EVOLUCIÓN ESPIRITUAL Y
DESENGAÑOS AFECTIVOS
Intelecto e Iluminación
¿Todo puede ser comprendido por el
intelecto?. Tal vez, pero sólo si se afina, se sutiliza y evoluciona para
transformarse en una herramienta de percepción de grado superior. A veces, en el
terreno del Esoterismo y la Espiritualidad creemos que el conocimiento de planos
más sutiles o elevados depende de una hipotética evolución biológica de la
Humanidad, o de infusos "dones" innatos, producto quizás de una ganancia
kármica, o de haber sido "elegidos" (vaya a saberse en virtud de qué
lotería cósmica) por seres superiores para ser receptáculos de intuitiva
sabiduría. Como si el sol de la Iluminación hubiera amanecido una mañana sobre
el desierto de la vida y, justamente, nos hubiera encontrado allí, solitarios y
de pie, mientras el resto de nuestros dormilones congéneres remolonea en la
profunda oscuridad de alguna caverna.
De lo que estoy hablando aquí es que
debemos comprender que la evolución es función también del intelecto. Y que al
hablar de "evolución espiritual", quizás nos vemos, constreñidos por la
semántica, a ponerle un rótulo, tan bueno como cualquier otro, a la certeza de
que hay formas de "conocer más allá", sólo que no sabemos a ciencia cierta cómo
se producen. Eventualmente, alguien objetará que el "cómo" no es
importante, que lo verdaderamente importante es que ocurra. Falsa ilusión: si no
comprendemos el cómo, no seremos dueños de que ello nos ocurra; sólo esclavos de
un imponderable. Así es como se posterga el "salto cuántico" de la Humanidad,
pues mientras las evoluciones, siempre individuales, casi solipsistas, se sigan
produciendo errática e involuntariamente, el resultado será tan azaroso como
introducir el brazo en una laguna y extraer una moneda de oro, por más que
tengamos la absoluta certeza de que la moneda está en algún lugar. Más valdría
drenar la laguna con una cuchara, ciclópea tarea milenaria que, cuando menos,
indefectiblemente en algún momento nos hará tropezar con la moneda.
Obsérvese que el Yo del individuo
evolucionado y el Yo del ser humano bestializado, mediocre, rudimentario o
subordinado a sus impulsos y deseos, es el mismo. La diferencia no es de
naturaleza; es de grado, diríamos de vibración. Las herramientas con que el
individuo de Yo inferior conoce y se conoce son las mismas con las que lo hace
el individuo de Yo superior. Pero éste ha ascendido uno o más peldaños en la
escala. Especialmente (y éste es el objetivo de estas líneas) si decide poner
ese ascenso bajo la égida de su voluntad conciente. Sólo si logra
"sentir" en su interior el poder de la voluntad.
Para mediocres, materialistas y "grises"
(no extraterrestres, digo; sino en sentido metafórico) el cuerpo es el Yo. Su Yo
está cautivo de los sentidos y sensaciones. Un poco más avanzado, sólo un poco,
es cautivo de sus fracasos y sus miedos. A medida que el ser humano adelanta
(como ejemplo histórico, en cultura y civilización) sus sentidos se agudizan, se
educan y satisfacen solamente con refinadas percepciones mientras que el ser
humano inculto queda perfectamente satisfecho con las materiales y groseras
satisfacciones de los sentidos. Por lo tanto, evolucionar es un acto de
elección.
Este proceso requiere el Reconocimiento
del Yo, concentrando toda nuestra atención en el mismo, interceptando todo
pensamiento del mundo exterior. Deben enfocarse en el Yo como una entidad real,
un centro en cuyo alrededor gira el mundo, sin que una falsa modestia o
subestimación se oponga a esta idea, porque ustedes no negarán a los demás el
derecho de considerarse también como centros. Hasta que el Yo no se reconozca
como un centro de pensamiento no podrá manifestar sus cualidades. No es
compararse con otros ni, mucho menos, creerse superiores (algo indigno de un Yo
adelantado). Así habrán dado el primer, básico y elemental paso en el camino del
Conocimiento: el Reconocimiento.
De esto dimana una primera
comprobación: por humilde que sea su posición, dura su suerte, solitaria su
realidad, no querrá cambiar su Yo por el del más "afortunado", más poderoso
individuo del mundo. Pueden dudar de esto, pero deténganse a pensar: cuando
dicen que "les gustaría ser" tal o cual persona, lo que realmente piensan es que
a ustedes les gustaría tener su grado de suerte, poder, fama, dinero. Necesitan
algo de lo que admiran en aquella persona o algo igual a lo que posee; pero no
desean "sumergir" su identidad en la suya ni hacer cambio de seres. Para ser
otra persona tendrían que "desaparecer ustedes" y en vez de eso serían la otra
persona. Sus Yoes desaparecerían y no serían de ningún modo
ustedes, sino ellos. Tendrían que reflexionar
sobre estas ideas aquellas personas con la autoestima alicaída.
El siguiente paso es hacer del temor a lo
desconocido, al miedo, o a lo conocido y desagradable algo desprovisto de efecto
en nosotros. Para ello, en cualquier instancia de la vida que atravesemos un
problema de la naturaleza que fuere, imaginemos el peor escenario posible.
Metámonos en él, vivamos la emoción negativa. Si es económico, visualicen la
situación de pérdida. Si es de salud, siéntanse mal, si es afectivo, percíbanse
en soledad o vean al ser amado acostado con otra persona. Esto no es
"programación negativa": lo sería si enfermizamente repitiéramos, como una
masturbación espiritual, una y otra y otra vez la vivencia. No. Lo que digo es
que por una vez debemos meternos en el dolor, pero eso sí, explorarlo hasta el
final. Luego, dejar la experiencia a un lado. La consecuencia es que
experimentado lo peor, todo lo que devenga será mejor que eso. Y estará nuestro
Yo fortalecido (mis estudiantes de Control Mental Oriental recordarán sin duda,
aquí, el concepto de "apego al desapego"). Cumplidos estos pasos, la mente
concentrada puede penetrar en un asunto como un escáner tomográfico y entonces
el Yo verá la cosa en realidad tal como es y no como
parecía ser antes.
Obsérvese que en esta última frase he
establecido implícitamente una diferenciación entre "mente" y "Yo". La "mente"
es, en puridad, la "sustancia psíquica" que, más densa como membrana
protectora o tan sutil como un traslúcido velo, rodea al Yo. Si elegimos
identificar al Yo con el Espíritu, recordarán que establecimos una marcada
distinción entre "espíritu" y "alma". "Alma" es la partícula de Divinidad, de
Conciencia Cósmica que vitaliza a cada ser vivo. "Espíritu" es el reflejo, la
impronta especular de esa partícula en el ser. El Espíritu es microcósmicamente
lo que el Alma macrocósmicamente. Así, el Yo Espiritual está protegido en su
delicadeza de las agresiones del mundo material por la sustancia mental. Pero
también, aislado. Y así como el cerebro necesita de dos sustancias para su
correcto funcionamiento (acetilcolina y estenocenorasa), así la sustancia mental
está compuesta de dos niveles de densidad: la Mente Inferior
(característica de los seres poco evolucionados) y la Mente
Superior. Si domina la primera, el Yo Espiritual no recibe fácilmente
el impacto de las agresiones del mundo material, no
sufre. Pero en su rigidez, su anquilosamiento también es
insensible a las caricias de pétalos de rosas con que la vida nos obsequia a
cada paso y, consecuentemente, las percepciones del Yo Espiritual no pueden
salir al exterior. Si domina la sustancia de la mente superior, en cambio, el Yo
Espiritual "penetra" (como luz que atraviesa un traslúcido velo) fácilmente a la
realidad cotidiana, pero es a la vez mucho más vulnerable a las agresiones del
medio: sufre más. Esto explica por qué el
individuo evolucionado pena afectivamente más, es más propenso
al desengaño, la decepción, la desilusión, la soledad, el desencuentro
sentimental.
El síndrome del pájaro pintado
Por alguna razón que aún se me escapa
—pero que debe tener su justo encastre en el ordenado devenir del Wu
Wei universal— hace algunas semanas que estoy recibiendo mails de lectores
concomitantes en un punto; pedirme opinión (o consejo, cosa que no me convence)
respecto al porqué, pese a sus buenos esfuerzos y la aplicación de sus prácticas
o lecturas de lo esotérico o espiritual, ciertas situaciones puntuales de sus
vidas siguen en conflicto. Especialmente —en casi todos ellos (y ellas)— lo
afectivo. De hecho, pregunto casi con fruición de encuesta: ¿no observaron
ustedes que una enorme mayoría de personas allegadas a lo alternativo, lo
metafísico, lo espiritual, tienen severos problemas de convivencia, de relación
afectiva? Va de suyo que existe un porcentaje que no; que coexisten
pacíficamente, sin estridencias. Va de suyo también que deberíamos excluir de
estas consideraciones a quienes se ponen el sayo de "alternativos" o
"espirituales" sólo para ganar unos dinerillos. Hablo de ustedes, de quienes
viven con pasión lo no convencional, de quienes creen que hay caminos
espirituales válidos. De quienes defienden la "psicodiversidad". De quienes
aceptan la materialidad y el pragmatismo casi como un mal necesario.
Pensando en esos lectores, recordé algunas
líneas, concretamente, de uno de mis cursos (a cuyos alumnos y alumnas, aún
cursantes, les ruego la dispensa de compartirlo con algunos miles). Y escribía
esto:
"(...) Pero —nobleza obliga— también debemos advertir
de los peligros que esta travesía trae consigo. El primero, principal, más
obvio y evidente casi de forma inmediata: es una vía de evolución, con todos
los beneficios pero (en el contexto social en que nos desenvolvemos) todos los
riesgos que ello implica. Y de éstos últimos, sobresale el "síndrome del
pájaro pintado".
Éste hace referencia a una cruel costumbre de algunos
niños en países de Europa Oriental (incluso, sirvió de título a una novela del
escritor polaco Jerzy Kosinski) en la cual se captura un gorrión de una
bandada y se le pinta con brillantes colores; luego se le libera, pero cuando
el pájaro trata de regresar a su bandada, el resto de los gorriones ya no lo
reconocen y comienzan a atacarlo a picotazos; el pájaro pintado debe entonces
huir —y vivir en soledad, pues no será aceptado en otra bandada— o arriesgarse
a morir bajo el ataque de quienes eran hasta hace poco sus congéneres. Ya no
es, ya no volverá a ser nunca el mismo, y por ello su vida, sus horizontes
deberán forzosamente ser distintos o arriesgarse a perecer. Así también,
nuevos miedos remplazarán a los antiguos y sólo habrá paz cuando, quizás, se
cruce en el camino de otros pájaros pintados.
Pensar y —sobre todo— vivir de acuerdo a (estos)
principios es ser por propia elección un pájaro pintado. La vía de evolución,
la vía de ascensión no está exenta, no puede estarlo, de dolores y pérdidas.
Todo crecimiento duele, toda ascensión duele porque sólo se puede evolucionar
en soledad. No existe el crecimiento "compartido";
alguien muy amado a su lado puede elegir libremente las mismas lecturas,
las mismas prácticas, los mismos estudios, acompañarle activamente en su
búsqueda, pero la forma en que impactará ese camino en el espíritu de esa
persona será una experiencia propia e intransferible y, por definición,
distinta de la de usted. Así que no hay forma de mutar y no arriesgarse en el
proceso a que las cosas y la gente queden atrás. El camino
del monje es solitario, y sólo cada uno y cada una sabrá si es el
momento y está pronto para ello.
Cualquiera diría que con estos comentarios trato de
espantar a mis estudiantes. No, se trata precisamente de lo contrario, pero no
puedo ser hipócrita y caer en las mismas actitudes zalameras y gratuitamente
complacientes a que hiciera referencia (en la lección anterior). Lo que quiero
decir es que cada uno y cada una de ustedes debe hacerse cargo, ser
responsablemente conciente si éste, el camino de la evolución, es lo que
realmente quieren y buscan, y comprender que en la Vida siempre hay
intercambio de energías; por ende, si debo evolucionar, debo abandonar viejas
vestiduras, desprenderme de viejas costras. No se puede evolucionar y seguir
gozando de las comodidades, beneficios, réditos y condiciones de antes de ese
paso evolutivo.
Ahora bien, quisiera detenerme un momento en aclarar en
qué consiste, de qué manera se manifestará en nosotros dicha "evolución". Pues
no nos transformaremos en seres inmateriales, ni teletransportaremos nuestros
cuerpos físicos por mera expresión de la voluntad. Empero, sería cuando menos
pedante —y seguramente erróneo— de mi parte definir las consecuencias últimas
de la evolución de cada uno, porque precisamente por lo dicho no puede nunca
saberse cómo impactará la misma en cada espíritu. De una cosa pueden estar
seguros: ese resultado final no será conflictivo con la tendencia armónica de
las leyes universales y sí coherente con el "sentido funcional" (prefiero no
decir "misión") de nuestra vida aquí y ahora. Debemos aceptar, por tanto,
enfocar nuestra atención al resultado inmediato del camino
evolutivo.
Porque hasta aquí hemos hablado de una de las
complicaciones: la soledad, cuando menos inicial. Pero es tiempo de hablar de
los beneficios (...). Y uno de éstos es la deformación del campo espiritual en
nuestro derredor atrayendo hacia nosotros el componente espiritual de los
demás. Esto no es difícil de comprender. En el reacomodamiento subsiguiente al
crecimiento interior, se establecen nuevas relaciones interpersonales, nuevas
"líneas de energía" vinculantes con terceros, siendo estos "terceros"
personas y eventos. Geométricamente hablando, esta evolución se manifestará
como lo que llamo una "perspectiva heliocéntrica" afín a la más pura
concepción esotérica. Así como todo sistema solar se constituye con una
estrella central que da vida, luz, calor, energía, y a su alrededor se
organizan y subordinan los planetas, unos más próximos, otros más lejanos y
esos planetas pueden "prosperar", es decir, recibir luz, calor, energía, vida,
en tanto y en cuanto permanezcan estables en la relación geométrica que tienen
con el astro central, así alrededor de nosotros, en esta nueva fase evolutiva,
se organizará y dispondrán las personas y los hechos. Más cercanos o más
lejanos a nosotros, recibirán energía y vida de ese "sol" en que nos habremos
de transformar, microcósmicamente seremos aquello que macrocósmicamente es el
sistema solar. Seremos un fractal de aquél. Pero, entonces, ellos —los demás,
los eventos— serán también un fractal nuestro. Estemos bien, y ellos devendrán
armónicos. Permitámonos flaquear, y el equilibrio del conjunto estará en
peligro.
Así que va de suyo que el primer beneficio de esta
práctica será una consecuencia similar a la distorsión del espacio-tiempo
einsteniano alrededor de un cuerpo astronómico, que es la Gravedad concebida
desde la perspectiva relativista. Otra vez, por Principio de Correspondencia,
así como todo cuerpo astronómico —en virtud de esa deformación— atrae
inevitable e irremediablemente hacia sí todo otro cuerpo (con mayor velocidad
cuanto más cercano se encuentre) así atraeremos hacia nosotros otros
"cuerpos", esto es, personas y eventos. Incidentalmente, como en nosotros late
una inteligencia y discernimiento que en el cuerpo planetario no existe, habrá
una selectividad optativa de qué personas y qué eventos queremos
atraer.
Otro de los beneficios imanentes tiene que ver con la
salud —en cualquier forma que la concibamos— (...) nos ordenaremos de acuerdo
a las líneas de energía y las formas fundamentales de la Naturaleza. Y donde
hay orden, hay equilibrio. Donde hay equilibrio, hay salud porque, ¿qué es la
salud, sino una condición de equilibrio?. Evolucionar es sanar, como sanar es
evolucionar.
Puesto en otros términos: Somos entes
dinámicos y por eso, cambiantes. No somos lo que fuimos —o creíamos, o creyeron
los demás— ayer, ni lo que seremos mañana. Y mutar, en sentido
evolutivo, requiere la templanza del dolor también. Porque el dolor es
inevitable: lo que es evitable es que ese dolor sea estéril.