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EDITORIAL
Hola, soy Laura Foletto. ¿Vives a través o en contra
de los demás?
El otro día, una señora entró al ascensor, quejándose de
la ropa que un hijo (que no vivía con ella) le daba para que le
lavara. Le dije: “es simple, dígale NO”. Me miró media
espantada y me respondió: “pero… es lo único que tengo”.
Comprendo esta respuesta de una mujer mayor, que fue criada en la idea de que
ella era a través de los otros (primero padres, luego marido, hijos, nietos)
y que su vida estaba destinada a un quehacer continuo orientado a
ellos. El tema es que observo esta conducta más allá de ciertas
generaciones y de estas premisas.
Cada uno, en su propia esfera, cree que es alguien a
partir de otras personas u otras actividades. Las mujeres, en
general, lo hacen por medio de las relaciones. Los hombres
por el trabajo. “La mujer que al amor no se asoma no merece
llamarse mujer” dice el bolero, lo que incluye hombre y
descendencia. A pesar de que muchas trabajan a la par del hombre (y
hasta ganan más), la mayoría sigue sintiendo así. Ellos, a su
vez, piensan que el éxito depende de su status laboral y económico.
Además de esto, los que están en el camino espiritual, en
lugar de buscar su propio Maestro Interno, corren detrás de gurúes,
doctrinas, autores, lo que esté de moda.
Unos y otros son llevados de la nariz por lo que la
sociedad les inculca y les exige. La crisis llega cuando están
en camino a lograr o han logrado el respectivo triunfo y no sienten ni la paz
ni la realización ni la felicidad que se suponía iba a suceder.
Entonces, en lugar de parar y preguntarse qué pasa, redoblan la apuesta y
llenan las horas de más actividades, en busca de tapar la frustración y el
sufrimiento.
Otros, más rebeldes, optan por ponerse en contra
de los mandatos. Basta que surja una mínima sospecha de obligación
o imposición, para que se opongan. Algunos, lo hacen desde una elaborada
teoría de supuesta independencia. Otros, patalean como chicos
caprichosos. Ninguno se da cuenta de que esa es la repetición de
una actitud que asumieron con sus padres y que no han conseguido liberarse
todavía de ella, así que es tan improcedente como la de seguir los mandatos.
Es la maldición de la dualidad: pararse en cualquiera
de los extremos es la misma prisión, con distinto signo nada más.
Tomar a los demás, sean los próximos (padres, parejas, jefes, etc.) o los
generales (sociedad, religión, grupo etario, empresa, etc.) como la base
desde la cual definirse por admisión u oposición no conduce a nada.
En principio, la única norma posible somos nosotros
mismos. Como nadie nos enseñó que somos el centro de nuestro propio
mundo, buscamos girar en torno de otros. Andamos a la pesca
de Soles, sin darnos cuenta de que este sistema ya tiene uno: nosotros.
Y que viene con ciertos dones y potenciales que lo hacen único. Y que
atrae de acuerdo a ellos. Por lo tanto, hacer que cualquier otro mueva
los hilos solo trae problemas y drama.
Lo fascinante de que cada uno es el centro y los
demás giren en torno a él es que es un proceso lleno de economía,
correspondencia, exactitud, intercambio, creatividad. Mientras uno aprende
algo al atraer a determinadas personas a su mundo, a su vez ellas también
despliegan sus aprendizajes siendo los satélites del suyo y el centro de
ellas.

Es el fin de la dualidad: Todos Somos Uno.
Estamos solos y al mismo tiempo interconectados. Estamos decidiendo por
nosotros mismos y a la vez influyendo en otros. Somos el centro y somos
la periferia. Es una danza maravillosa. Lo único que pide
es que estemos centrados en cuerpo, mente y espíritu. Individuales y
universales. Gota y océano. Chispa y fuego. Divinamente
humanos.
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