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LEED A DA JANDRA.
Por Samael Hernández Ruiz
Hace
unos días, un amigo mío me comentaba que las empresas transnacionales han
iniciado una masiva contratación de filósofos expertos en ética, para integrar
sus políticas en función de algunos valores que eleven la venta de sus
productos, de sentido a sus empresas y hagan más rentables sus inversiones. Es
una lástima que esa estima por la filosofía y los filósofos no haya llegado a
la política.
No
creo exagerar si afirmo que en México nuestra adolescente democracia no madura
a causa de que la mayoría de los políticos de nuestro país sienten un profundo
desprecio por la
filosofía. Incluso algunos intelectuales, científicos y
artistas, piensan que la filosofía es una actividad estéril y su producto letra
muerta. No hay nada más equivocado. La filosofía es ahora más necesaria que
nunca, como práctica vital, como reflexión crítica de la realidad, cómo
método para integrar el conocimiento y como forma de potenciar la
felicidad humana. No hay nada que ilumine más la inteligencia y el quehacer del
hombre, que la filosofía.
Todo
esto viene al caso, porque el filósofo, novelista y ensayista Leonardo Da
Jandra ha publicado recientemente un libro por demás interesante: La Gramática del Tiempo (2009), editado por
esa empresa que dignifica a Oaxaca: Almadía.
El
nuevo libro de Da Jandra, no es sólo un ensayo filosófico, es además una
filosofía vital que se construye en el ámbito del ser oaxaqueño: costeño
para ser más precisos. La lectura de este libro es obligada para iluminar
nuestras conciencias y darle sentido a nuestro ser y quehacer.
Da
Jandra es un autor cuyas novelas ( Entrecruzamientos, Huatulqueños,
Samahua, Bajo un sol herido y la más reciente, Almadraba) describen con una
prosa tersa la vida en la costa oaxaqueña y las aventuras de personajes
fascinantes; pero que no nos engañe el divertimento novelesco de este autor; la
obra de Da Jandra no debe leerse con inocencia recreativa. Hay que
advertir que la lectura de su obra, y más aún de sus ensayos, exige paciencia y
reflexión; pero tenga el lector la seguridad de que quedará no sólo satisfecho
y agradecido, sino con el ánimo de emprender su propia búsqueda filosófica.
No
he querido reseñar el reciente libro Leonardo de Da Jandra, sino avanzar en
algunos conceptos que facilitarán su lectura y creo que la del resto de
su obra. Véanse estas notas como primeras hipótesis para una lectura
reflexiva de sus textos.
La
primera dificultad en la lectura y el estudio de un filósofo vital es su
proximidad. La cercanía hace difícil que coincidamos al observar un mismo hecho
u objeto, a los que no juzgamos con el mismo criterio porque la
contemporaneidad nos obliga a posicionarnos de inmediato ante la vida y surge
la diferencia de perspectivas. Cuando se reencuentra al objeto de observación,
tan familiar para nosotros, en el discurso o en el texto de un filósofo vital,
surge primero el desconcierto, después la duda, porque es difícil aceptar que
habiendo estado en el mismo tiempo y en el mismo espacio, alguien haya
observado todo de manera tan distinta a nosotros: se niega el lector a la
seducción del filósofo. Cuando el lector comprende que el filósofo no pretende
seducirlo y que lo que expone es tan sólo su experiencia de la vida, la
duda se convierte en admiración; pero el lector debe ir más allá si quiere
acercarse al filósofo con la misma sana intención que aquel lo hizo con él. Ese
ir más allá es identificarse con el filósofo y aprender a cazar con él, es
decir, someter a crítica el texto que se le propone, e iniciar por cuenta
propia la práctica de la filosofía vital.
Lo
primero es preparar la red para la pesca, lo que significaría para nosotros
lectores de un filósofo vital, construir un modelo que permita una lectura
crítica del texto. Cuando escribo “crítica”, me refiero a construir una
instrumento analítico que permita distinguir lo esencial de lo accesorio, para
después profundizar en la comprensión de las propuestas del autor. Luego vendrá
la discusión de lo justificable de sus aseveraciones y por tanto someter
a análisis la manera en como construye sus conceptos y obtiene sus
conclusiones.
Leonardo
Da Jandra pretende analizar la forma en como el tiempo y el espacio determinan
al sujeto en su comprensión y actuar en el mundo. Este análisis obedece a un
objetivo más ambicioso: vivir. Pero no vivir de cualquier manera, sino vivir
como un poner en práctica la razón a partir de ubicarse en el mundo. Uno no
puede ubicarse en el mundo “en general”, eso es imposible, uno se ubica en el
mundo de manera muy específica, comprender esa especificidad en términos de uno
mismo en su relación con los demás y el entorno, es establecer una ubicación,
un punto desde el cual se puede observar el mundo y filosofar viviendo. Da
Jandra se ubica en Huatulco, en un tiempo preciso y en relación con un entorno
particular y personas específicas, de aquí pretende asumir un compromiso a
partir de su ubicación y ello desencadena su reflexión filosófica.
Da
Jandra sabe que asumir un compromiso y cumplirlo, requiere de tomar
constantemente decisiones. Tomar una decisión es adoptar por una, entre
múltiples opciones. Cuando uno toma una decisión en función de un compromiso
adoptado, uno no sabe si ha decidido bien o mal; es decir, si la decisión lo
llevará a uno a cumplir con el compromiso o alejarse de él, eso es lo aterrador
de la vida, uno no puede anticipar los hechos que vendrán una vez que uno toma
una decisión. Para el filósofo vital, tomar una decisión es muy importante
porque deriva de la necesidad de cumplir con un compromiso, una vez que se
ubica en el mundo y es sólo mediante la decisión que se puede actuar para
cumplir con lo propuesto. La decisión es la compuerta que se abre al torrente
de la acción. Aquí
hay que detenerse un poco. Para Da Jandra no todo hacer es acción. Un hacer
adquiere la categoría de acción sólo si es resultado de un compromiso, que
implica una decisión, lo demás es un hacer caótico, que no lleva a ningún lado.
El concepto de DECISIÓN es nodal en el pensamiento de Da Jandra.
La
vida actúa, es decir, es una acción que no requiere una decisión porque obedece
a un orden superior; pero es una acción que tiene un límite: la muerte. Entre el
nacimiento y la muerte transcurre el río de la vida, y el ser humano está
inmerso en ese río que es la vida y para que su ser se deje sentir en ella,
debe procurar su propia acción, que es la manera en como su “movimiento” se
distinguirá en el “movimiento del río de la vida”. Pero ese actuar requiere de
una decisión, que a su vez exige una ubicación previa. Volvemos al concepto de
decisión. Para Da Jandra, el tiempo adquiere estructura y sentido para el
ser humano, a partir de la
decisión. Cuando el ser humano toma una decisión se puede
distinguir un pasado, un presente y un futuro, si no toma una decisión no hay
un antes ni después porque no hay un referente que haga posible esa distinción,
sólo un presente, en el que el sujeto confunde el tiempo de la vida con el
tiempo de su propia existencia, su vida, así, es más vegetal que animal.
Pero
es indudable que uno tiene conciencia del pasado, del presente y del futuro; en
efecto, porque querámoslo o no, hacemos cosas, que implica distinguir entre
esas cosas para actuar sobre ellas, pero casi nunca lo hacemos como el filósofo
vital, en función de un compromiso. Cuando hacemos cosas en el mundo, tomamos
conciencia del pasado, porque nuestro actuar marca un hito en el tiempo: antes
de hacer las cosas y ahora que las estamos haciendo, pero ese pasado se nos
muestra amorfo, desordenado, sin sentido. ¿Qué relación tiene ese pasado con lo
que estamos haciendo? Es muy probable que no tenga ninguna relación,
porque ese pasado es el producto del transcurrir de la vida, no de nuestra
existencia. El pasado sólo adquiere sentido y orden cuando lo vinculamos con
nuestra existencia y ese vínculo sólo se da cuando el sujeto es capaz de tomar
decisiones, que insisto, sólo lo son, en sentido estricto, en función de un
compromiso.
Cuando
el filósofo vital toma una decisión, su pasado adquiere sentido normativo, es
decir, descubre la capacidad de que los hechos del pasado regulen su presente y
lo orienten en sus decisiones. El origen de esa normatividad que viene del
pasado está en el Mito, otro concepto nodal del pensamiento de Da Jandra. Antes
de la historia, antes del tiempo existencial, están los mitos cosmogónicos en
los que los dioses representan desde su divinidad, la tragedia humana. Cuando
los dioses se ubican y toman decisiones, se convierten en héroes, el heroísmo
es otro concepto nodal en Da Jandra. Héroe es aquel que asume su compromiso en
la adversidad, veremos después que la adversidad es lo que se opone a lo
utópico, pero que, al contrario del pensamiento dicotómico, Da Jandra postula
la complementariedad de los opuestos: Utopía y adversidad se complementan.
Cuando el dios-héroe lucha contra la adversidad, deviene un nuevo orden en el
cosmos o se somete trágicamente al preexistente. En los mitos cosmogónicos
encontramos la expresión decantada del compromiso que debe ser actualizado en
el rito. Cuando los seres humanos ritualizamos los mitos, vinculamos al
presente con el pasado.
Este
vínculo proyectivo, este actualizar al mito en el presente, mediante el rito,
es lo sagrado. El ser humano en su presente, se sacraliza cuando reproduce la
cosmogonía original; por eso existir sin ese vínculo con el mito actualizado,
es profanar el presente. Lo profano entonces, deriva de la falta de compromiso
y por tanto de la incapacidad para tomar decisiones que deriven en una acción
heroica. La acción heroica lo es no sólo en tanto afronta una adversidad, sino
en tanto que lo hace reproduciendo el mito, actualizándolo en un ritual
que evoca la cosmogonía original: ser héroe es reconstruir el cosmos,
establecer un nuevo orden, cuando ese nuevo orden se piensa para los demás y
para el entorno, no es ya futuro, sino posteridad.
Pero
¿ qué es la posteridad? La posteridad es el compromiso realizado, pero para que
el compromiso se cumpla, media la decisión y la acción del sujeto, es decir, es
todavía un deseo no realizado, es un bien que no tiene aún lugar en el espacio,
sólo se intuye en el tiempo estructurado de manera sagrada, es decir, es una
Utopía.
Llegamos
ahora al concepto de espacio. Espacio y tiempo son dimensiones que se
determinan mutuamente e independientemente, por ahora, no importa
discutir si son dimensiones internas al sujeto o externas a él, lo
indudable es que constituyen el medio en el que se desarrolla su existencia. Ya
vimos cómo se estructura el tiempo a partir del compromiso, la decisión y la
acción, veremos ahora cómo se significa el espacio.
El
espacio comienza a estructurarse en la existencia a partir de la ubicación del
sujeto, de la autoconciencia de su estar en un lugar particular, rodeado de
seres específicos, orgánicos e inorgánicos. Sin la ubicación filosófica, el
espacio es sólo una dimensión en la que se da la simultaneidad de las cosas
posicionadas en él. Cuando el filósofo vital se ubica, asume un compromiso e
inicia su acción, es capaz de distinguir entre espacios sagrados y espacios
profanos, esta es la forma en como se estructura el espacio desde una
existencia heroica.
Un
espacio sagrado puede ser una geografía que participa en el mito: un locus de
los dioses. De esta manera, es posible identificar una montaña, una cueva, un
tipo de planta, un río etc., que tomó parte en un mito cosmogónico, que fue el
escenario de la acción de los dioses.
El
espacio sagrado puede delimitarse a partir del rito, representación litúrgica
del mito cosmogónico. El espacio entonces es la identificación de un topos,
animal o planta asociado con el origen del mundo considerado como orden; o
puede darse como la delimitación de un área ritual.
En
el tiempo presente el espacio sagrado se estructura a partir de la proyección
del pasado en el sujeto, quien actualiza al mito sacralizando la acción. La totalidad
que constituyen el tiempo (pasado, presente y futuro) y el espacio sagrado, se
complementa con la decisión acción del sujeto; a esa totalidad así
estructurada, la
denomina Da Jandra Estado de Naturaleza.
Al
Estado de Naturaleza le corresponde su contrario: el Estado de Derecho. Si el
estado de naturaleza es
la expresión de la articulación de tiempo y espacio sagrados, en las que se da
la acción del sujeto, el Estado de Derecho es la expresión del espacio profano que
ahora recibe el nombre de Territorio. El territorio es por excelencia el
espacio profano, el que desarticula la relación proyectiva
pasado-presente-futuro. Al quedar el tiempo desarticulado en la percepción del
sujeto, sólo queda el presente.
El
territorio es un espacio en el que el mito cosmogónico ya no es reconocido en
la geografía del lugar, ningún rito tiene ya validez para la regulación
de la interacción naturaleza-humano o humano-humano; eso corresponde al
derecho, quien norma ahora el área del quehacer humano y la profana. El derecho no
se vincula con el mito, sino con la historia. Historia
y mito son dos caras del pasado que se oponen pero que sin embargo se
complementan al constituirse como referencias del quehacer humano.
¿Cómo
logra estructurarse el Estado de Derecho? O mejor aún: ¿Cómo logra
desestructurarse el tiempo (pasado-presente-futuro) dando lugar al Estado de
Derecho? Según Da Jandra, al regular el derecho la vida de los hombres en
un territorio, les resta capacidad de decisión y por tanto capacidad de
comprometerse con ellos, con los demás y con su entorno. Quien aplica la ley se
convierte en el único decidor: el legislador se vuelve ejecutor y el ejecutor
tirano, porque a partir de que impone su voluntad, ejerce el poder y
trata de eternizarse en él, para lo cual, le resta a los demás su capacidad de
decidir convirtiéndolos en masa. La masa es el conglomerado humano que no tiene
estructura de tiempo ni de espacio, que ha perdido su capacidad de decidir y se
guía ahora por su instinto, por sus temores, por sus ansias, en resumen, por su
animalidad.
Al
Instituirse el Estado de Derecho como oponente y complemento del Estado de
Naturaleza, queda montado el escenario de la sociedad moderna, escenario en el
que se vive la tragedia del ser humano presentáneo, determinado por la tensión
entre ambos estados, tragedia, porque la agonía moderna del hombre es en
absoluto inevitable.
Estas
notas no agotan un posible marco de referencia para la lectura de la obra de
Leonardo Da Jandra, con ellas pretendo mostrar la necesidad de una lectura
sintomática (Althusser) de este autor que le da a Oaxaca el privilegio de ser
el referente espacio-temporal de su obra.
Mi
deseo es que los lectores inteligentes se acerquen a los textos de Da
Jandra y tengan la oportunidad de iluminar sus conciencias y comprometer sus
voluntades a la luz de
esta filosofía vital.