La mente quieta, la mente sencilla
27 de
enero
Cuando estamos conscientes de nosotros mismos, ¿no es todo el
movimiento del vivir un modo de dejar al descubierto el «yo», el ego? El «yo»,
el «sí mismo», es un proceso muy complejo que puede ser descubierto solamente en
la relación, en nuestras actividades cotidianas, en la manera como hablamos,
como juzgamos, como calculamos, como censuramos a otros y a nosotros mismos.
Todo eso revela el estado condicionado de nuestro propio pensar. No es
importante, pues, darnos cuenta de todo este proceso? Sólo mediante la
percepción, de instante en instante, de lo que es verdadero, existe el
descubrimiento de lo intemporal, de lo eterno. Sin conocimiento propio, no
podemos dar con lo eterno. Cuando no nos conocemos a nosotros mismos, lo eterno
se vuelve una mera palabra, un símbolo, una especulación, un dogma, una
creencia, una ilusión por medio de la cual la mente puede escapar. Pero si uno
empieza a comprender el «yo» en todas sus diversas actividades cotidianas,
entonces, por obra de esa comprensión misma y sin que haya esfuerzo alguno,
surge a la existencia lo innominado, lo intemporal. Pero lo intemporal no es una
recompensa por el conocimiento propio. No se puede tratar de obtener lo eterno;
la mente no puede adquirirlo. Se manifiesta a sí mismo cuando la mente está
quieta, y la mente puede estar quieta sólo cuando es sencilla, cuando ya no
acumula, ni condena, ni juzga, ni sopesa. Sólo la mente sencilla puede
comprender lo real; no así la mente repleta de palabras, conocimientos,
informaciones. La mente que analiza, que calcula, no es una mente
sencilla.
Krishnamurti