Érase una vez una pata, sí una pata, que vivía a la orilla
de un río contaminado.
Era un tiempo aquel que estaba lleno de signos en la
naturaleza, que bien podía indicar que se acercaba (más de lo que algunos
creían y/o deseaban) el momento de la cosecha. En los campos, no obstante,
trigo y cebada abundaban sin ser recogidos; mientras algunas personas dedicaban
pacientemente su tiempo a moler uvas y olivas, obteniendo un vino y un aceite
que “por su escasez y valor en sí- eran preciados como el mismo oro.
Nuestra
pata, que seguía fielmente las reglas impuestas en la granja, empollaba sus
huevos sin que ninguna fuerza más poderosa que su arraigo a la tierra, el
instinto y la costumbre, le hiciera pensar en que su futura prole “como
ocurriera con las anteriores- le sería arrebatada para servir a los propósitos
de los granjeros.
Ella era, ante todo, confiada y sumisa, y como tal se sentía
orgullosa. Sus plumas rezumaban el orgullo propio de quien se cree bien
considerada, aunque la realidad no fuera aquella.
El momento en que los huevos
comenzaron a eclosionar fue para ella grandioso. Uno tras otro se fueron
rompiendo los cascarones, siendo el diferente de las demás. En absoluto. Lo que ocurre es que este
último pato parecía “al contrario que sus hermanos- incómodo fuera de su medio
habitual. Diríase que preferiría no haber roto la cáscara, tal vez presintiendo
que aquel mundo nuevo le ser demás.
Lo cierto es que, al respecto, alguien ha contado
“desde hace muchos años- que ese pato no era tal, sino un cisne. Se equivoca de
pleno. Aquella insólita criatura de la que hablan los cuentos no difería en
nada del resto, aunque eso sí, era feo como un demonio. Su sola presencia, sus
modos, rompían estéticamente con el orden que rodeaba a los demás.
Hay patos y
patos. Y la diferencia entre unos y otros radica en el comportamiento, en las inquietudes
llevadas a t vida
y cómo manejarla.
Nuestro protagonista comenzó a mostrarse diferente al
resto de aquella familia, y de las otras de esa zona del río. Este ejemplar, al
alcanzar cierta edad (días, se entiende), dejó de ir a la zaga de sus mayores.
Y no sólo eso: se atrevió a poner en duda muchos de los pareceres de quienes ya
tenían unos años de vida, encarándose más de una vez con problemas que la
sumisión podría haberle evitado¦ fue más allá del vallado, nadó contra la
corriente del río, entre otras cosas insólitas. Como se comprender para nuestro feo (en
tanto que desigual) patito supuso no sólo marginación, sino acoso.
Nada
preocupa m por
equilibrarla, pues ello mostraría el escaso peso de algunas cosas consideradas
importantes. Nada estorba más a los que son presa del miedo, que el que exista
alguien que “con su proceder- haga evidente que ese miedo los paraliza.
Y
puesto que no sólo paraliza el miedo, también estorba quien se opone a ser
marcado y “como buen cimarrón- corre con las alforjas vacías hacia la pradera.
Estorba mucho quien pide argumentos y se niega a creer los dictados que
provienen del señorío de la granja.
En definitiva, que la fealdad del pato no
es otra que la realidad del exiliado, la disidencia de quien observa y denuncia
la desnudez del emperador. Ni que decir tiene que nuestro protagonista no vivió
precisamente un camino de rosas.
Un día acumuló el hartazgo y el valor
suficientes como para atravesar el vallado y no regresar. A quienes dejó atrás
lo tacharon de loco. Comprensible, y no exento de razón. Ciertamente, nuestro
pato había enloquecido al observar el mecánico proceder de sus congéneres.
Y la
locura dio paso a la lucidez, y ésta a la soledad. Y la soledad de muchos de
esos patos, procedentes de otras granjas, comenzó a preocupar a los granjeros,
que cargaron sus armas de fuego. Aunque aquello fuera ya inútil. Se sabe de
buena fuente que ya no sólo hay patitos feos que graznan contra lo establecido,
sino que dentro de todas las familias, animales feísimos están alterando “con
su comportamiento- la tradición. Y cuando algo así acontece, todo buen
observador sabe que ello no significa sino una cosa: el destierro, el exilio,
como queramos llamarlo, ha llegado a su fin.
Los patos están comenzando a
comprenderse, a mirar atrás y entender el motivo por el que fueron rechazados
por el entorno. Ahora empiezan a trabajar juntos, y eso ya no hay nada ni nadie
que pueda evitarlo.
Starviwer Septiembre 2009
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