El mundo de la selva, en realidad, no es
propiamente ni un antes ni un después con respecto al mundo "civilizado". Es,
básicamente un mundo otro.
Antonio Melis
…Hace miles
de lunas, cuando la misma luna no era mas que un pedazo de tronco difunto, en
ese entonces todo era ceniza. Y la luz de las estrellas y el aire… y la salud y
el tiempo y los animales que se arrastran y los animales que vuelan o caminan,
y los pedregales, las playas, todo lo que hora existe a su manera, según su condición,
lo que podemos ver, lo que no vemos, todo era nada. Y la nada también era
ceniza. Así se hallaba el mundo cuando en eso cayó un relámpago sobre un árbol
de pomarrosa: y la pomarrosa era ceniza, todavía no era pomarrosa. Y en ese instante
de aquella pomarrosa quemada y partida por el relámpago, ahí mismo brotó un
lindo animal. El tronco de la pomarrosa se abrió en dos, como flor, y de su
adentro salió el primer viviente verdadero, un animal que no tenia plumas, que
no tenia escamas, que no tenía recuerdos. Y el primer Shirimpiáre* se
sorprendió muchísimoy se dijo: no es pájaro,
no es pez, no es animal-animal, no sé lo que será pero sin duda se trata de la
mejor obra de Pachakamáite. Pachakamáite es el Padre Dios de los Campa*, esposo
de Mamántziki.
El Shirimpiáre,
se quedó largo rato pensando y al fin sentenció: tiene que ser humano… y decidió
llamar Kaametza a ese animal. Kaametza que significa en idioma campa
La-muy-hermosa.
Así fue que comenzamos,
con Kaametza, una hembra. Ni bien brotó de la pomarrosa, ella empezó a buscar.
Buscaba y no sabía qué. Así estuvo Kaametza años de años caminando, buscando,
cuando una tarde, ante un arroyo que también era ceniza, Kaametza fue a
mirarse, o a beber, o a lavarse. Se agachó hasta las aguas quietas del río…y de
lo alto del bosque surgió una pantera de espanto, un otorongo negro, bramando.
Ella se quedó inmóvil al comienzo, sin siquiera asustarse. ¿Acaso tenía
conocimiento de lo que era el susto? No había palabras en su mente, ni nombre
de ninguna cosa. Pero gracias a ese conocer desconocido, sin conciencia, que
hasta hoy poseemos, Kaametza comprendió lo que debía y eludió al otorongo. Y el
otrongo volvió a saltar sobre ella, con las uñas afuera, preparadas, como astillas
de piedra calcinada. Y Kaametza volvió a esquivarlo… Y Kaametza descubrió
dentro de sí un temor gigante, comprendió lo cerquita de la muerte. Y sin
pensarlo ni proponerse nada, arrancó un hueso de su cuerpo. De delante, junto a
su cintura, sin dolerse y no le salió sangre, no le quedó señal alguna en la
piel, ninguna herida abierta. Y empuñando su hueso, así, como puñal recién
afilado, le sajó la garganta al otorongo.
Y Kaametza
cayó de rodillas luego de matar al otorongo, agradeciendo se postró en la arena
de ceniza al borde de ese río y contempló el cuchillo que la había salvado, con
las manos lo levantó hacia su boca, lo acercó despacito, despacito, diciéndole
qué cosas, casi como besándolo tal vez… y el cuchillo sacado de su cuerpo no guardaba
ni sangre de Kaametza, ni sangre del otorongo que la había arañado, y Kaametza
le dio las gracias consu aliento, con
cariño de su boca, jadeando, y el hueso se encendió, tembló como aquellos
relámpagos que no suenan, que solo saben alumbrar …y ella lo soltó como si le
chamuscara las manos, y el hueso se puso a dar vueltas rehuyéndose y creciendo,
igual que un ahogado buscando aire, ocupando una forma que ya estaba en el
aire, que lo esperaba desde siempre como un destino en el aire, y que fue
pareciéndose mas y mas a Kaametza, apagándose poco a poco y volviendo a brillar,
convirtiéndose en la sombra de un árbol de incendio, en una pomarrosa de sombra,
en una piedra de árbol animado, imitando los ojos y los brazos y el pelo de
Kaametza como si el cuerpo de Kaametza hubiera tenido siempre un molde allí en el
aire esperándolo y después retrocediendo y avanzando de nuevo y
brillandoasfixiándosebuscando, buscando diferencias en el aire, diferenciándose
de lo idéntico de Kaametza y al final aquietándose y victorioextenuándose sobre
la playa de ceniza, en lo oscuro, igualito y distinto a Kaametza.
-Así fue que apareció el varón. Y el primer
Shirimpiáre que ya por entonces vivía sin vivir, sin cuerpo, que estaba de
testigo observándolo todo desde el aire, se alegró mucho y decidió que el hombre
viva, y decidió que era bueno que el hombre acompañara a la mujer y que juntos
se procuraran descendencia, y le obsequió asimismo dándole un nombre. Para que
pudiese seguir existiendo le puso nombre pronunciándolo fuertemente desde el
aire.
-Narowé, lo
llamó.
Y el primer varón, al oír el nombre que el
Dios Pachakamáite había aprobado, continuó durmiendo. Continuó durmiendo pero
la sangre comenzó a caminar por todo su cuerpo y el aire entró en su sangre preñándole
de luces de generosidad el corazón y esparciendo la fuerza y valentía por sus
músculos y dotándolo de alma y de palabra para que pudiera abrir las puertas de
los mundos, inclusive de aquellos que no se ven con los ojos del cuerpo
material y para que pudiera agradecer a los dioses y a los hombres y supiera
guerrear y trabajar y hacer hijos y embellecer la tierra.
-¡Narowé!, lo
llamó, que en idioma de campas, de ashanínkas*, quiere decir yo soy o yo soy el que soy, por igual.
Lo primero
que miró Narowé al desprenderse de la nada fue a Kaametza, fue todo, el sol,
mirándolo. Pero eso pasó dentro de su ánima, detrás de su primera sensación,
detrás de su primer conocimiento, bajo su corazón. Porque afuera, alrededor de
la playa de ceniza donde ambos se encontraban, encima de los bosques y el cielo
de ceniza, todo el mundo era sombra. Ya Pachakamáite, el Pawa, Padre Dios de
los campa, había creado la luna y las estrellas pero no les había concedido aun
el oficio de alumbrar. Todo era color de noche muerta, piel de noche cerrada. Y
el tiempo, torrente sin cauce ni dirección, absoluto y eterno.
Narowé sin
embargo vio a Kaametza, la pudo distinguir bien claro, nítida y ahí nomás se
levantó hacia ella y ella lo recibió sabiendo todo. Lo dejó entrar, abriéndose.
Así como el río Inuya penetra el río Urubamba, así entró Narowé sonando
fuertemente, todas las tempestades de su cuerpo fundidas dentro de una
fervorosa corriente yendo hacia atrás, mintiendo, regresando-insistiendo. Lo
mismo que el Inuya, si el Inuya tuviera dureza de piragua. Y Kaametza fue
cielo, se hizo cielo para que el sol nacido de su cuerpo, ascendido y ardido
por su cuerpo entre dos mediodías, consiguiera retornar y volver a caer hacia
el crepúsculo mezclando su luz blanca con la sangre del cielo. Abrazados mejor
que obedeciéndose, Kaametza y Narowé fabricaron la vida, pegaron la existencia
con goma fulgurante y sangrante, y todo limpio, todo sin fronteras, la plenitud
de sus cuerpos como lenguas recorriéndose en una sola miel honda y salada.
Sobre la
sangre del otorongo negro, revolcándose en un mismo vértigo despacioso,
conocieron el amor, ahí fue que se amaron. Descubrieron sus cuerpos y el fuego
y la tristeza de los cuerpos, y el vacío, no la primera ceniza sino esa otra
que ofende después de los incendios, y el silencio, y la idea de lo inevitable,
de la muerte que habita en todo lo que vive, todo lo descubrieron.
Kaametza y
Narowé llegaron juntos, al placer. Y cuando gozaron, en el instante en que
ambos gozaron, ahí fue que en el mundo se inventó la luz.
Del primer goce del primer amor nació la
luz, sobre toda la tierra se hizo la luz.
Shirimpiáre: hechiceros que
usan el tabaco para sus curaciones.
Ashanínkas: así denominan a
su nación los nativos que habitan El Gran Pajonal, a quienes conocemos como
Campas
Extractado de: Las Tres Mitades de Ino Moxo, y otros brujos de la Amazonia.