Mayo 6, 2008: A las 11:18 de la mañana despejada del
jueves 1 de septiembre de 1859, Richard Carrington, de 33 años
(ampliamente reconocido por ser uno de los astrónomos solares más
destacados de Inglaterra), se encontraba en su bien equipado observatorio
privado. Como en cualquier otro día soleado, su telescopio proyectaba una
imagen del Sol de 28 cm (11 pulgadas) de ancho sobre una pantalla y
Carrington trazaba con gran habilidad las manchas solares que veía.
Derecha: Manchas solares
dibujadas por Richard Carrington el 1 de septiembre de 1859. Derechos de
autor: Sociedad Astronómica Real. Más
información.
Esa mañana, él estaba capturando el aspecto de un enorme grupo de
manchas solares. De repente, ante sus ojos, dos cegadoras gotas brillantes
de color blanco aparecieron sobre las manchas solares, se intensificaron
rápidamente y adoptaron la forma de los riñones. Al darse cuenta de que
estaba siendo testigo de algo sin precedentes y "un poco nervioso por la
sorpresa", Carrington después escribió: "Corrí de prisa para llamar a
alguien que presenciara el fenónemo conmigo. Al regresar, luego de 60
segundos, me sentí avergonzado ya que las gotas estaban esfumándose".
Carrington y el testigo observaron cómo los puntos blancos se contrajeron
hasta volverse puntitos y, posteriormente, desaparecer.
Eran las 11:23 de la manaña. Sólo cinco minutos habían pasado.
Justo antes del amanecer del siguiente día, sobre los cielos de todo el
planeta aparecieron auroras de color rojo, verde y púrpura; eran tan
brillantes que se podían leer los periódicos como si fuera de día. De
hecho, las impresionantes auroras se hicieron presentes incluso en lugares
con latitudes casi tropicales como Cuba, las Bahamas, Jamaica, El Salvador
y Hawai.
Lo más desconcertante es que los
sistemas de telegrafía en todo el mundo se vieron afectados. Los
operadores de telégrafos sufrieron descargas de chispas y el papel
telegráfico se quemó. Aun cuando los telegrafistas desconectaron las
baterías que proveían la energía a las líneas, las corrientes eléctricas
inducidas por las auroras en los alambres permitieron que se transmitieran
mensajes.
"Lo que Carrington vio fue una erupción solar de luz blanca —una
explosión magnética en el Sol", explica David Hathaway, del equipo de
física solar, en el Centro Marshall para Vuelos Espaciales, de la NASA, en
Huntsville, Alabama.
Ahora sabemos que las erupciones solares ocurren con frecuencia,
especialmente durante el máximo del ciclo de manchas solares. La mayoría
revela su presencia al emitir rayos X (registrados por telescopios de
rayos X en el espacio) y ruido de radio (detectado por los
radiotelescopios en el espacio y sobre la Tierra). Sin embargo, en la
época de Carrington no había satélites de rayos X, ni radiotelescopios.
Nadie sabía que las erupciones solares existían hasta aquella mañana de
septiembre cuando una supererupción produjo suficiente luz como para
rivalizar con el brillo del propio Sol.
"Es raro que uno pueda llegar a ver que la superficie del Sol se vuelva
más brillante", dice Hathaway. "¡Se requiere de mucha energía para
calentar la superficie del Sol!"

Arriba: Una erupción solar moderna registrada el 5
de diciembre de 2006 por la cámara de rayos X a bordo del satélite GOES-13
de la NOAA. La erupción fue tan intensa que, de hecho, dañó el instrumento
que tomó la fotografía. Los investigadores creen que la erupción que vio
Carrington involucró una energía mucho mayor que esta.
La explosión no sólo produjo un aumento en la luz visible, sino también
una enorme nube de partículas cargadas y bucles magnéticos (una eyección
de masa coronal o EMC); y dicha nube fue lanzada directamente hacia la
Tierra. La siguiente mañana, cuando la EMC llegó, impactó contra el campo
magnético de la Tierra, causando que la enorme burbuja de magnetismo que
rodea a nuestro planeta temblara y se sacudiera. Los investigadores llaman
a esto "una tormenta geomagnética". Los campos electromagnéticos que se
mueven rápidamente indujeron enormes corrientes eléctricas que se
trasladaron a través de las líneas telegráficas e interrumpieron las
comunicaciones.
"Hace más de 35 años, comencé a llamar la atención de la comunidad de
la física del espacio respecto de la erupción solar de 1859 y de su
impacto sobre las telecomunicaciones", dice Louis J. Lanzerotti, quien es
un Miembro Distinguido (ya jubilado) del Personal Técnico de los
Laboratorios Bell y actual editor de la revista especializada Space
Weather (Clima Espacial). Lanzerotti se dio cuenta de los efectos que
las tormentas geomagnéticas solares tienen sobre las comunicaciones
terrestres cuando una gran erupción solar, el 4 de agosto de 1972, produjo
la interrupción de las comunicaciones telefónicas en el estado de
Illinois. Ese acontecimiento, de hecho, provocó que la compañía AT&T
rediseñara su sistema de energía para los cables transatlánticos. El 13 de
marzo de 1989, una erupción similar provocó tormentas geomagnéticas que
interrumpieron la transmisión de energía eléctrica desde la planta
Hidroeléctrica en Quebec, Canadá, dejando a oscuras a la provincia y en
tinieblas a 6 millones de personas durante 9 horas; el aumento de energía
inducido por las auroras incluso derritió algunos transformadores en el
estado de Nueva Jersey. En diciembre de 2005, los rayos X de otra tormenta
solar interrumpieron las comunicaciones satélite-Tierra y las señales de
navegación de los Sistemas de Posicionamiento Global (GPS, por su sigla en
idioma inglés) durante aproximadamente 10 minutos. Eso podría parecer poco
tiempo pero, como Lanzerotti hace notar, "En esos 10 minutos, no me
hubiera gustado estar en un vuelo comercial que aterriza con ayuda de un
GPS o en un barco que fuera atracado utilizando un GPS".
Derecha: Transformadores de
energía dañados por la tormenta geomagnética del 13 de marzo de 1989: más
información.
Otra erupción del tipo de la que vio Carrington hubiera hecho parecer
insignificantes estos eventos. Afortunadamente, dice Hathaway, parecen ser
raras:
"En los 160 años de registro de tormentas geomagnéticas, el evento que
presenció Carrington es el más grande". Es posible buscar registros aún
más atrás en el pasado examinando el hielo ártico. "Las partículas
energéticas dejan una marca en los nitratos de los núcleos de hielo",
explica. "Con esta información podemos afirmar que el evento que presenció
Carrington continúa siendo el más grande en un período de 500 años y es
casi dos veces mayor que el evento que ocupa el segundo lugar".
Estas estadísticas sugieren que este tipo de erupciones son eventos que
ocurren una vez en medio milenio. Las estadísticas están lejos de ser
contundentes; sin embargo, Hathaway advierte que no comprendemos las
erupciones solares lo suficiente como para descartar que se puedan repetir
durante nuestra vida.
¿Y entonces?
Lanzerotti señala que la tecnología electrónica se ha vuelto más
sofisticada y está más presente en la vida cotidiana, pero también se ha
tornado más vulnerable a la actividad solar. En la Tierra, los cables de
energía y de comunicaciones telefónicas de larga distancia podrían verse
afectados por las corrientes generadas por las auroras, como sucedió en
1989. Los radares, las comunicaciones mediante teléfonos celulares y los
receptores del GPS podrían interrumpirse por los ruidos de radio del Sol.
Los expertos que han estudiado sobre el tema dicen que hay poco por hacer
para proteger a los satélites de las erupciones como las que vio
Carrington. De hecho, un artículo reciente estima que el daño potencial a
los más de 900 satélites que se encuentran actualmente en órbita podría
costar entre 30 mil millones y 70 mil millones de dólares. Ellos dicen que
la mejor solución es tener una flota de satélites de comunicación listos
para lanzar.
También los seres humanos en el espacio estarían en peligro. Los
astronautas que realizan caminatas espaciales podrían tener sólo algunos
minutos después del primer destello de luz para hallar un refugio y
protegerse de las energéticas partículas solares que estarían pisando los
talones a esos fotones iniciales. Su nave probablemente tendría la
protección adecuada; la clave sería entrar a tiempo.
No es de extrañar que la NASA y otras agencias espaciales de todo el
mundo hayan considerado que el estudio y la predicción de las erupciones
solares son una prioridad. Justo ahora una flota de naves está
monitoreando el Sol y obteniendo datos de las erupciones, grandes y
pequeñas, que finalmente revelen cuál es el mecanismo que desata las
explosiones. SOHO, Hinode, STEREO, ACE y otras naves ya están en órbita,
mientras que otras nuevas, como el Observatorio de la Dinámica Solar,
están siendo preparadas para su lanzamiento.
La investigación no evitará que ocurra otra erupción como la que vio
Carrington, pero puede hacer que "semejante sorpresa" sea cosa del
pasado.
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