencia última) y el
orgullo (prepotencia, rigidez, atrincheramiento en la propia
posición, parcialidad).
Intentemos pensar en
algún conflicto de la humanidad en alguna época o lugar, a nivel personal, familiar,
social, nacional o planetario cuya causa
última NO resida en uno de estos conflictos. ¿Hay alguno? No, no lo
hay.
“Ni siquiera un dios puede cambiar en derrota, la
victoria de quien se ha vencido a sí mismo” dice Buda, así de
sagrada es esa victoria. ¿Hay acaso
alguna OTRA batalla que librar? Si vencemos al interior automáticamente afuera las
cosas se reordenan, no hay afuera separado
del adentro, cuando habitamos nuestro ser. Con cada conquista
adentro aumenta la luz del mundo. Con cada paso nuestro avanza la cadena entera
de la vida. A
medida que nuestra luz crece nuestra capacidad de irradiarla aumenta también y
así el proceso de responsabilizarnos por nuestra propia vida pasa a ser luego
el proceso de ser creadores y termina siendo el proceso de liberar a los demás.
Ese trabajo por los demás se conoce en todas las religiones como la actividad
privilegiada: el servicio.
Vivamos cada día como una
oportunidad para dialogar con el mundo, sabiendo que el mundo cambia cuando
nosotros cambiamos. Aceptemos la responsabilidad de tomar posesión de nuestro
poder: el de ser creadores de nuestra vida y de nuestra cultura. Vivamos ese
diálogo con el mundo en nuestros éxitos y nuestros fracasos, en la salud y la
enfermedad, ante la muerte, el nacimiento y el cambio, cultivando en nuestro
interior el desarrollo de las virtudes que nos conducen al equilibrio. El del equilibrio
es el Noble Sendero del Medio, el que encarnó Buda para conquistar la iluminación. Sepamos
que iluminar el mundo no es posible
sin iluminar nuestra vida, iluminémosla.
Para iluminarla recuperemos
para todas nuestras actividades el ser en el hacer y así ninguna será activismo, esa falsa creencia de que el
problema es de otros, que está afuera, que se cambia sólo actuando. Recuperemos
para nuestro tiempo libre y nuestras pausas, el compromiso con alguna forma de
servicio o de meditación y así ninguna será ombliguismo.
No transitamos la senda
del medio si nos polarizamos en el masculino hacer, programar, organizar,
disociando la actividad de la introspección, el silencio receptivo y la
profundidad de lo femenino. No conquistaremos la sensibilidad fecunda de lo
femenino si nos quedamos en la sensiblería de las heridas no sanadas, en el
victimismo, la renuncia o la queja. Sólo desde la profundidad femenina de
nuestra aceptación, nuestra tolerancia y nuestra humildad unidas a las virtudes
masculinas de nuestra voluntad de bien, nuestra inteligencia y nuestra dinámica
practicidad sanaremos la vida y la cultura. ¿Hay
acaso otra batalla que librar?
Isabella Di
Carlo – www.davida-red.org PAGINA OFICIAL DE JORGE CARVAJAL