"Nunca podrás descubrir un nuevo océano, a menos que tengas el coraje para perder de vista la orilla."
Anónimo
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EDITORIAL
Hola!
Los caminos de las personas se cruzan cuando corresponde, y esto significa cuando cada quien tiene algo qué procurarle al otro a nivel de experiencia de aprendizaje. Una vez completo este aprendizaje, es usual que los caminos se separen y tomen direcciones diferentes. Este es un proceso natural y que hay que asumir como parte de la vida.
Pero nosotros, al vivir la experiencia desde el ego, tenemos la tendencia a quedarnos atados a lo conocido (apego) pues son las cosas que podemos controlar así a veces no nos gusten. El ego siempre preferirá lo conocido por muy "malo" que sea, a lo deconocido por muy "bueno" que prometa ser.
Cuando podemos ubicarnos por encima de nuestro propio drama y observarlo desde un punto de neutralidad, no podemos menos que admirarnos de nuestra valentía y reirnos de nosotros mismos, al notar que vivimos la vida diaria con tal ceguera que es como si todo el tiempo jugásemos a la ruleta rusa.
Es útil saber, no obstante, que la bala en la recámara siempre es una bala se salva.
En servicio, Santiago
EL SENTIDO DE SENTIR, por María Antonieta Solórzano
ABANDONAR O DESPEDIRSE
Sería maravilloso que los vínculos afectivos duraran para siempre pero la realidad es que nacen para morir. Las etapas en la vida se suceden. Los finales de un ciclo se unen a los principios del siguiente, la muerte de una relación marca el nacimiento de otra. Este es un proceso normal y, lo más importante, aunque nuestras creencias culturales lo duden, puede darse con armonía.
Es frecuente que al vernos abocados a la terminación de una relación pretendamos, según nuestras tradiciones culturales, evitar el dolor inherente y, en consecuencia, optemos por usar maneras de anestesiarlo. Por ejemplo, hoy en día es común oír expresiones que varían desde 'necesito mi espacio', 'estoy confundida', 'necesito mi independencia' hasta la celebre frase, título de una película, “No sos vos soy yo”, para salir del paso y crear distancia en una relación, en lugar de terminarla verdaderamente.
Lo paradójico de ese intento es que lejos de despedirse sin dolor lo que más bien ocurre es que la relación queda como suspendida o congelada en el tiempo, tanto para el que se siente abandonado como para el que abandona. Y es que, cuando no se termina un vínculo como Dios manda, el abandono toma el lugar del ciclo natural.
Al respecto oí un comentario, fuerte tal vez, pero que nos ayuda a aclararnos, una mujer divorciada le decía a su amiga, recién viuda: '- es mas fácil manejar el dolor de la viudez que el de la separación, porque en la viudez no te quedan dudas, la situación ni tiene retorno, ni es tu culpa'. ¿Será que podemos elegir el dolor de decir adiós con claridad en lugar de mantener la esperanza del retorno o la sensación de culpabilidad por haber abandonado o por haber causado el abandono?
Sin lugar a dudas, la felicidad de los seres humanos tiene que ver con la posibilidad de recuperarse del dolor de terminar una relación para luego buscar nuevos lazos afectivos. Y es que, para la supervivencia de los seres humanos la creación y el sostenimiento de las relaciones afectivas son tan vitales como el agua para los peces.
En otras palabras, resulta crucial para nuestra salud emocional que podamos conservar nuestras capacidad de crear lazos afectivos a pesar del dolor que conlleva el final de una relación. Cuando un nexo se disuelve con la esperanza del retorno del que se ha ido o con el sentimiento de culpa que nos convierte en la causa del abandono del otro el desarrollo emocional se detiene en el pasado y no puede avanzar hacia el futuro.
Hace unos años acompañé a una mujer que no entendía por qué su hija no podía terminar una relación que evidentemente era maltratante. Ella afirmaba que no entendía el porqué, pues ella y su marido nunca habían tenido conflictos. Al conversar con ella se hizo claro que efectivamente nunca se había peleado con su esposo, pero él se había marchado a trabajar a otra ciudad desde hacía diez años, enviaba dinero para el sostenimiento de la casa y ocasionalmente venía por uno o dos días.
En estos encuentros no ocurría nada desagradable pero, tampoco pasaba nada íntimo o personal. Ella se sentía “abandonada”, tenía la esperanza de que la relación volviera a ser intensa y trataba de hacer lo posible para que él se sintiera cómodo, ni lo confrontaba, ni hablaba de su inconformidad. Evidentemente, ellos no terminaban esa relación y mantenían su vida atrapada en la culpa y en la esperanza.
Lo claro, es que evitar el dolor inevitable solo trae estancamiento, desde luego nada hay seguro sobre la tierra y por lo tanto la incertidumbre acerca del futuro de una relación es algo que todos debemos aprender a asumir, pero quedarnos ilusamente en una relación que ya no existe crea confusiones en nuestra vida pero además atrapa las vidas de las generaciones futuras en ansiedades que no les corresponden.
Cuando una relación se termina, solo cuando las personas hablan saben que pasó, perdonan y se despiden; asumen el dolor del final y corrigen los errores, pero sobre todo pueden crear nuevas oportunidades para el amor en sus propias vidas y en las de sus descendientes.
msolorzano@cable.net.co
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Publicado originalmente en El Espectador.
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