| Asunto: | [redluzargentina] Marx y/o Cristo... Cual es el problema? / Sylvia Maria de Jesus Valls | Fecha: | Jueves, 29 de Septiembre, 2005 18:59:11 (-0500) | Autor: | Interredes <redanahuak @...............mx>
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To: Foro Meshiko-Latinoamerica <meshiko@elistas.net>
Date: Thu, 29 Sep 2005 18:46:37 -0500
MARX Y/O CRISTO... ¿CUÁL ES EL PROBLEMA?
Sylvia María de Jesús Valls
Texto manuscrito de 1983
Valle de Bravo, Edo. de México.
Exclusiva para la Red Anáhuak.
Agradecemos su difusión.
Introducción
Durante las elecciones pasadas tuve la oportunidad de asistir, a veces con
cierto sentimiento de alivio, otras con verdadera pesadumbre, al desarrollo
de un polémico debate público (que nunca, hay que decirlo, llegó a cuajar
e
n
verdadero diálogo) sobre la compatibilidad de permanecer fiel a la
'doctrin
a
cristiana' al mismo tiempo que se vota por un candidato 'marxista'.
Pensab
a
que yo, en lo personal, había llegado a un nivel de comprensión del
'problema' que me permitía descartarlo como problema en sí para llegar más
bien al fondo de los errores comúnmente compartidos por casi todos los que
hacen profesión de mantener a la vertiente 'marxista' del cristianismo
inevitablemente enemistada con la vertiente que se autonombre
'espiritualista' --epíteto este cuyo principal objeto es el de mantener en
firme la oposición entre un grupo que se disputa poder y otro grupo que,
igualmente y por razones idénticas, se disputa ese mismo poder.
Me preguntaba si era posible que por fin los 'religiosos' de distintas
ramas del pensamiento judeo-cristiano alcanzasen un nivel de honestidad
intelectual suficiente como para quitarnos de encima tan innecesario motivo
de división. El meollo del problema, empero, no es tanto los 'errores' (que
en definitiva son susceptibles de rectificación allí donde prime una
honestidad de sentimientos) como la mala fe que acompaña toda estrategia
encaminada a preservar los 'fueros y privilegios' de pertenecer a un grupo
específico llámese partido, iglesia, o ejército. A pesar de lo cual me
parece oportuno, en esta coyuntura de la vida religiosa y política que nos
rodea y en la que cada cual de alguna forma participa, intervenir (en la
medida en que mi conocimiento me lo permite) a favor de un diálogo que
estimo de extraordinaria urgencia para el futuro de nuestra especie y, muy
particularmente (dadas sus tradiciones e historia) para los países
latinoamericanos.
Claro que en la solución de este (falso) problema he tenido muy buena
ayuda
.
Al cabo de algunos años de experiencia y de estudios pude llegar a ciertas
conclusiones antes de que viniera a fortalecerme en mis actitudes la
lectur
a
de una obra a la cual me referiré y que considero de trascendental
importancia para nuestra supervivencia tanto física como espiritual en este
siglo como en ese otro que, mientras más se acerca, más lejano se nos
antoj
a
por lo difícil que nos va pareciendo a muchos llegar a él, o que nuestros
hijos lleguen a verlo sin tenerse que arrepentir de haber nacido (¡más
justamente, sin que nos maldigan por haberles traído al mundo!).
En efecto, se nos hace cada vez más difícil imaginar un futuro viable de no
lograrse romper, para empezar, con ciertos hábitos mentales que impiden la
solución de los inmensos problemas que agotan nuestras generaciones en este
apocaliptísimo fin de milenio y que son el producto de un proceso de
acondicionamiento ya bien estudiado y cuyos efectos se tendrían que ir
deshaciendo mediante la utilización de cierto tipo de remedio y no de otro.
Esto último es muy importante pues entraña el milenario conflicto de dejar
intacta la libertad fundamental del ser humano a pesar de una educación que
forzosamente será determinante.
Todo lo que voy a decir ya ha sido dicho alguna vez en alguna parte y hasta
muchas veces en muchas partes. Lo único que hay de nuevo en este mundo que
realmente valga la pena son los ojos del recién nacido, abiertos como
grandes pantallas (pantallas-panderetas) al mundo (a los mundos) capaces de
admitirlo todo, de reinterpretarlo todo...hasta que, con los años, los
hábitos adquiridos hacen que los ojos cada vez encuentren menos que ver y
por eso, quizá, será que se van cerrando hasta que a penas quedan sobre el
semblante dos rendijas engurruñadas (entonces el cuello se estira y se
estira pero los ojos permanecen semi-cerrados, admitiendo a penas las
sombras del pasado).
En fin, que si ya todo ha sido dicho pocos han escuchado y entonces las
verdades tienen que ser pronunciadas de nuevo en una lengua que de alguna
forma llegue, penetre, haga luz en otras conciencias logre abrir el
entendimiento mientras aún nos quede tiempo: ese tiempo que, a la par con
e
l
agua potable y el aire respirable y las tierras productivas se nos va
acabando, acabando, acabando... a pesar del ³ciérrale, ciérrale² como de
tanta retórica partidista al servicio de un criminal desacuerdo entre lo
qu
e
se proclama y lo que se alcanza a hacer. Y si bien no me acaba de gustar
este tono sentencioso que tan a menudo adoptamos los preocupados por el
mundo, se me hace difícil evitarlo siempre que al levantar la vista
contemplo, abajo, el pueblo y las montañas y el lago... un lago cuya
hermosura comienza a sufrir de la plaga del lirio y que ya está siendo
sacrificado a las necesidades de esa insaciable metrópolis que todo lo
chup
a
para regurgitarlo smog.
Entre los hábitos mentales que se nos van creando desde pequeños, y cuyo
valor para la supervivencia parece cada vez más cuestionable, reside aquél
de otorgarle a cualquier autoridad externa prioridad sobre el propio
juicio
,
aun cuando nuestras luces disputen la justicia del consenso ajeno ya sea
éste 'mayoritario' o simplemente de 'alto mando'. Esta tendencia a delegar
nuestras responsabilidades así como la propia capacidad de criterio,
producto de experiencias particulares y específicas nuestras y del
ejercici
o
de la atención de la cual somos capaces, acusa la inmadurez de la mayor
parte de nosotros aún sumisos psicológicamente a las figuras paternas y
maternas.
Si la obediencia es virtud, lo es sólo en la medida en que es otorgada con
respeto es decir, como delegación responsable y madura de la propia
capacidad para tomar decisiones que, en un momento dado, a lo mejor afectan
no sólo mi propio destino sino el de muchos de mis semejantes. En momentos
de gran peligro para el grupo social al que pertenezco, cuando las opciones
son difíciles y la necesidad de decidir con prontitud exigen acción rápida,
puedo ir a contrapelo de mi propio juicio si estimo que hay un margen de
error posible en mi actitud. También calculo, al optar por esta
auto-censur
a
temporal, que ciertas medidas, si no son las mejores, pueden alcanzar su
objetivo siempre que reciban un apoyo firme por parte de los interesados en
dicha acción.
Pero esos momentos de verdadera 'crisis' por lo general son de corta
duración; pueden, a lo sumo, durar unas horas o unos meses: cuando
pretende
n
durar décadas e incluso siglos es porque de alguna forma un sistema de
coacciones agenciadas por un grupo entronizado en el poder viene a coartar
mi obligación de ejercer mi responsabilidad personal: me exigen que
continú
e
a rendirle pleitesía a los que ya se han acostumbrado al poder de mando
hábito que a su vez se adquiere en muy poco tiempo y que casi nunca nos
abandona: a los administradores, ya sea de la guerra, o de la 'paz', o de
los muchos caminos que llevan al 'cielo' o al 'infierno', a la
'estabilidad
'
o a la 'anarquía'. (Desde que escribí esto, nos hemos acostumbrado al
espectáculo de una 'crisis' tras otra agenciada a propósito para crear
fervor patriótico y para distraer la atención de asuntos más importantes
qu
e
un Noriega o un Saddam Hussein).
El deseo de controlar nuestro medio es una pasión que habita,
comprensiblemente, en casi todos nosotros. Parte de nuestro medio está
constituido por otros seres humanos. La familia, como se sabe y como muchos
prefieren olvidar, es el primer contexto social dentro del cual jugamos el
juego del poder, pero la familia suele ser también fuente de protección
frente al resto de la sociedad no solamente su máximo verdugo. [Esto
sigu
e
siendo así en el año 2005, aunque menos.]
Dentro del contexto mayor del estado, o de la nación organizada
políticamente mediante instituciones que reglamentan casi todos los
aspecto
s
del comportamiento individual, los seres humanos nos encontramos
progresivamente menos protegidos por esos organismos que pretenden
protegernos y que se consideran con derecho de exigirnos todo tipo de
tributo. Menos servicio a mayor costo es el principio que parece regir hoy
prácticamente todas las relaciones entre servidores (estatales o privados)
y
sus clientes. Esto en términos generales, claro está.
Ya se sabe que la burocracia sea estatal, corporativa, o eclesiástica-
tiene como función: en primer lugar, mantenerse a sí misma, en segundo
luga
r
mantenerse a sí misma y, en tercer lugar, mantenerse a sí misma. Roma y
Moscú tienen una historia muy parecida y cada cual reclama y exige su
derecho a censurar y a explicar a su manera sus propios 'textos sagrados'.
Pero preguntémosle a cualquier jerarca de iglesia dos o tres preguntas
básicas como las que se le ocurre a cualquier niño de escuela primaria
honestamente interesado en prepararse bien para su primera comunión --no
y
a
que si Adán y Eva o que si los siete días de la creación o que si el Arca
d
e
Noé-- sino simplemente por qué Dios Todopoderoso siendo tan bueno permitió
que el Mal entrara en su Creación, o por qué tanto 'misterio' con la
Santísima Trinidad...Y, si de un marxista se tratara, qué en definitiva
quiso decir Marx con eso de la 'dialéctica' de la 'materia' y cómo y por
qué, a pesar de la teoría de la lucha de clases, no se sale de una guerra
entre los mismos poderosos pertenecientes (en teoría) a una misma clase...
Dudo que, ni en un caso ni en el otro, la respuesta llegara a ser de las
qu
e
complacen ni a la inteligencia ni al corazón. Por motivos que el
subsiguiente desarrollo espero logre esclarecer.
¿El marxismo 'anticristiano'? Notas hacia un diálogo posible.
Hay una parte en el marxismo que corresponde a las emociones el
sentimiento de la justicia, la busca de hermandad entre los hombres y la
creación de una sociedad igualitaria. Hay otra parte en el marxismo que
corresponde --o quisiera hacerlo-- al intelecto: aquélla que trata de
explicar las causas de injusticia (mejor aún, su mecanismo) y que llega a
algunas conclusiones básicamente acertadas aunque cayendo en ciertos
errore
s
producidos (ironía de ironías) por una reacción psicológica o ideológica
completamente fiel al mismo 'materialismo dialéctico' propuesto por Marx:
errores que, una vez reconocidos (y sin menoscabo de la validez tanto
intelectual como emocional de una buena parte del bagaje cultural que nos
h
a
legado el marxismo) dejan de impedir aquel nexo con el más auténtico de los
cristianismos que todo pensamiento fiel al espíritu de mediación habrá de
considerar precioso.
Ese nexo consiste en una ética, producto de lo que en cada hombre hay de
verdaderamente sagrado: ese sentimiento de justicia que le dicta 'tratarás
a
tu prójimo como a ti mismo' --aunque aquella impecable maestra que fuera
Simone Weil creyó que sería mejor pensar 'tratarás a tu prójimo como él
quisiera, en sus sentimientos de justicia, que se le trate'. En ambos casos
esto implica 'con perfecto amor'. Claro que sólo el estado de gracia el
entusiasmo o el 'estar en Dios' (en theus) nos permite actuar de tal modo y
hay que admitir que para el común de los mortales son bastante raros esos
momentos de verdadero desprendimiento personal.
Sin duda alguna, ciertas formas de existencia social hacen más o menos
difícil esa beatitud de la cual depende cualquier acción de gracia una
acción cuyas raíces se nutren de lo que Simone Weil llamó el ámbito de lo
'impersonal', aquella región de nuestro ser que trasciende nuestra persona
y
de donde irradia el bálsamo divino. Las asociaciones o hermandades
monásticas así como cualquier tipo de sociedad de inspiración más o menos
anarquista buscan lograr esa armonía o balance social dentro del cual el
bienestar personal redunda en un constante beneficio social gracias
(precisamente) a actos personales nutridos de gracia divina o de amor
divino. Lo 'sobrenatural' en todo caso dista de ser un fenómeno
'arbitrario', dice:
Quienes creen que lo sobrenatural por definición opera de forma arbitraria
y
que escapa a todo estudio lo desconocen tanto como quienes niegan su
realidad. Los místicos auténticos como San Juan de la Cruz describen los
efectos de la gracia sobre el alma con una precisión de químico o geólogo.
La influencia de lo sobrenatural sobre las sociedades humanas, aunque
quizá
s
aún más misteriosa, puede sin duda ser estudiada. (Oppression et liberté,
Gallimard, p. 219.)
Así como sucede con el marxismo, existe en el cristianismo una parte que
corresponde a las emociones y que en lo básico no difiere del ideal
marxist
a
en lo que atañe a la creación de una comunidad igualitaria basada en la
hermandad, el amor, la justicia. Pero la 'verdad cristiana', como cualquier
gran verdad, incluye la posibilidad (y quizá tan sólo la posibilidad) de
un
a
realidad 'sobrenatural' a la cual los hombres tienen, o podrán tener,
acceso. Marx, víctima de su propio 'determinismo histórico', y sin
sospechar hasta qué punto había penetrado en él la corrupción espiritual de
la época, cometió un error completamente atribuible a su medio: viviendo en
el siglo XIX, siglo burgués y por ende 'materialista' por excelencia, cayó
en la trampa ideológica de la burguesía para la cual 'el Sujeto' acaba
siendo esclavo del 'objeto'.
Esta explicación, que considero brillante por obvia y por sencilla (de
ahí sin duda su ocultación o su transparencia) también se la debemos a
Simone Weil cuya vida y obra me parecen tan ejemplares así como de
insuperable interés para todo ser que se ahoga en la encrucijada MARX y/o
CRISTO. Fue naturalmente el mismo Marx quien notó que lo que mejor define
al régimen capitalista es la inversión de la relación entre objeto y sujeto
con el resultante sacrificio del sujeto a las exigencias del objeto es
decir, a lo que es pura materia. En términos de la historia de la clase
obrera esto significó la más radical y denigrante sujeción del trabajador a
las condiciones materiales del trabajo. El sentido de la revolución por lo
tanto debía ser precisamente el de restituirle al sujeto pensante la
relación que éste debería mantener con la materia, devolviéndole en lo
posible control sobre ella. Explica S. Weil:
Hegel creía en un espíritu escondido actuando en el universo y que la
historia del mundo es simplemente la historia de ese espíritu en el mundo,
el cual, como todo lo que es espiritual, tiende indefinidamente hacia la
perfección. Marx pretendió 'poner de pie' la dialéctica hegeliana cuyo
sentido acusaba de estar invertido; sustituyó al espíritu como motor de la
historia; pero por una paradoja extraordinaria, concibió la historia a
partir de esta rectificación como si atribuyese a la materia lo que es la
esencia misma del espíritu una perpetua aspiración hacia algo mejor. Por
esta vertiente se ajustaba profundamente a la corriente general del
pensamiento capitalista: transferir el principio de progreso a las cosas es
dar una expresión filosófica a esa 'inversión del sujeto y del objeto' en
e
l
cual Marx percibía la esencia misma del capitalismo. El auge de la gran
industria ha convertido a las fuerzas productivas en divinidad de una
especie de religión de la cual Marx, a pesar suyo, sufrió la influencia
cuando elaboró su concepto de la historia. El término de religión puede
sorprender cuando se trata de Marx pero creer que nuestra voluntad converge
con una voluntad misteriosa que estaría actuando en el mundo y que nos
ayudaría a vencer equivale a pensar religiosamente, a creer en la
Providencia. (Oppression et liberté, pp. 65 y siguiente, mi traducción.)
En todo caso, se pregunta esta queridísima alumna de Alain, egresada
(junto con su coetánea Simone de Beauvoir) de l¹École Normale Supérieure,
profesora de filosofía, periodista, obrera industrial y agrícola y
combatiente por la República Española antes de morir en Londres en 1943 a
los treinta y cuatro años de edad: Por qué ese espíritu escondido velaría
por los intereses de la producción... 'El espíritu es lo que tiende al
bien
.
La producción no es el bien. Los industriales del s. XIX son los únicos
qu
e
se confundieron de tal forma'. (Y, añado de pasada, todos los que hoy, a
pesar del desastre ecológico siguen proponiendo las virtudes del
crecimient
o
ilimitado sobre prácticamente todos los planos.) El problema, dice, reside
en confundir lo que parece de alguna forma necesario con 'el bien'.
Desgraciadamente, a menudo distan mucho de coincidir. En resumen, apunta:
El materialismo revolucionario de Marx consiste en proponer, por un lado,
que la fuerza sola regula, de forma exclusiva, las relaciones sociales y,
por otro lado, que un día los débiles, siempre sin dejar de ser débiles,
serían de todos modos los más fuertes. Creía en el milagro sin creer en lo
sobrenatural. Desde un punto de vista puramente racionalista, si uno cree
en el milagro, mejor es creer también en Dios. (op. cit., p. 208, mi
trad.
)
Al hacer el inventario de las contradicciones que detecta en Marx,
Simon
e
Weil establece una diferencia, crucial para un ser pensante ávido de
verdad
,
entre 'contradicción legítima' y 'contradicción ilegítima':
El uso ilegítimo consiste en combinar afirmaciones incompatibles como si
éstas fueran compatibles. El uso legítimo consiste, cuando dos verdades
incompatibles se imponen a la inteligencia humana, en reconocerlas como
tales y en hacer de ellas, por así decirlo, los dos brazos de una pinza, un
instrumento para entrar indirectamente en contacto con el ámbito de la
verdad trascendente, inaccesible a nuestra inteligencia. (op.cit., pp. 208
y siguiente.)
Ahondando en la historia de la Iglesia (que se dice ‹¿se decía?‹
Católica, Apostólica y Romana: contradicción tan ilegítima como la de un
partido que se quiere al mismo tiempo 'revolucionario' e 'institucional')
e
s
posible llegar muy pronto a la conclusión de que estamos frente a un falso
conflicto creado por el intelecto en pos de un lenguaje deliberadamente
capcioso e instrumentado como arma dirigida a la instauración y al
mantenimiento de diferencias (más bien, de supuestas diferencias) cuya
únic
a
virtud es la de crear barreras, linderos, divisiones tan meramente
convencionales como lo es la frontera entre los Estados Unidos de
Norteamérica y los Estados Unidos Mexicanos frontera gracias a la cual se
mantienen en el poder distintas burocracias dedicadas a la explotación y
hostigamiento de las poblaciones que habitan a ambos lados de esa
convencional frontera.
La deshonestidad intelectual a la cual aludo es una realidad tan
generalizada que creo que no reclama ser 'probada'. Pero sí convendría
hacer un recuento de cómo surgieron ciertos dogmas: de cuáles fueron, por
ejemplo, las necesidades de tipo administrativo que contribuyeron a crear
ese lenguaje aparentemente tan inocuo como lo es el del 'Creo en Dios Padre
Todopoderoso'. (¿Por qué, por ejemplo, un Dios Padre, ¡Madre de Dios!?).
Otra mujer, al igual que Simone Weil, interesada en los orígenes del
cristianismo, la norteamericana Elaine Pagels, de la Universidad de
Princeton, publicó en 1979 el resultado de sus investigaciones, habiendo
formado parte del equipo que logró reconstruir y traducir los textos de Nag
Hammadi, descubiertos en ese lugar del desierto del norte de Egipto por un
campesino árabe de la región hace cerca de cuarenta años [sesenta años al
momento de transcribir el original el presente documento que data de 1983].
En The Gnostic Gospels, Random House, N.Y., 1979), Pagels analiza el Credo
exponiendo, de forma muy convincente para todo el que esté dispuesto a
rendirse a la evidencia, cómo éste dista mucho de ser una declaración de fe
producto de ese conocimiento directo de lo divino que los gnósticos siempre
defendieron contra cualquier dogma, siendo, en efecto, el resultado (como
e
l
agente) de una gran manipulación concebida, entre otras cosas, contra la
igualdad material y espiritual de la mujer quien, en los círculos gnósticos
de los primeros dos siglos, había logrado una liberación tanto espiritual
como social. Este movimiento primitivo de auténtico cristianismo
amenazab
a
a las clases patriarcales en particular, por cierto, a la clase media
judí
a
gradualmente convertida al cristianismo y ansiosa de mantener su
tradiciona
l
sistema patriarcal.
El Credo, tal como nos han hecho aprenderlo y repetirlo durante
los últimos casi dos milenios, no es por lo tanto sino el producto, como el
instrumento, de seguridad de un programa de captación y de acaparamiento
po
r
parte de los partidarios de la institucionalización de lo que en un momento
dado fue la inspiración mística cristiana: inspiración que desde antes y
desde entonces ha tenido que luchar contra el anhelo de regimentación de
aquéllos para quienes los 'misterios' son ocasión de mistificación para la
promoción de intereses puramente personales en el sentido más alejado de la
espiritualidad que se quiera. [La novela más leída de principios de
nuestr
o
tercer milenio ha puesto de moda el tema (El código da Vinci)].
Los místicos verdaderos, como bien sabemos, son los que logran llegar
mediante una ascesis particular (las tradiciones y prácticas varían pero en
lo fundamental tienden a parecerse bastante) y/o mediante la ingesta de
'plantas de poder', a estados de conciencia en los cuales los 'misterios'
se hacen comprensibles o, mejor, cognoscibles (de gnosis, conocimiento) por
vía intuitiva o directa, infinitamente superior a cualquier tipo de
conocimiento puramente intelectual (lo 'divino' es precisamente eso que 'no
nos cabe en la cabeza'). Esa ascesis personal (o mejor, de lo personal) es
un yoga ('yugo') que ata todo lo que requiere ser atado o completado: es
dadora de visión divina y si me 'obliga' es solamente porque a través de
ella descubro mi libertad innata; es justamente el acto que fundamenta mi
libertad acto perceptivo, fenomenológico, fuera del cual todo 'criterio'
e
s
mera opinión (verdad mediatizada, relativa, y por lo tanto susceptible de
incurrir error).
El 'interés personal' tiene mecanismos distintos según el caso. Puede
ser, por ejemplo, de orden sobre todo material (atañe a la comodidad
física
)
o puede ser de orden psicológico, como en el caso de Marx; suelen ambos
factores coincidir en la mayor parte de las decisiones (sin insistir en la
simpleza leninista de que todo, materia y espíritu, en última instancia es
atribuible a 'la naturaleza'). Los falseadores o pensadores inauténticos
son los 'mercaderes' que Cristo arrojó del templo a fuetazos por haberlo
invadido con el espíritu no de 'servir' sino de servirse (¡y a la mala!).
[También invirtieron la relación entre medios y fines, convirtiendo el
tráfico de monedas en el fin non plus ultra de la actividad comercial.]
De chica siempre se me hizo algo incomprensible que el Señor Jesucristo
se ofendiera tanto por 'la falta de respeto' de los que allí andaban
mercadeando; hasta que comprendí el sentido oculto de esta verdaderamente
ejemplar parábola. Los violadores del templo, en todos los tiempos, han
sido los que cultivan la idolatría con su pompa y frustran al cristianismo
auténtico del mismo modo que las jerarquías de los partios comunistas, una
vez en el poder, frustran las aspiraciones de las masas obreras. La
historia de los partidos comunistas mima la historia de las instituciones
eclesiásticas y ello es así, necesariamente, por la naturaleza de lo que
so
n
las estructuras de poder en cualquier contexto social. Si se odian tanto
e
s
por lo muchísimo que se parecen y porque se disputan, en definitiva, el
mismo 'mercado'.
Pero el amor por la justicia vive en algún lugar del pecho de cada
hombr
e
llámese cristiano, católico, protestante, comunista, socialista,
anarquista, taoísta, Zen-Budista, mahometano o ateo. Es gracias a ese
punt
o
que habita en cada cual que el milagro irrumpe a veces en la vida
cotidiana
.
Sucede en esos momentos aislados cuando alguien (y puede ser cualquiera, en
cualquier parte del mundo) toma conciencia de que como único se logra
'salvar la vida' es arriesgándola con tal de que la verdad se abra camino:
esa verdad sin la cual la justicia con la que cada hombre espera ser
tratad
o
se ve frustrada desde un principio.
Los teólogos de escuela al igual que los ideólogos de partido viven
dedicados no a la vedad, ni a la justicia‹sino al mantenimiento de ciertas
estructuras de poder, aparentemente necesarias pero no por ello en nada
buenas (con lo cual habría que ver si en definitiva no son necesarias más
que en apariencia). Ciertamente, la guerra es más el producto de su
existencia que de su ausencia (pregúntenselo a los mil ochocientos
habitantes de 'las Malvinas' o de 'las Falkland'; pregúntenselo a los
centroamericanos refugiados en nuestro medio). Las advertencias de Bakunin
suenan hoy más diáfanas que hace cien años y muchos de los que con Marx
mantuvimos la 'Gran Ilusión' de la posibilidad de una liberación por medio
de 'un partido político hecho estado' (horror de horrores y error de
errores) ya estamos de vuelta de ese trágico error (si no, ¡ay! de su
horror).
Similarmente, cualquier ser pensante que le haya prestado un poco de
atención a los evangelios se habrá dado cuenta de que para llegar al cielo
tendrá que dedicarse plenamente a la ardua tarea de vivir de acuerdo con su
conciencia con lo que el sentimiento de justicia que anida en él le dicte.
Para ello se hace necesario un análisis de conciencia constante, diario...
acto más fácilmente aprendido en la escuela de un ateo 'marxistoide' como
Jean-Paul Sartre que en las insulsas clases de catecismo que me daban a mí
en la escuela.
Pero las mujeres y los hombres tememos asumir realmente responsabilidad;
por miedo al qué dirán, o al 'pecado', lo cual conlleva el temor de 'qué me
harán'. Asumir responsabilidad implica pensar críticamente lúcidamente,
si
n
mentirillas; implica además casi-siempre un auto-análisis, un regi-cidio,
patri-cidio y matri-cidio intelectual y sentimental) que acaba por poner al
'jefe' de la casa en su justo lugar; también implica mucho valor, mucho
coraje, porque sabemos que el paternalismo (estatal, eclesiástico y
doméstico...los tres se apoyan y son en el fondo lo mismo) se impone a base
de terrorismo físico y mental y nos reprime a todos tanto a la mujer como
al hombre, al de arriba como al de abajo sin excluir, finalmente, a los
'libres y poderosos' entre los que gustaba contarse aquel Lic.
López-Portillo que ahora se nos pasea a caballo en apariencia (al menos en
apariencia) tan muy quitadito de la pena, tan como si nada, cerca de
nuestra casa da la casualidad‹por este tristemente apodado 'Valle de
Briagos'...
Sylvia María Valls
smvalls@prodigy.net.mx
http://www.institutosimoneweil.net
(en construcción)
Aceptamos ayuda.
(52)726-25-14066.
Valle de Bravo, Estado de México.
Fuente:
r e d a n á h u a k
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