NOTICIAS DE LA
ASCENSIÓN, por Hortensia
Galvis
EL NIÑO INTERIOR
Cuando se reconocen todas las
partes de uno mismo se descubre la alquimia interior, que es todopoderosa.
Equivale a estar invitado a un baile de máscaras, donde hay infinidad de
convidados. Allí el juego consiste en identificar a cada uno de los personajes y
llamarlo por su nombre. En el momento en que se descubre su identidad, ocurre
algo mágico e incomprensible: el enmascarado desaparece sin dejar rastro. La
transmutación interna es algo parecido, se trata de hacer consciente lo
inconsciente. Con solo esta práctica podemos liberarnos de las cargas
emocionales que hasta ahora nos han pintado la vida de
tragedia.
En cada ser existe un rincón oculto
donde habitan las partes de sí mismo que quedaron inconclusas y ahora buscan
completarse. A ese sitio le llamamos el niño interior, porque contiene dentro
todos los aspectos inmaduros de nuestra personalidad. Ese niño interno
permanentemente gime: "dame, dame, dame", nunca está conforme, y siempre quiere
más. Cada momento doloroso del pasado vive en este espacio, esperando ser
cambiado, y su inconformidad se proyecta al tiempo presente para pedir
ayuda.
En el baile de máscaras, al que hoy
hemos sido invitados, vamos a dedicar una mirada a ese niño interno abandonado,
que solo requiere la atención de una mirada, para cambiar su llanto en sonrisas.
Antes de abordarlo debemos comprender que él es la suma de todos los aspectos
rezagados de nosotros mismos. Podemos estar anclados en carencias de amor, de
comprensión y de ternura, que congelan nuestro presente en la actitud terca de
recibir sin dar nada a cambio, manifestando como resultado relaciones
insatisfactorias. Un niño está polarizado en recibir, porque es claro que él no
puede prescindir del apoyo que le dan los adultos para su supervivencia. Pero,
en su madurez, el ser humano debe alcanzar el equilibrio entre el tomar y el
dar.
Hay la tendencia a creer que el
pasado no es modificable, pero dentro de cada ser humano hay la fuerza para
cambiarlo todo dentro de sí mismo. Pongamos el ejemplo de alguien que, después
de pasadas varias décadas, todavía se lamenta de que sus padres no le dieron la
oportunidad de estudiar, y en cambio lo pusieron a trabajar desde temprana edad.
El pasado afecta al presente porque el niño interno herido sigue llorando la
oportunidad que no tuvo, y por ello el adulto culpa arbitrariamente a los padres
de todos sus fracasos. Si en vez de alimentar rencores, la conciencia del adulto
completa la experiencia del niño, los resultados pueden ser pasmosos. En este
caso la terapia es crear una meditación guiada, donde el adulto hace el papel de
padre. El observa internamente al niño en su rincón llorando, lo toma en sus
brazos y le dice: "Comprendo tu dolor porque no tuviste oportunidad de estudiar.
No podemos cambiar el hecho de que tus padres tuvieran necesidad de tu trabajo,
pero yo te voy a apoyar para que puedas completar tu educación, tal como lo has
deseado". Si al dicho sigue el hecho, esa carencia se transformará en inmensa
satisfacción.
En el niño interno habitan cuatro
grandes familias de miedos, que en el camino de la vida tenemos que transformar.
Ellos son: el miedo a perder, el miedo a enfrentar, el miedo a ser abandonado, y
el miedo a la muerte. En el miedo a perder, la inseguridad se pone una coraza
defensiva para aparentar ser su opuesto. Entonces en el baile de máscaras lo
identificamos vestido de orgullo, soberbia, impaciencia, agresión, ira,
autoritarismo, fanatismo y toda su corte de afiliados. El miedo a enfrentar, en
el papel de víctima se disfraza de pudor, timidez, susceptibilidad, cobardía,
indecisión y todas las tonalidades de auto destrucción e inferioridad. El miedo
a ser abandonado trae consigo los celos, la posesividad, la vanidad, la
sobreprotección, la baja autoestima, y la necesidad de manipular. Y el miedo a
la muerte porta muchas caretas, entre ellas: la desconfianza, la tacañería, los
apegos, las fobias, la rebeldía, y la histeria.
Pretender controlar algún aspecto
indeseable de nosotros mismos es tarea imposible, si el inconsciente manda y
nuestra vida se halla encadenada a reacciones instintivas. Pero si la conciencia
hace la conexión, llevando luz hasta la raíz misma del problema, el niño
interior desaparece y el adulto se hace cargo. El secreto es atreverse a vivir
el pasado nuevamente, pero con la conciencia del adulto, que comprende, acepta y
aporta las soluciones adecuadas.
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