| Asunto: | [redluzargentina] Propuestas culturales y futuro / Raul Robles | Fecha: | Lunes, 3 de Octubre, 2005 13:23:36 (-0500) | Autor: | Programa Interredes <redanahuak @...............mx>
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PROPUESTAS CULTURALES Y FUTURO
Por Raúl Horacio Robles López
³Unámonos, vayamos juntos, juntémonos,
que nadie se quede atrás.²
(Conseja de la cultura mayal)
Hoy en día, más que en ninguna otra etapa de la humanidad, el hombre ha
producido, por un lado, un desarrollo científico y tecnológico sin
precedente histórico, por otro, una serie de fenómenos negativos para la
vida de todo cuanto conocemos existe, que no sólo pone en tela de juicio
dicho desarrollo, sino que lo contradice como precursor, nuncio y
estafeter
o
de mejores momentos para el nosotros todos (mundos de lo humano, de lo
animal, de lo vegetal y de lo mineral).
No hace mucho tiempo que los científicos tomaron conciencia de que la
tierr
a
está viva, y de que todo cuanto en ella existe interactúa y se correlaciona
entre sí. Sin embargo, tal descubrimiento no ha ido acompañado del cambio
e
n
la percepción del hombre y, como consecuencia de éste, en los patrones
interpretativos y los conductuales; sino que por el contrario se han
seguid
o
empleando las fórmulas que fueron producto de la concepción utilitaria de
l
a
tierra, en donde uno de los rasgos esenciales ha sido el de concebir a las
cosas del mundo como mercancías, pues el tenor es producir riqueza por la
riqueza misma, en aras de satisfacer los intereses de unos cuantos a costa
del sacrificio de los más.
La modernidad como divisa fundamental del estadio alcanzado por los países
altamente desarrollados, a la cual por motivos, circunstancias y
situacione
s
de diversos órdenes y niveles, los países en desarrollo se ven obligados a
alcanzar, tiene un origen que es ubicado -por algunos autores- en el
period
o
denominado como el Descubrimiento de América (Koslarek, 1997); esto es, en
un fenómeno que trajo cambios sustantivos en el quehacer del mundo, en
tant
o
que se relaciona con la globalidad y el lenguaje, entre otros aspectos.
Como visión, la globalidad describe una trayectoria del quehacer del hombre
moderno ‹civilizado‹ en la que éste busca ocupar el espacio del otro para
hacerlo propio, suyo. Y, en la que se sirve del lenguaje para afirmar la
mentira: al despojo le llama ³aprovechamiento² de los recursos; a los
desechos tóxicos que produce les da en llamar ³progreso². No es extraño,
entonces, que los estudiosos y teóricos de lo globalización empleen la
metáfora para explicar dicho fenómeno, y que entre éstas destaquen, por
ejemplo, la del mundo como la ³aldea global², como la ³fábrica global²,
com
o
la ³tierra patria², entre otras (Lanni, 1999).
En efecto, en la visión de la globalidad subyace la idea de que lo mejor,
l
o
único bueno, es que el hombre civilizado haga lo necesario para ocupar el
espacio del otro y hacer que pasen a formar una parte más de su fábrica, de
su aldea, de su patria; en donde ese otro ‹quien perdió su espacio‹ sólo
juegue el papel o el rol que el primero le define, con base en sus
intereses: ¿No es paradójico que la ³liberalización² implique la apertura
del mercado interno al comercio internacional, y que la potencia mundial
qu
e
enarbola dicha bandera sea la primera en instrumentar barreras a la
importación y otorgar subsidios a sus productores internos?, ¿no es
contradictorio que a los países en vías de desarrollo se les exija
instrumentar la democracia institucional para entrar a la modernidad y que
los organismos internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional- impulsores y rectores de las reformas neoliberales,
constituyan por naturaleza instituciones antidemocráticas?
Vivimos un juego de proyección entre espejos en los cuales la paradoja y la
contradicción desempeñan un papel preponderante para la construcción del
mundo: el espejo del modelo que proyecta el progreso y desarrollo de la
humanidad, se desfigura en el espejo que proyecta el accionar de los
denominados países altamente desarrollados y, no obstante eso, la
proyecció
n
de dicho espejo se pondera y erige, a su vez, como la proyección del camino
y el obrar que los países subdesarrollados deben imitar y asumir para
dirigirse hacia el horizonte, en el cual ‹se dice‹ figura la proyección del
modelo de progreso y desarrollo, sin embargo, el espejo que proyecta el
accionar de estos últimos países produce y reproduce no sólo los fenómenos
negativos que caracterizan el paso de los países desarrollados, sino que
además los profundizan e incrementan, por ejemplo, en México el crimen
organizado y la inseguridad se han convertido en un asunto de seguridad
nacional, entre otros.
Frente a ello, y lo más grave, que en el porvenir del mundo civilizado no
está habiendo cabida para el desarrollo de nuevos paradigmas alternativos:
‹se dice: que son los tiempos del pensamiento único. Aún hay más: la
tipología de estudio sobre los fenómenos sociales ha seguido la suerte de
l
a
instrumentación de dicho pensamiento único; por ejemplo, con el término
polisémico ³sociedad civil² se desaparecieron de un plumazo las categorías
de ³grupos de poder económico² y de ³lucha de clases², para emplear a
cambi
o
de esos términos, el de ³actores² (Meschkat, 1999).
Han existido razones de orden histórico para cancelar el futuro, es decir,
³lo posible e incierto² (Sperber, 1988). El comunismo y socialismo
constituyeron una opción paradigmática cuya fórmula exigía, como la de su
contraparte el capitalismo, el poder hacer ³nosotros² ‹capitalistas o
socialistas‹ a través de que los ³otros² no puedan hacer: la denominada
Guerra Fría, lo ejemplifica. Por tanto, el triunfo del mundo occidental, o
mejor dicho de la primera potencia mundial en dicha Guerra, ha sido
aprovechado para llevar a cabo una reorganización unilateral del mundo (es
decir una reestructuración que contribuya a la satisfacción de los
interese
s
de la primera potencia), pues sólo así esta potencia podrá continuar como
preeminente y hegemónica en todo el planeta, y más allá de éste.
Es importante comprender que la cancelación del ³futuro² es una condición
necesaria y suficiente para que el modelo de reproducción material de la
vida continúe imperando, consecuentemente, el pensar para el obrar hacia
³l
o
posible y lo incierto² están fuera del marco que delimita su accionar y de
la lógica que para tales efectos emplea; porque sólo así se garantiza que
e
l
progreso y el desarrollo enarbolado por el mundo civilizado continuará
satisfaciendo los intereses de las élites dominantes.
De hecho la cancelación del futuro condiciona el desarrollo de las
potencialidades del ser humano a la reproducción del modelo imperante, pues
está comprobado que el desarrollo de las potencialidades del hombre está en
función de lo que la cultura en que vive le exige a éste desarrollar
(Gardner, 2001). Por tanto, si nuestro quehacer cultural en su devenir, se
ha caracterizado por la imitación y la adopción de la lógica de los modelos
imperantes, es lógico suponer que por esa vía no existe posibilidad alguna
de que México logre labrarse un futuro propio por consustancial,
independiente, valioso y digno que sea para los mexicanos.
Los fenómenos negativos presentes en nuestra realidad, en la perspectiva de
la cancelación del futuro, tienen atrás de sí muchos factores de orden
filosófico, científico, pedagógico, económico, administrativo, jurídico,
político, psicológico, histórico, sociológico, técnico, estético, moral,
axiológico, teleológico, etc., que contribuyen a su reproducción. El modelo
imperante sólo acepta atender y tratar de solucionar los efectos e impactos
que produce, pero no la raíz (es decir los factores) que da origen y que
motiva la reproducción de dichos fenómenos.
Por ejemplo, Platón definió a la filosofía como ³el uso del saber para
ventaja del hombre² (Abbagnano, 1985). Y en efecto para eso se ha empleado
el saber, mas en una perspectiva en donde el uso del saber sólo encuentra
sentido para el provecho de unos cuantos: de que sirve la investigación
par
a
la cura de enfermedades, sí sólo unos pocos podrán acceder a sus
beneficios
.
Este significado que ha ido adoptando el uso del saber, en el devenir de la
humanidad, está vinculado al ³individualismo², al acento fundamental que
pone la civilización occidental para su reproducción, pues necesita que el
hombre desarrolle los ismos del ego para ocupar el espacio del otro:
etnocentrismo, egolatría, europeísmo, egoísmo, entre otros.
En nuestra perspectiva vivimos una crisis que abarca todos los aspectos de
la vida, y que se agudiza merced a la globalización, en tanto que el
desarrollo tecnológico está posibilitando que el hombre civilizado ocupe
co
n
mayor velocidad el espacio de los otros. Por tanto, es nuestra premisa que
la crisis que estamos viviendo, es una crisis de orden esencialmente
cultural, en tanto que lo que el hombre artífice proyecta a la realidad
concreta, ésta lo devuelve como formación y proyección: ³el hombre
construy
e
a la sociedad y es a su vez construido por ella² (Bunge, 1976).
La palabra cultura, como todo término en la modernidad, ha recibido
durant
e
el devenir de la humanidad diversas definiciones. En la actualidad y en la
perspectiva de la antropología se entiende por cultura, todo aquello que la
acción del ser humano produce. Así, dicha definición demanda ser
contextualizada para establecer su significado. Por tanto, podemos decir
qu
e
en los actuales tiempos convergen distintos significados sobre cultura.
Así
,
a quienes producen armas de destrucción masiva, desechos peligrosos,
contaminantes, etc., los podemos clasificar, con base en lo que producen,
como cultura de la muerte, y por oposición a ésta, como cultura de la vida;
claro está con matices y claroscuros distintos y diversos en cada caso, que
para los efectos perseguidos no tiene mayor relevancia destacarlos.
En ese sentido, lo paradógico y lo contradictorio dentro de ese converger
d
e
los diferentes tipos de cultura que figuran en la modernidad, radica en el
hecho de que a quienes por su hacer los podemos situar como promotores de
l
a
cultura de la muerte, son hoy en día los que dictan los imperativos para el
mundo y proponen el horizonte hacia el que todos los países deben dirigir
sus pasos y obrar.
En los albores de la cuna en que se meció la civilización occidental, esto
es, en el denominado ³Milagro de la Grecia antigua², el término cultura
proviene, etimológicamente hablando, de la palabra ³agricultura² (Gómez de
Silva, 1988): labrar la tierra para hacerla producir; lo cual por
ampliació
n
encuentra su significado en la relación positiva entre dos aspectos: por un
lado, en el cultivo del hombre, por otro, en lo que con ese cultivo el
hombre puede producir. En otros términos, lo que el hombre produce depende
esencialmente de la formación que éste recibe, pues como artífice de la
realidad el resultado de dicha formación es lo que proyectará a ella, a
través de su obrar.
La raíz etimológica del término cultura es aleccionadora, pues figura en un
marco donde las potencialidades y propiedades de la naturaleza delimitan la
respuesta al qué, quiénes, por qué, con qué, cómo, dónde, cuándo y para qué
cultivarse y cultivar del hombre. Sin embargo, en la actualidad sólo tiene
preeminencia responder al con qué y al cómo de las cosas; esto es, a los
medios y a las formas. Por ejemplo, el drenaje se presenta como un nivel de
desarrollo del hombre civilizado (léase moderno), sin embargo, el drenaje
figura como un popote en el cual entra basura y sale basura: ¿qué de
extrañ
o
tiene que a través de la salida del drenaje se contaminen ríos, lagunas,
esteros?
La solución a tal contaminación implica inversiones cuantiosas para la
construcción de plantas de tratamiento. Lo cual en un país ‹como el
nuestro‹, con un alto nivel de endeudamiento y de servicio de la deuda,
establece como lo más probable que una inversión de tal naturaleza se
tendr
á
que postergar por la vía del sector público, consecuentemente, es probable
que se piense en invitar a la iniciativa privada para que invierta y
proporcione tal servicio, sin embargo, para ello deberá cumplirse con el
requisito de la rentabilidad de la inversión, es decir, con la proyección
d
e
un nivel de ingreso que permita, por un lado, la recuperación de la
inversión, por otro, la obtención de las ganancias esperadas. Una cuestión
que se ve difícil de cumplir respecto a los niveles de ingresos del
mexicano, pues este último sería quien tendría que sufragar el pago de
dich
o
servicio.
Ante tal situación, no podría pensarse, entonces, que el problema del
drenaje es un problema que debe estudiarse desde su raíz, por ejemplo, bajo
un enfoque ecológico, es muy probable, que éste demandará: modificar los
patrones culturales de la sociedad; revisar las normas ambientales y de los
envases de los productos así como de los insumos que para tal efecto se
emplean, de manera tal que contribuyan a elevar la calidad de vida de los
seres humanos y no las cantidades de basura; y a emplear la fosa séptica en
vez del drenaje para verter los líquidos y, los desechos humanos. Esto, en
las actuales condiciones que establece la cultura de la muerte, se podría
iniciar, cuando menos, en todos aquellos espacios de la geografía nacional
en los cuales el problema de contaminación de ríos está aún en ciernes:
¡Un
a
sociedad se caracteriza por lo que consume y tira!
En el ejemplo anterior, se visualiza un fenómeno que podemos caracterizar
como multicausal y multifactorial de la cultura de la muerte que ha ocupado
el espacio de México, y así podríamos continuar caracterizando los
fenómeno
s
negativos que están presentes en nuestra realidad: hambre, pobreza,
desnutrición, analfabetismo, marginación, desempleo, consumismo,
deforestación, desertificación, polución, desechos peligrosos, extinción de
especies, crimen organizado, drogadicción; en fin, los fenómenos negativos
que son producto de la sinrazón que nos envuelve.
México demanda la instrumentación de una cultura de la vida, es decir, del
desarrollo de un paradigma alternativo al actual modelo de reproducción
material de la vida que hemos adoptado de la civilización occidental. Sí,
México demanda de un paradigma alternativo, en el cual se ponga especial
énfasis en la fórmula de la convivencia humana del nosotros todos. Y, para
ello, no debemos inventar nada nuevo, sino decidirnos y emprender un
esfuerzo para resolver un fenómeno que ha estado presente desde la llegada
de los primeros europeos a las tierras del Anáhuac, ³lo enteramente rodeado
por agua²; esto es, para resolver el fenómeno dicotómico que dividió a
México entre dos mundos, el indígena y el no indígena, pues cancela la
oportunidad de tomar lo mejor de ambas herencias para hacer futuro.
Lo anterior, en razón de que mientras el ser, el estar, el tener, el hacer,
el sentir y el trascender del mexicano se encuentre dividido entre dos
mundo, el indígena y el no indígena, y una sola de dichas herencias
continú
e
como preeminente y actuante para definir y dictar el destino de nuestro
país, y la otra, la que recibimos por conducto de los pueblos raíz de este
continente, siga soterrada, excluida y negada ‹parafraseando a Guillermo
Bonfil Batalla‹ como factor de futuro; México seguirá cancelando la
posibilidad de reencontrarse no sólo con el origen del ayer más remoto a
nuestros días, sino con los conocimientos y las prácticas sobre una visión
de vida que puede contribuir a darle sentido, contenido y direccionamiento
a
lo que hemos heredado de occidente.
La solución no está ‹como hemos visto‹ en la visión de la modernidad, esto
es, en ocupar el espacio del otro, como ya lo ha hizo el hombre moderno con
el mexicano no indígena y, como éste, a su vez, lo ha hecho con el mexicano
indígena, sino en comprender que dichos mundos figuran como posibilidad
par
a
reencontrar el hilo conductor de la existencia de los mexicanos, en la
perspectiva de construir un paradigma que se signifique en la
instrumentación y reproducción de una cultura para la vida.
En la trayectoria del fenómeno dicotómico, México aparece como una dualidad
en la que figuran dos polos: en uno de ellos, se encuentra el mundo
indígen
a
caracterizado por una abanico pluricultural y pluriétnico de cosmovisiones
(es decir visiones sobre el mundo) y de formas de concebir y obrar la vida,
cuya fórmula de la convivencia humana es la del nosotros (pueblo o
comunidad); y en el otro polo, el mundo no indígena caracterizado por la
preeminencia de una etnia, un paradigma de reproducción material de la
vida
,
una cosmovisión que enfatiza lo material y una forma de ser y obrar que
pon
e
especial acento en el individualismo.
Ello, nos permite proponer el empleo de dos esquemas para tender hacia la
solución del fenómeno dicotómico que nos ocupa. El primero, sería el
esquem
a
que propuso Hegel: tesis, antitesis y síntesis. En donde la tesis sería la
visión de la vida, la antítesis lo que la niega, y la síntesis el poder
hacer para la vida. Esto es necesario, más no suficiente, requerimos
adicionar al resultado del primer esquema, lo que figura como una visión
d
e
futuro.
El segundo esquema que proponemos emplear para tal objeto, proviene de la
cultura Náhuatl precuauhtémica o prehispánica, en cuya lengua existe un
procedimiento que descubrió el insigne Ángel María Garibay que denominó
difrasismo (1971); esto es, la conjunción de dos ideas que forman una
tercera. Este procedimiento fue empleado por los nahuas para definir el
ideal. Al respecto Miguel León Portilla nos dice: entre los antiguos nahuas
la meta de la educación del hombre maduro: obtener rostro sabio y corazón
firme (León-Portilla, 1979). Con esto último queremos decir, que entre los
antiguos nahuas era condición necesaria pero no suficiente que el hombre se
dijera sabio, su rostro (³ojos² propone Alfredo López-Austin, 1996) debía
demostrarlo, además de corroborarlo con la firmeza del corazón, y
viceversa
,
pero sobre todo debía ser confirmado por la comunidad a la que se sirve.
Empleamos el anterior referente cultural, en tanto que en los actuales
tiempos, el desarrollo de la ciencia está tendiendo un puente que más
temprano que tarde la comunicará con la visión de las culturas más antiguas
de la humanidad. Por ejemplo, el principio de la vida para los nahuas de
aquel pasado figura en la dualidad; Ometecutli, Señor Dos, y Omecíhuatl,
Señora Dos. Una visión que en la actualidad está siendo evocada por la
física cuántica, en tanto que sus descubrimientos en el mundo subatómico
establecen que las partículas más pequeñas que hay en el universo y de las
que todo cuanto conocemos existe está formado, tienen una naturaleza dual:
en uno de polos figura como partícula, y en el otro, como onda (Capra,
1998). Aquí el porque la tierra ya fue concebida por la ciencia como una
³cosa² que tiene vida; nuestros ancestros nahuas lo sabían: la tierra nos
sustenta, cobija y alimenta, es nuestra Madre.
Asimismo, una premisa esencial que algunos físicos de renombre
internaciona
l
han planteado, con base en sus estudios y descubrimientos sobre la teoría
cuántica, entre ellos Werner Heisenberg, Henry Stapp y Fritjof Capra
(1998)
,
es la de que: el universo aparece como una gran red, en la cual las
partículas del mundo subatómico interactúan y se correlacionan entre sí.
Po
r
tanto, no es extraño que los efectos e impactos de la sinrazón humana estén
siendo vinculados, por ejemplo, con la destrucción de la capa de ozono y el
calentamiento del globo y, con ello, con los fenómenos del deshielo de las
masas polares y del niño y de la niña.
La sinrazón que nos envuelve demanda de la realización de un esfuerzo sin
precedente en la historia de nuestro país, no sólo frente a la crisis de
lo
s
paradigmas omnicomprensivos (pues cancelan ‹dijimos‹ el futuro), sino para
identificar y alinear el talento nacional y la voluntad política para que
dediquen tiempo y recursos para posesionar a México en el hacer camino en,
por y para la instauración de una cultura de la vida.
Durante muchos siglos, las instituciones se diseñaron sobre la idea de que
el ³hombre es el lobo del hombre². Sin embargo, a pesar de que han existido
planteamientos alternativos a tal sinrazón, como el de la tabula rasa
(Locke, 1993) abrió nuevos umbrales por donde transitar, pues estableció
como premisa esencial: que el hombre es un libro en blanco cuya escritura
depende de lo que éste aprenda a través de su educación y formación; ésta
premisa no ha encontrado eco en las instituciones nacionales: familia,
escuela, etc. Por tanto, ha continuado prevaleciendo, para desgracia de
todos, la primera idea. Aquí la razón por la cual el andamiaje político,
económico y social que hemos construido está diseñado para contener,
disuadir y frenar, esto es, para que el hombre no se prepare y desarrolle
integralmente para servir al presente pero con la vista puesta en el futuro
de México. Sin perder de vista que el futuro no necesariamente figura como
lineal. Al respecto la cultura náhuatl nos aconseja por boca del pueblo
mexica: ³Revisa hacia atrás, atrás, atrás... que no siempre el futuro está
adelante².
En la sinrazón que nos envuelve, como también en todo cultivo del hombre
(sea positivo o negativo), la educación se erige como la espina dorsal de
todo cambio o transformación de los patrones interpretativos y conductuales
del hombre. Por tanto, un aspecto sustancial que no puede pasarse por alto,
consiste en la necesidad de contribuir a potencializar el desarrollo de la
percepción del hombre, en tanto que su función esencial es la de mostrar
para distinguir entre los caminos que habrán de adoptarse.
De hecho la percepción juega un papel preponderante en, por y para la
educación y la formación del ser humano, pues de ella deriva la
interpretación, comprensión y concepción que se posea sobre la realidad y
l
o
que en ella exista, a fin de que las acciones del hombre se signifiquen en
una racionalidad que conjugue en forma coherente, articulada, consistente y
consecuente las potencialidades corporal, volitiva y afectiva para que él
establezca vínculos virtuosos de relaciones consigo mismo y con la
naturaleza de las otras partes del mundo con las que coexiste.
En lo relativo a una visión distinta sobre el significado de educar,
Alfred
o
López-Austin nos dice: que en lengua náhuatl el término educar significa:
³lograr que la gente desarrolle su poder de percepción² (1996). Lo cual por
extensión al tema que nos ocupa nos demanda comprender y concebir: que todo
cuanto existe está formado por partículas y que estás interactúan y se
correlacionan entre sí en la gran red del universo, consecuentemente, que
toda acción del hombre tendrá consecuencias y repercusiones ‹efectos e
impactos‹ para la vida de todo cuanto conocemos existe.
Con base en todo lo expresado, imaginemos por un momento lo que
significarí
a
para el futuro de México, que la voluntad política inicie un esfuerzo para
identificar visiones hacia la edificación de una cultura de la vida y, que
ello, implicará la celebración de un pacto entre la sociedad civil
organizada, los actores del quehacer nacional y los gobiernos federal,
estatal y municipal, en el cual la divisa esencial fuera la de participar
para ordenar y hacer de la casa la más digna morada de los mexicanos. Si de
un pacto, en donde participar no es tomar su parte, tampoco dar su parte,
sino ser parte de un esfuerzo que se signifique por la creatividad e
innovación que va demandando la instrumentación de dicha cultura. Si de un
pacto, en el cual el accionar del Estado en su conjunto se postule en el
Plan Nacional de Desarrollo, y se instrumente a través de las políticas
públicas. La imagen que figura habla de opciones de avance, o por lo menos
del ejercicio de un ensayo cuyos frutos prometen más que una imitación en
donde el tenor ha sido la cancelación del futuro de México.
Los teóricos y estudiosos de la política establecen que uno de los efectos
que está trayendo para el quehacer de la política, la visión de globalidad,
es la de que dicho quehacer está dejando de ser constructor de sociedades.
Aceptarlo, es tanto como seguir permitiendo, por un lado, que sean los
otro
s
los de siempre‹ los que sigan ocupando nuestro espacio vital y manejando
los manubrios de nuestro destino, por otro, que los mexicanos continuemos
haciendo camino por una ruta en la cual se encuentra cancelado nuestro
futuro, por definición.
Sin embargo, no podemos cerrar los ojos a la realidad; dejar de tomar en
cuenta que en la esfera de la política figura el quehacer del ser humano
qu
e
más influye sobre los otros seres, en tanto que su función esencial
dijimos- es la de construir la sociedad. Por tanto, quienes se dedican a
tal quehacer, por naturaleza, deben constituirse en exponentes de los
valores y las finalidades más excelsas de la humanidad, pues sólo así su
quehacer proporcionará mayores probabilidades de que tenderán hacia la
construcción de una sociedad en la cual la divisa sea, por ejemplo, la de
que nadie se quede atrás para hacer de México ‹dijimos‹ la digna casa que
sea de nosotros todos. Y, no de la satisfacción de los intereses de unos
cuantos mercaderes para quienes el mundo se les ha hecho pequeño.
Ella es una cuestión que en el proceso de transición hacia la democracia en
que nuestro país se encuentra inmerso, está no sólo lejano sino que
involuciona: la clase política se encuentra en su nivel más bajo de
desprestigio; los estudios de opinión pública así lo demuestran. La
polític
a
no es algo hecho para siempre, sino que se hace a sí para responder a los
retos y desafíos que cada época le presenta.
La política es una esfera del hombre cuyo quehacer históricamente se ha
caracterizado por amoral (es decir sin moral), consecuentemente, quienes
visualizan los valores y las finalidades más excelsas del ser humano como
camino seguro a la virtud, se sienten ajenos y se presentan a sí como
apolíticos. Está bien, sin embargo, considero que no debe confundirse el
quehacer del político profesional, el que por sí ha obtenido un nivel de
desprestigio, con una esfera del hombre que demanda poder hacer nosotros a
través de que otros también puedan hacer. Aquí la importancia de que la
sociedad en su conjunto vele, participe y haga del espacio geográfico en
qu
e
habita un lugar que lo dignifique como ser humano: haga del uso del
poder-dominación un instrumento para el servicio del nosotros todos.
Tepotzotlan, Estado de México
18 de Septiembre de 2005
rrobles@segob.gob.mx
Publicado en:
FORO MESHIKO
www.elistas.net/foro/meshiko
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http://www.ucm.es/info/eurotheo/nomadas/n1-kmeschkat1.htm
SPERBER, DAN. El simbolismo en General. España, Anthropos Editorial del
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