"Los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias."
John Lodke
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EDITORIAL
Hola!
He aquí el primero de varios artículos que publicaremos en EL SENTIDO DE SENTIR, por María Antonieta Solórzano. Ojalá sea de su agrado.
Los hechos de la vida están ahí para ser vividos. Y el ser vividos implica que a través de estos reconocemos aspectos de nosotros mismos. Aquellas situaciones que nos producen dolor o sufrimiento nos muestran aspectos de limitación, mientras que los que nos producen amor y armonía nos muestran aspectos de trascendencia o sabiduría.
Ser conscientes de que ubicarse en la posición de víctima perpetúa una experiencia de dolor, nos ayudará a ver con otros ojos nuestros conflictos. Es cierto que nada sucede por azar y todo tiene un propósito, pero si nos hemos hecho correspondientes con la capacidad de darnos cuenta de cuándo estamos echando gasolina al círculo vicioso, es porque también tenemos la capacidad de discernir una salida.
En servicio, Santiago
EL SENTIDO DE SENTIR, por María Antonieta Solórzano
ASUMIR EL DOLOR... NO EVADIRLO
Vale la pena tener presente que sólo aquellas personas, familias o sociedades que se atreven a asumir con valor la sanación de los dolores que la vida trae, están destinadas a conocer el más alto grado del amor: la compasión. Aquellos individuos o comunidades que se evaden al sentir el dolor que viene de sus experiencias y crean máscaras y armaduras, están destinados a encontrarse con el vacío, la soledad, la falsedad y el engaño.
Por ejemplo, las niñas y niños que soportan matoneo o “bulling” en las instituciones educativas, evaden el dolor al pensar: “A mí no me importa… eso es porque me tiene envidia y ya”. Al trivializar la situación, aparentemente se sienten superiores, pero pierden la confianza en el mundo y los matones pueden seguir actuando sin mayores consecuencias. Los agresores, a su vez, evaden el dolor al convencerse de que el poder que surge de torturar y discriminar a otros los legítima.
Las víctimas guardan en silencio su dolor cuando creen que si los agresores se enteran de su protesta, la respuesta será la venganza. De esta manera, renuncian a su derecho a ser defendidos y se convierten en cómplices del despotismo y la arbitrariedad que en el mundo adulto adquieren las mil máscaras de la impunidad. Desde la callejera hasta la de los gobiernos, donde la justicia se acomoda a las exigencias de los matones, pasando por el abuso a las mujeres o la dictadura de los poderosos.
¿Hasta cuándo vamos a ignorar que los que se atreven al “bulling”, al abuso, a la estafa o la tiranía, también fueron víctimas de algún matón, que también silenciaron su dolor y que en algún momento de la vida dieron la vuelta y se identificaron con el agresor?
Podemos parar esta cadena sin fin, el día en que seamos capaces de asumir con valor las consecuencias del dolor que causamos a otro y la sanación del dolor que nos generan. En ambas circunstancias es preciso dejar de creer que el castigo y la venganza reparan y, más bien, comprometernos con la construcción de un nuevo modo de convivencia en el que nada justifique silenciar el dolor, agredir o discriminar.
Es decir, convertirnos en autoridades reales, entendiendo que ser autoridad tiene menos que ver con mandar a otros y mucho más con ser el “autor”, el creador de una manera de vivir en la que asumir el dolor recibido y generado requiera de nosotros el ejercicio del más alto grado de amor que un ser humano pueda conocer: la compasión frente a sí mismo y frente al otro.
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Publicado originalmente en El Espectador.
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