LA EMBESTIDA DE LOS
ESCÉPTICOS
Escribe Gustavo
Fernández
Estas líneas no pretenden, a diferencia de otros
escritos míos, reflejar una particular investigación. Constituyen sí un cúmulo
de reflexiones o, si lo prefieren, pensamientos que elijo expresar en voz alta o
por escrito. Y que creo oportunos pues, entre otras cosas, si de algo carece la
ovnilogía es de pensadores abstractos. Mejor aún –aunque la expresión parezca
peyorativa- de filósofos de la temática OVNI. Es decir, estudiosos que sin
despreciar –cómo hacerlo- la investigación de campo, se detengan a meditar sobre
algunas cuestiones aparentemente periféricas pero sin embargo de graves implicaciones sociales,
colaterales al fenómeno, para darle un mejor contexto al porqué de la tempestad
intelectual que suele desatarse apenas pronuncia uno las palabras "malditas":
platillo volante.
Esto es particularmente cierto en el caso del auge,
si no popular cuando menos mediático, de refutadores y escépticos, algo que
afecta no sólo a la ovnilogía sino también a la parapsicología, los cultos
religiosos exóticos y toda aventura del conocimiento humano que implique
transgredir las normas del "establishment" académico. Aquí, extendiendo estas
consideraciones al terreno de los OVNIs, pero seguramente cambiando (Borges supo
escribirlo mejor que yo) algunos nombres propios y dos o tres circunstancias,
serán competentes también para cualquier otro ámbito de las así llamadas
"disciplinas alternativas".
En los
últimos años hemos asistido a una proliferación, tanto en nuestro país como en
el extranjero, de individuos o agrupaciones empeñadas en desacreditar todo lo
misterioso y extraño; extraño a su
concepción racionalista, mecanicista y positivista del Universo, debería
aclarar. Con un espectro tan amplio de antecedentes que van desde la formación
universitaria a fieles renegados de algunas de estas "creencias", pasando por
periodistas, religiosos y un largo etcétera, han adoptado una cruzada personal
de lo que ellos llaman "desmitificación". Así, respaldándose en rimbombantes
títulos como "especialistas en sectas" (¿Ah, sí?. ¿Y quién los especializa?),
miembros de "agrupaciones para una alternativa racional" o de "comisiones para
la investigación y refutación de las pseudociencias", aparecen frecuentemente en
los canales de televisión de todo el orbe tendiendo celadas a ovnílogos y
parapsicólogos por igual para los cuales reservan, en todos los casos, sólo dos epítetos: comerciantes o
delirantes.
Soy
absolutamente conciente de que pululan muchos advenedizos y explotadores de la
credulidad ajena en estos terrenos. También, que los delirios paranoicos o mesiánicos
de algunos pueden llevar por caminos peligrosos a los espíritus débiles. Sólo
que no me considero espiritualmente tan elevado como para arrogarme el derecho
de ser fiscal de la conciencia ajena, y seriamente dudo que los personajes de
los que estoy hablando tengan ese grado de "evolución". Estos paladines de la
Gran Diosa Razón, en su no confesado oscurantismo medieval, aspiran a ser los
guardianes del justo saber, custodios de lo correcto y aceptado en términos
académicos, pero parecen necesitados de urgentes lecciones de historia, aunque
más no sea para recordar algunos de los adagios que los romanos supieron
legarnos, como aquél que decía: "¿Qüi custodiet ipsos
custodios?" (¿Quién
vigila a los vigilantes?").
Sin embargo, para no dar a mis críticos la
oportunidad de tildar a estos párrafos de simple reacción histérica para curarme
en salud, permítaseme acercar algunas líneas que pienso pueden ilustrar un poco
más sobre las razones ocultas de –Alejandro Dolina dixit- los Refutadores de
Leyendas. Leyendas, obviamente, que no son
tales.
Sospecho que hay otras motivaciones detrás de ellos
que en nada rinden culto a la objetividad científica. Y voy a evitar caer
–aunque me resulte tentador- en el facilismo de suponer que sus conductas
responden a foráneos intereses o sean parte de un plan conspiranoico para
ocultar a la opinión pública, por ejemplo, la verdad sobre las naves
extraterrestres que visitan nuestro planeta. Creo que las razones son más
sencillas, y aquí las expongo.
Sobre los ovnílogos
transformados en escépticos, o de cómo algunos se verían beneficiados sin
alabaran a Alá
Comencemos
dirigiendo nuestra
atención
–Argentina presenta un par de casos- a los escasísimos investigadores de OVNIs
que, en cierto momento y por diversas razones, devinieron en refutadores. Creo
que el porqué –inexplicable para muchos colegas que se siguen rascando perplejos
la cabeza preguntándose qué les pasó a estos muchachos- es tan sencillo que por
esa misma razón nadie ha reparado en él. La mística oriental tiene un divertido
ejemplo de tal situación, en uno de los relatos sobre la vida del "mullah" Nasrudín, un sufí musulmán
recurrente en las parábolas didácticas de los mahometanos. ¿La
conocen?.
.
Un guardia fronterizo, sólo en el desierto, ve todos los días pasar a
Nasrudín camino al país vecino con un caballo que porta dos grandes bolsas.
Sospechando un contrabando, lo detiene y le ordena abrir las bolsas, pero sólo
encuentra arena. Al día siguiente vuelve a aparecer Nasrudín, y, más desconfiado
aún, vuelve a ordenarle abrir las alforjas para encontrarse sólo con ramas
secas. Un nuevo día, un nuevo paseo de Nasrudín y ante la requisitoria del
guardia, sólo aparece paja en los morrales. Sigue pasando Nasrudín y la incómoda
situación se repite, semana tras semana, mes tras mes, año tras
año.
Hasta que llega el día en que el guardia decide retirarse a disfrutar en
paz de su ancianidad. Ese último día vuelve a pasar Nasrudín, como siempre
llevando de la brida al caballo. Esta vez el guardia vuelve a detenerlo, pero
para confesarle sus sospechas de siempre. Aún más, tan intrigado está, que le
promete a Nasrudín que, si le dice la verdad y esta verdad era la que temía, lo
dejarìa marchar en tranquilidad y no lo denunciaría. Y para su sorpresa,
Nasrudín admite que sí, que todos esos años estuvo contrabandeando debajo de sus
narices. Asombrado, entonces el guardia le pregunta ansioso qué era lo que
contrabandeaba ya que él, por mucho empeño que hubiera puesto, jamás había
podido encontrar nada. Y Nasrudín le
responde
¨- Caballos.-
En Psicología es habitual la expresión destrucción
del objeto de deseo. Para decirlo en términos sencillos, consiste en la
necesidad, inconciente e imperiosa, de algunas mentes apabulladas ante la
magnitud de tener que aceptar el hecho que lo deseado les será para siempre
imposible, imponiendo la compulsión de destruir lo que hasta ese momento era
ansiosamente deseado. Los espíritus débiles, las mentes desprotegidas
emocionalmente sienten como inaceptable resignarse a que lo amado, lo buscado,
lo deseado, no les pertenecerá jamás. Las páginas policiales de los diarios de
todos los días están llenas de ejemplos de esa naturaleza, donde novios
despechados asesinan "por amor" a la chica por la que fueron sistemáticamente
rechazados. La sabiduría popular lo recuerda magníficamente en la fábula de la
zorra y las uvas, aquella que contaba que una zorra, desesperada por alcanzar un
racimo imposible, después de largas horas de infructuosos esfuerzos decidió
encogerse de hombros y alejarse diciéndose: "-¡Bah!.¡ Todavía están
verdes!"
En el
caso que nos ocupa creo que algunos de estos personajes, oprimidos por la idea
de que nunca sabrían qué son a ciencia cierta los OVNIs (y, menos aún, tomar
contacto con ellos) para conservar un cierto equilibrio emocional, "disparan" un
mecanismo de
negación (a fin
de cuentas, uno de los Mecanismos de Defensa del Yo inconcientes) y buscan
destruirlo, asesinarlo,. para, a través de la gratificación que
produce esa compensación, alcanzar un cierto estado de paz
intelectual.
La
historia (con mayúscula o sin ella) está llena de ejemplos de esta tesitura.
Muchos conversos religiosos han sido más fanáticos que quienes pertenecieron de
cuna a ese credo. A propósito, no olvidemos que el fanatismo es una
desviación psicológica, una perturbación de la conducta y la personalidad que
nada tiene que ver con la formación enciclopédica. Así el hecho de pasar por una
universidad a ningún ser humano lo pone al resguardo del fanatismo. Y fanático
es aquél que, porque apriorísticamente no comparte la ideología de otros,
construye toda una teoría para desmerecerle y atacarle. Fanático es aquél que
escandalizado por la difusión dada a las ideas del otro –e íntimamente celoso de
no contar con idéntica adhesión- reclama la censura periodística sobre aquellos
decires, lo que es una evidente forma de retroceso cultural. Fanático es aquél
que necesariamente cree tener la verdad porque forzosamente el otro está
equivocado.
Existen
lógicamente otras motivaciones que concurren con aquella de la destrucción del
objeto de deseo. Cuando uno sigue atentamente la creación de grupos como la Comisión para la Investigación y Refutación de las
Pseudociencias de nuestro país
(Ellos, tan "científicos",
cometen el primer pecado del conocimiento, porque una organización que desde el
nombre busca la refutación no puede proponer, seria y
objetivamente, una investigación) u
otros, que se crean, se pelean y disuelven con la misma celeridad y liviandad
que los grupos de estudio de OVNIs de adolescentes; uno, decía, no puede dejar
de sentir cierta tierna compasión ante la solemnidad y la fatuidad con que estos
cruzados presentan su tarea. Es natural, conociendo las "oleadas" cíclicas de la
emocionalidad humana (las mismas que hicieron que en nuestra juventud miles y
miles reivindicaran ideales de izquierda, imponiendo la moda psicobolche, para hoy, la mayoría de
esos miles haberse transformado en cómodos burgueses defensores de un
capitalismo salvaje) que ante el arreciar de la pasión pro-OVNI
surgiera (elInconciente Colectivo de la humanidad también busca sus
compensaciones) una moda anti-OVNI.
Pero
suponer que su proliferación en estos últimos años (¿quién recuerda grupos de
"escépticos profesionales" en los años 60 y 70?) se debe a que las actuales
generaciones tienen una perspiscacia científica que en una generación atrás no
existía, es cuando menos una falta de respeto al sentido
común.
Además, ser escéptico es buen negocio. Ya no llama la
atención que aparezca alguien en televisión defendiendo la hipótesis
extraterrestre como origen de los OVNIs. Ni que alguien dicte una charla sobre
la fenomenología paranormal. Pero que otro se plante seriamente y con una
sonrisa irónica diga que los OVNIs son puro cuento, o un mago de salón ansioso
de publicidad para sus presentaciones teatrales "demuestre" cómo puede imitarse
un acto de telepatía, eso sí es distinto, y por ende, noticia. Además y
desgraciadamente, a gran parte del público le encantan los dimes y diretes, el
chusmerío (mi abuela usaba una palabrota más contundente y gráfica) así que el
espectáculo de "investigadores" peleándose frente a una cámara y uno de ellos
–seguramente el que tiene menos manejo de
escenario, pues en televisión no triunfa la verdad, sino quien sabe manejar
mejor el tiempo- destruido, genera rating. Y a los "moderadores" poco les
importa de qué lado está la razón; sólo las cifras de IPSA o
IBOPE.
Por otra parte, a los Congresos se suele invitar a
representantes de la fauna escéptica, aunque más no sea por el temor de los
organizadores de ser tildados de "sectarios" si no lo hicieren. Y muchas veces
esto significa viáticos pagos y alguna otra
regalía.
Además, despierta atención ser del pelaje distinto en
la majada. Y en Argentina, algún ex ovnílogo y progresista escéptico se vale de
esta nueva postura –y sus aceitados contactos con el mundo periodístico- para
atacar a mansalva a otros investigadores, usando todo tipo de argumentos falaces
con tal de cobrar viejas diferencias
personales.
Por eso
aplaudo, entre otros, a los miembros de la RAO (Red Argentina de Ovnilogía) al
votar por unanimidad no permitir el ingreso en la organización de algún
refutador. ¿Para qué?. Ya sé que mi postura puede ser tildada de "falta de
objetividad y temor al disenso". Disculpen mis críticos, pero soy un tipo
simple: sólo creo que no vale la pena darle de comer a estos buitres, para que
se aprovechen del esfuerzo de otros volviendo en su contra sus propias
estructuras. Y por eso también elijo no abundar en citas personales; no pienso
caer en la trampa de promocionarles gratuitamente ya que, como escribiera Oscar
Wilde, "que
hablen
mal de uno es horrible. Pero hay algo peor: que no hablen".
"¿Qüosque tándem,
Catilina?"
"¿Qüosque tándem,
Catilina, abutiere patientia nostra? ("¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?") dice la
Historia que le espetó Catón el Censor, senador romano, a un colega que lo tenía
harto con sus esfuerzos por arrastrar a Roma en una guerra contra Cartago.
¿Qüosque tándem?, podríamos preguntarles a estos
inquisidores.
Ellos
encuentran un fango fértil en los agujeros que hay que llenar en las
programaciones de media tarde, en búsqueda de la polémica por la polémica en sí
de ciertos medios con tantas ganas de parecerse a los "talk shows" yanquis como patéticos
presupuestos para imitarlos, y en parte en cierto público que, si observa como
un ovnílogo, por caso, recibe acusaciones gratuitas sobre su probidad moral,
piensa: "por algo se lo habrán
dicho". Una forma de pensar que lamentablemente no es tan lejana en el
tiempo. Muchos argentinos aún lloran a sus muertos porque hubo gente que pensaba
"algo habrán hecho", en tenebrosas
noches de fords verdes y gritos autoritarios. Los escépticos se aprovechan de
esto. Saben que si un acusado les demanda por calumnias e injurias, el proceso
esw tan lento que para cuando la justicia resuelva ya la gente habrá olvidado el
incidente original. A lo sumo, en alguna instancia del juicio, demostrada la
inocencia del demandante, éste puede pedir la rectificación que el otro
satisfacerá (es un decir) con un corto comentario en tono de disculpa en el
mismo medio donde se produjo la ofensa, hablando para un público que no tendrá
la menor idea respecto a lo que se está refiriendo. Pero mientras tanto, la
injuria, como un ácido pernicioso, fue haciendo su efecto, carcomiendo la
credibilidad. Son apólogos del nazi Goebbels, quien solía repetir: "Difama,
difama,
que
algo quedará".
Por eso miro con un poco de ironía el cruce de cartas
documento y demandas judiciales que van y vienen entre refutadores, ovnílogos y
su corte de milagros; creo que para nada sirven, más que para alimentar el
monstruo de la burocracia, y sólo revelan un cierto grado de histerismo en sus
protagonistas. Sé que pareceré troglodita, pero añoro las épocas en que estas
diferencias se resolvían a solas, en una discusión que terminaba con un apretón
de manos o alguno de los dos sentado en el piso con un hilito de sangre
saliéndole de la nariz.
Me
parece peligrosa la actitud de los escépticos de querer establecer insidiosas
relaciones entre los cultores de lo que podríamos llamar ovnilogía
mística (y no
la estoy defendiendo; sólo me pregunto: ¿Cómo puedo estar seguro que no hay en
ellos algo de verdad?) y las "sectas", tema por demás vapuleado hasta el
cansancio. ¿Recuerdan cuando casi todos los días aparecían en todos los medios
notas sobre alguna nueva secta?. ¿Cuánto hace que no ven o escuchan de alguna
directamente vinculada con los OVNIs?. ¿Qué creen que pasó?. Supongo que no
serán tan ingenuos de pensar que estos grupos desaparecieron en su totalidad.
Adivinen, ¿entonces, qué?.
Acertaron: se acabó el
negocio.
Es inmoral insinuar que porque un grupo de chicos
sale al campo para tratar de tener contacto telepático con extraterrestres,
necesariamente van a terminar en un suicidio colectivo como la gente de Heaven's
Gate o la masacre de Guyana (Digresión al margen: me resulta triste que mientras
los libros de historia enzalzan el suicidio colectivo de novecientos judíos en
la fortaleza de Massada en el año 70 DC para no caer en manos del poder
constituido de entonces, los romanos, y esto como un acto de heroísmo, se vean
los 936 suicidios del "Templo del Pueblo" para no caer en manos del poder
constituido de l978 en la forma del estado norteamericano como una despreciable
locura colectiva. No los estoy justificando: sólo señalo cómo dos hechos
idénticos pueden ser etiquetados de formas tan opuestas de acuerdo a las
conveniencias políticas de quienes hagan la lectura). Estos "especialistas en sectas", algunos
formados teológicamente de siempre en la más rancia ortodoxia de su creencia que
les lleva a tipificar como "secta" toda expresión espiritual ajena, simplemente
encontraron, en la mediocridad de algunos y ciertos medios tendenciosos, un buen
filón comercial. Porque tanto sus notas como sus libros no se regalan,
precisamente.
Existen
grupos sectarios destructivos, esto es un hecho, pero no alentemos una caza de
brujas; no son tantos como se dice por ahí. Recordemos el papelón que hizo la
justicia rosarina cuando hace unos años, con gran despliegue periodístico,
procedió contra "los niños de Dios": ninguno de los
cargos fueron comprobados, ni siquiera el de "promiscuidad sexual" de las
adolescentes (los informes forenses señalaron que en la población juvenil
femenina del grupo sólo un 30% había perdido la virginidad. Como dijera un
médico forense: "seguramente un número
menor al que encontraríamos entre las chicas de cualquier colegio secundario
religioso"). Todos los cargos fueron retirados, y exonerados los acusados:
pero un daño irreparable ya estaba hecho. Así que démosle a las cosas su
verdadera dimensión. Ni habrá otro Waco en Capilla del Monte, ni se necesitarán
decenas de negras bolsas de plástico en alguna residencia de los alrededores de
Victoria.
No necesitamos menos
escépticos; necesitamos un público más maduro.
En definitiva, creo que el "escepticismo anti-ovni" es una moda, seguramente
pasajera, una forma de esnobismo intelectual que cansará a sus seguidores cuando
alcancen la masa crítica que los haga ya poco atractivos u originales a la vista
de todos. Algunos, sin duda, seguirán reivindicando su fanatismo (todos creemos
tener una misión), reacios a desprenderse de lo que dio sentido a sus vidas.
Otros, angustiados de tener que mirar por sobre el hombro de sus vidas y
descubrir que los antiguos misterios están todavía ahí, endurecerán aún más sus
neuronas y sí harán de la postura escéptica un sectarismo. Porque mientras haya
gente que crea en sus palabras por el mero hecho que antepongan a sus apellidos
un "Dr.", o porque afirmen petulantemente
que "no hay investigaciones científicas que hayan probado la realidad de
estos fenómenos" (ignorando la abultada bibliografía que sí la hay, o
aviesamente eligiendo olvidarla de cara a un público que saben no tendrá acceso
a ella), mientras haya gente que crea que porque puede trucarse una foto OVNI
los OVNIs no existen (olvidando que Hollywood truca excelentes catástrofes
aéreas lo que no quita, desgraciadamente, que las catástrofes aéreas sí
existan), mientras haya gente, insisto, que no se plante firme con su "qüosque
tándem", estos borradores de Torquemada seguirán medrando con la credulidad de
los demás. Una forma aparentemente opuesta de credulidad (la credulidad en el "no-puede-ser-y-tengo-que-convencerme"),
pero credulidad al fin.
Opuesta, pero complementaria. Yin y yang de este
teatro cósmico.
Creo que, finalmente, nos estamos tomando las cosas
demasiado en serio. Y cuando el conocimiento necesita disfrazarse de solemnidad,
algo esencial se ha perdido. Creo que ni los escépticos ni los defensores de lo
que sea somos tan importantes para consumir tiempos de nuestras vidas que nunca
volverán en esta pelea infantil. Así que tampoco la consuma usted, amigo lector.
Por eso termino estas líneas con algo que quizás sí importe. No sesudas "pruebas
científicas" de ninguna de las posiciones en pugna, no. Tampoco con citas
enciclopédicas de ominosos tratados. Ese alimento para el intelecto lo dejo para
mentes más esclarecidas que la mía. Porque respecto a este tema, sólo quiero
dejar una golosina para el espíritu. Que es poesía. La que escribió
Chesterton:
"... cuando las mentes prácticas nos
inviten
a descubrir de qué frío
maquinar
el mundo hecho está,
nuestras almas responderán en las
sombras:
- Tal vez sí, pero hay otras cosas..."
Gustavo Fernández