 | Asunto: | [redluzargentina] ojo-La utopia de la Raza Cosmica / Alberto Ortiz Sandi | Fecha: | Lunes, 29 de Septiembre, 2008 05:24:53 (-0500) | Autor: | Ricardo Ocampo <lacasadelared @.....com>
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From: Ricardo Ocampo <lacasadelared@gmail.com>
Date: 29-sep-2008 5:09 Subject: ojo-La utopia de la Raza Cosmica / Alberto Ortiz Sandi
To: RED ANAHUAK <redanahuak@elistas.net>
La utopía de la Raza Cósmica
Alberto Ortiz Sandi
Y presentimos como otra cabeza, que dispondrá de todos los ángulos para cumplir el prodigio de superar a la esfera.
José Vasconcelos
Una
inmensa intuición (el propósito que ocupa una vida) puede expresarse
con maneras muy sencillas, casi pueriles, con palabras que –incluso–
denotarían cierta inocencia y candidez. Una gran verdad puede decirse
con las palabras cándidas, pero plenas de esencialidad que suelen
ocupar los niños y los inocentes que ya no son niños. Antoine de
Saint-Exupéry dice que "no se ve bien sino con el corazón, pues lo
esencial es invisible para los ojos ", aduciendo con ello –entre otras
cosas– que los valores fundamentales (aquellos que nos hacen humanos)
no son pan cotidiano, quizá porque tenemos la mirada cubierta de una
gruesa nata de mala coexistencia social. El amor, la belleza, la
verdad, el gozo, la libertad, la justicia son –en esta sociedad
malignizada– palabras huecas de un discurso vacío, útiles más que nada
para la expiación de las culpas y para justificar al dios falso del
poder-dinero. Sin embargo, y a pesar de los portentosos esfuerzos por
ocultarlo, lo esencial subyace, palpitante e inmanente, a lo que
realmente es la humanidad: conciencia y vida.
Lo
esencial es invisible a los ojos y también al atisbo de la razón. La
razón discepta y diseca: formaliza el universo fenoménico. Lo esencial
está tras la barrera de lo espacial-temporal. Por eso una gran
intuición luce –además de cándida– como irracional. José Martí –un
varón que sabía ver con el corazón– ya en vísperas de su muerte le
escribe jubiloso a su amigo del alma Manuel Mercado: "Y a esa cosa que
es mía y mi orgullo y obligación… de impedir a tiempo con la
independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados
Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.
Cuanto hice hasta hoy y haré es para eso." Resumiendo con esta
sencillez el propósito de toda su vida. Diciendo que él padeció
indecibles sufrimientos prácticamente desde que era un niño, y realizó
titánicos y sostenidos esfuerzos (esfuerzos que coronó con su
inmolación ante las balas coloniales), porque creía que la misión del
ser iberoamericano en la evolución de la urgentísima humanidad
planetaria así se lo exigía. O sea, Martí vivió y murió para una
intuición groseramente ingenua y severamente descabellada: que de la
sangre y de la tierra de Iberoamérica habría de surgir el hombre que
salve al hombre de su terror a sí mismo. José Martí entregó su vida a
lo que José Vasconcelos llamaría la Raza Cósmica : la quinta raza por
venir del hondo sincretismo de todas las civilizaciones habidas sobre
este planeta.
José
Vasconcelos publica su Raza Cósmica en 1925, cuando ya era fehaciente
el poder global del imperio yanqui. Vasconcelos sentía horror de este
poder, porque juzgaba que la doctrina subyacente en la conformación de
Estados Unidos era un impedimento mayor para la conjugación de los
pueblos del orbe. Esta doctrina fundacional, este entramado
religioso-esotérico, tiene por basamento una antiquísima noción que ha
sido substancial en el imaginario de algunas civilizaciones: la de ser
la nación elegida por las sempiternas fuerzas universales para la
realización de propósitos inescrutables. Sólo que mientras las naciones
escogidas estuviesen aislados por la geografía y el tiempo no
había en realidad una amenaza contundente, pero cuando ya la geografía
no existe como un impedimento de contacto humano, y cuando el tiempo se
ha transformado en un convencionalismo manipulable según las apetencias
y necesidades de las personas, la noción de un país elegido resulta
sumamente peligrosa, ya no digamos para el resto de los mortales
no-signados, sino para la humanidad toda y para el planeta mismo en que
ésta se desenvuelve. Así lo intuyó Vasconcelos en los comienzos de la
explosión mecanicista. Si bien admiraba el empuje y brío de los sajones
injertados en América, y reconocía su misión de desarrollar las
capacidades técnicas y conceptuales para poner a todos los individuos
del mundo en interacción entre sí, también abjuraba de su autoexclusión
como una especie aparte, autodesignados desde siempre para regir con
prepotencia y desprecio, y a su mezquino antojo y conveniencia, los
destinos de todos los otros en el astro común.
La Raza Cósmica es un boceto de utopía magnífico que tiene por principio la hipótesis de la civilización intensa.
Según Vasconcelos, la alta cultura es una entidad evolutiva que encarna
en uno u otro pueblo de acuerdo con una lógica histórica trascendente,
que demanda la elevación sostenida del espíritu humano. Así, este ente
civilizador pasó de los atlantes a los egipcios de Toth, y de éstos a
los griegos de Hermes, para luego retornar, por medio de la Europa
helenizada, las costas americanas en donde tendría la finalidad de dar
nacimiento a un tipo humano universal: síntesis de miles de años de
evolución cultural y conjunción de todas las razas; para luego –en un
tiempo impreciso– hacer devenir al hombre en un organismo menos torpe y
más afín al espíritu que le crea y le da sustento. La hipótesis implica
un continuo retorno a un estadio histórico aparentemente igual, pero,
en realidad, más alto e incluyente. También implica el recuerdo
permanentemente presente, pero olvidado, de los estadios anteriores, lo
que nos convierte en cautivos del estado de la nostalgia. Tal vez sea
por ello que no haya persona que no tienda de forma reiterada a otro
espacio sin término y sin presencia. Para Vasconcelos esta civilización
intensa tiene hoy su campo de germinación en la América ibérica, en
donde se gesta un mestizaje disímil y dificultoso. (Los mestizajes
contradictorios tardan mucho más tiempo en plasmar, pero su cohesión
final produce seres y civilizaciones prodigiosos.)
Contrario
a la América sajona que ha buscado lo homogéneo, nuestra América ha
tendido a lo heterogéneo. Nosotros somos un Pierrot multifacético,
plurisimbólico, dulce y doloroso, bello y horroroso. Esa visión que
somos "con pecho de atleta, manos de petimetre y frente de niño" ,
ese bufón con máscara que somos es nuestra mayor esperanza, pero es
también nuestra más grave maldición, pues nos ha hecho carecer de la
virtud del propósito común. Divagamos por los meandros de la
incertidumbre y el miedo. Renegamos y nos avergonzamos del fantoche que
somos, sin comprender que ese ser contrahecho es la imagen que nos ha
tocado hacer resonar allá, en la bóveda más alta del universo.
Vasconcelos advierte sobre los venenos que nos atosigan: una escisión
endémica, oligarquías altaneras con los de adentro y serviles con los
de afuera, una situación de corrupción generalizada que no es más que
los fantasmas ennegrecidos de nuestro corazón, y una ignorancia brutal
que permea desde los más altos estratos sociales hasta los más bajos, y
que proviene directamente de la pusilanimidad que nos hemos dejado
endilgar por los enemigos de afuera y de adentro: " el comercio nos
conquista con sus pequeñas ventajas." En estas especiales condiciones
cabe la pregunta: ¿podría surgir de este acanijado protoplasma un
organismo de tal envergadura que sirva de prototipo para una humanidad
superior? El sí o el no lo dará la capacidad para convocar las
cualidades de las potencias superiores: imaginación, inspiración,
libertad, verdad, belleza, gozo, amor.
Si
la respuesta fuese un día positiva, significa que habremos armonizado
los elementos que parecen contradictorios. El progreso estaría en
hermanar el Occidente que somos con el no-Occidente que también somos,
la fuerza de la deducción con la fuerza de la inspiración. Grecia
amalgamó la enérgica estructura cognitiva de la razón, vital no sólo
para Europa, sino para el mundo entero. Nosotros debemos propiciar un
individuo no rapaz, un creador de belleza, un ente que pueda llevar a
cabo el fin ulterior de la historia, que es la fusión de los pueblos y
las culturas. " El camino que hemos iniciado es mucho más atrevido,
rompe los prejuicios antiguos, y casi no se explicaría si no se fundase
en una suerte de clamor que llega de una lejanía remota, que no es la
del pasado, sino la misteriosa lejanía de donde vienen los presagios
del porvenir." Este camino es " el sendero del gusto, no el del apetito
ni el del silogismo". Este camino es " vivir el júbilo fundado en amor."
El
mundo de ahora no se resolverá por la fuerza de las armas, ni por el
empuje de la idea conceptual. Precisa un entendimiento allende todo lo
que juzgamos posible para que la gente pueda desenlazar el nudo
gordiano de su estupidez. Precisa la preeminencia de la utopía, si
quisiéramos usar esa palabra que no dice nada a una posibilidad que lo
dice todo. La utopía puede salvaguardar el sentido de la existencia con
una suerte de a-racionalidad latente y penetrante. Occidente inventó y
enseñó el dominio de lo material, el no-Occidente que nos pertenece
debe ayudarnos a armonizar ese poder sobre los elementos con las
potestades inherentes a lo más espiritual posible, concibiendo por
espíritu no un dogma anquilosado sino una realidad viva y vivible, sin
nomenclatura, sin exclusivismos, que nos lleve hacia una mirada
diferenciada del ser. En verdad no hay otro lugar sobre este mundo en
donde el plasma germinal de la vitalidad humana tenga tanto orgullo"
como en nuestras dolorosas repúblicas de América, levantadas entre las
masas mudas de indios… sobre los brazos sangrientos de un centenar de
apóstoles". No hay otro lugar en esta Tierra de tan vastas condiciones
materiales y espirituales para que nazca un hombre nuevo, porque de
"tantos que han venido y otros tantos que vendrán, se nos ha ido
forjando un corazón sensible y ancho que todo lo abarca y contiene y se
conmueve ...", corazón que " henchido de vigor impondrá leyes nuevas al mundo" para que " la realidad sea como la fantasía" .
Si la especie sapiens
no encuentra por su propia mano su final, los siglos por venir verán la
simbiosis entre las diversas ciencias, hasta configurar una ciencia
total que abarque tanto lo físico como lo biótico (incluyendo lo
social) en sus variadas gamas de sutilezas; simbiosis que se expresará
en tecnologías de manufacturas hoy inimaginables. Un incipiente indicio
de esta terrorífica explosión son los avances en nanociencia y en
genética, cuyas raíces se empiezan a ver entrelazadas en el fango común
del conocimiento. No estarán muy lejos aún los murmullos de la humilde
máquina de vapor cuando el sapiens habrá ya devenido en un
viajero de las estrellas. La civilización tal y como la conocemos
cambiará, pero, ¿también cambiará el corazón de aquel que la crea y le
da sustento?
Sería
baladí asumir que la utopía de la Raza Cósmica tiene por principio sólo
un conjuntado de etnias, una mezcla profusa de genes; mucho más allá de
ello es un Estado de Conciencia, una Razón del Ser que implica un
entendimiento de la verdad fundamental que compartimos un destino común
en el escenario de la vida inteligente universal. La Raza Cósmica no es
la igualación de los caracteres, sino la vivificación del anhelado amor
entre las personas, el entendimiento cabal del mensaje del Cristo,
aquello que cuando sucediera, según dijo Pierre Teilhard de Chardin,
sería la segunda vez en la historia del mundo que el hombre descubriera
el fuego. La Universópolis –ese centro de donde emanarían para todo el
orbe las buenas nuevas: la belleza hecha carne y mente– tampoco podría
concebirse sólo como una ciudad o una región o un Estado; más bien
sería un cuerpo doctrinal de tal talla y trascendencia únicamente
comparable a la metafísica sublime que propició la gran civilización
egipcia. Un cuerpo doctrinal que saldría de la gente profundamente
imbricada de estas tierras. Los matices de esta "metafísica
existencial" hoy no podemos ni imaginarlos, sólo podemos soñar que
existen dentro y entre nosotros. Y tener ese sueño (tal como lo
tuvieron Vasconcelos, Martí, Bolívar, Che Guevara, entre otros y otras)
en este mundo que se desmiembra como un leproso es tener mucha
inocencia y candidez… ¿O no?
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2008/09/28/sem-alberto.html
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